Cúpula de un templo de fuego

cúpula de un templo de fuego

alcoba

sagrada intimidad de los cuerpos

   


La palabra alcoba llegó al castellano a través del árabe qubbah o al-qubbah, que designaba una habitación donde se guardaban objetos sagrados y que culminaba, en lo alto, con una cúpula.
Al parecer, cuando los castellanos se apoderaron de los edificios que habían construido los árabes durante los ochocientos años que ocuparon la península, decidieron usar esas amplias estancias con cúpula como dormitorios. Y de ahí, que la palabra que los nombraba pasara a ser sinónimo de la otra de origen latino.
La decisión castellana obedecía, con toda probabilidad, a una razón práctica: la comodidad, e incluso el lujo de disponer de tanto espacio para la intimidad. Pero ocultaba, sin saberlo, por esas deliciosas evoluciones que se dan en las lenguas, una lógica poética que seguramente los Reyes Católicos no habrían aprobado.
Es casi seguro que los castellanos que empezaron a llamar alcoba al dormitorio no sabían que esa palabra la habían heredado los árabes de los persas. En pelvi o persa medio, gumbad designaba también una cúpula, pero no cualquier cúpula. Gumbad era la cúpula de un templo de fuego.
Los templos de fuego son los lugares de culto del zoroastrismo. Se sabe, con relativa certeza, gracias a las investigaciones arqueológicas, que los antiguos templos de fuego eran santuarios abovedados de planta cuadrada con cuatro columnas que sostenían una cúpula, bajo el cual ardía eternamente un fuego.
Hace ya siglos que no adoramos al fuego y, sin embargo, nadie puede negar que su presencia nos pone delante de un misterio sagrado que nos sobrepasa. Más allá de que, sin el descubrimiento del fuego, todo lo que la civilización actual ha conseguido no habría sido posible, y sin contar las múltiples transformaciones a las que contribuye, el fenómeno natural, el fuego en sí mismo, se presenta a nosotros, seres vivos del siglo XXI, exactamente del mismo modo en que se presentaba a los primeros habitantes de la Tierra, idéntico y cambiante, bello, imprescindible y peligroso, dador de vida y muerte. No por nada es símbolo de lo pasional en todos sus aspectos. En particular, de la pasión erótica, de la fusión de los cuerpos que, llevada a sus extremos, crea una nueva vida o da la muerte.
Que una misma palabra, a través de un largo viaje en el espacio y el tiempo, designara y designe a la vez un templo de fuego con una cúpula - ¿cópula? la asociación libre es entera responsabilidad mía- y el espacio sagrado de la intimidad donde se encuentran los amantes, es una prueba más de la sabiduría de las lenguas vivas que, pulidas por los años, expresan verdades poéticas que nos superan.

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