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ROJO

¡Ay! ¡Qué disparate! ¡Se mató un tomate! Elsa Bornemann Rojo es el tomate que sobrevivió al incendio. Nada lo predisponía a existir. Nació en maceta ajena, una que trajo Lorenzo con una begonia que murió al cabo de un año y entre cuyas ramas secas, quién sabe cómo, brotaron algunas hojitas. ‘Es una planta de tomate,’ anunció Oliver, siempre atento a los más mínimos cambios de la vida.  Empezamos a regarla, como regábamos todas las demás plantas de la Rue des Palais. Un tallito por aquí, unas hojas por allá, fue creciendo. Hasta le puse un tutor para que no se fuera por las ramas. Y el día menos pensado sucedió lo inevitable: dio un tomate, al principio una bolita de nada, bien verde. Fue también Oliver quien la descubrió.  Con los días iba engordando y cambiando de color, de verde a amarillo, de amarillo a naranja. Así estaba, naranja y sonriente, el día del incendio. Con todo lo que había que hacer -lo primero, una vez que los bomberos apagaron el fuego, comprobar que seguíamos vivos

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