Úrsula urde una trama



Úrsula trama la urdimbre con paciencia medio oriental. La verde hebra cruza los verticales hilos maduros, morados como uvas, y se extiende como los zarcillos de una vid imaginaria. Los gruesos muros atenúan el murmullo urbano en la tarde húmeda. Como antaño Penélope, Úrsula trama la urdimbre a la espera de su hombre, un afamado arqueólogo partido hace mucho tiempo a la búsqueda de la antigua Ur.

En la única foto que de él le ha llegado, se lo ve de pie en la cima del zigurat, figura heroica dominando el horizonte desértico a sus pies, como un sacerdote del templo sumerio o un nuevo Abraham.

En otros tiempos -había leído en sus desesperadas averiguaciones de datos o historias que entretejieran su destino al del arqueólogo - la fachada sur del zigurat daba a una verde y fértil llanura hija de los ríos Eufrates y Tigris, que la colmaban de bendiciones y, asomado a esa misma altura, el sumerio contemplaría, no este polvo amarillento, gris en la foto, sino un tapiz esmeralda.

Úrsula lo veía, mientras urdía la trama, mirando a lo lejos y esperando al mensajero que debía surgir del horizonte de un momento a otro, la silueta oscura de un corcel recortándose sobre el verde, galopando sin polvo hacia el zigurat, portando a quien traería la noticia. Pero se demoraba la sombra en aparecer y desesperaba el sumerio paseándose de un extremo a otro de la cima alzando la vista de rato en rato hacia el punto cardinal de donde llegarían las nuevas. Como su propia urdimbre, tardaba en dar fruto la alfombra esmeralda.

Detrás de los muros se oyeron cascos. Úrsula vio al jinete apearse, palmearle el lomo al corcel y trepar la pendiente hasta la cumbre del zigurat. El sacerdote lo esperaba anhelante, la mano tendida para recibir el mensaje. Pero no había carta. Solo la voz del mensajero que atravesó el aire en una hilera de palabras que Úrsula  no alcanzó a oír. Quiso interpretar el cariz de la nueva en el rostro impasible del sumerio y lo miró a los ojos. Un instante se detuvo la hebra en medio de la trama y la mirada se posó en la foto. Una vez más los rasgos del hombre se le escabullían.

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