ROJO

¡Ay! ¡Qué disparate! ¡Se mató un tomate!

Elsa Bornemann



Rojo es el tomate que sobrevivió al incendio. Nada lo predisponía a existir. Nació en maceta ajena, una que trajo Lorenzo con una begonia que murió al cabo de un año y entre cuyas ramas secas, quién sabe cómo, brotaron algunas hojitas. ‘Es una planta de tomate,’ anunció Oliver, siempre atento a los más mínimos cambios de la vida. 


Empezamos a regarla, como regábamos todas las demás plantas de la Rue des Palais. Un tallito por aquí, unas hojas por allá, fue creciendo. Hasta le puse un tutor para que no se fuera por las ramas. Y el día menos pensado sucedió lo inevitable: dio un tomate, al principio una bolita de nada, bien verde. Fue también Oliver quien la descubrió. 


Con los días iba engordando y cambiando de color, de verde a amarillo, de amarillo a naranja. Así estaba, naranja y sonriente, el día del incendio. Con todo lo que había que hacer -lo primero, una vez que los bomberos apagaron el fuego, comprobar que seguíamos vivos y no nos habíamos quemado ni una pestaña; luego, ir creando un nuevo día a día con la solidaridad de amigos, compañeros de trabajo y vecinos - nos olvidamos del tomate. Tanto más cuanto que la Rue des Palais, tras catorce años de buenos servicios, nos había echado a llamaradas vivas y andábamos como nómadas en hoteles o casas ajenas.


Pero hubo que volver al departamento, a seleccionar, entre el barro gris y el olor a humo, lo que podía salvarse y lo que no. Horas, días, entre la mugre y el polvo, apilando lo uno en medio del salón y metiendo en cajas lo otro. 


Fue una vez más Oliver quien me anunció ‘¿viste el tomate?’ Contra todo augurio, no se había achicharrado. Así que lo cosechó, me lo entregó en mano y yo me lo traje al hotel. Está en la heladera a la espera de su destino que aún no ha sido decidido. Porque, yo les pregunto, amigos lectores, ¿merece acabar en ensalada quien salió victorioso y maduro, del abandono, la indiferencia, la sequía y el fuego?

Comentarios

Entradas populares