A un punto lejano (elegía)


A veces me parecía que bastaba con querer parar el tiempo para lograrlo y me culpaba por no haberlo hecho antes, cuando aún se podía. ¿Cuando aún se podía? ¿Cuándo? ¿Se podía? Pero el tiempo iba tan rápido y mi voluntad era tan lenta en sus decisiones... ¿Cómo saber además en qué punto, en qué inflexión, en qué intersticio las cosas habían empezado a cambiar? ¿Acaso no están cambiando todo el tiempo? La Tierra rota -¡Rota, sin remedio, destruida!- alrededor del sol, que vuelve -¡Volvía!- a salir cada mañana, la primavera llega una vez más y nos recrea la sensación de vivir eternamente un año y otro más. Pero esta primavera no es igual que la anterior. Aunque no queramos admitirlo, envejecemos. Y sobre todo, la Tierra se traslada en el espacio, viaja distancias infinitas, nunca jamás pasaremos por este mismo punto por el que ahora pasamos. Pasábamos. Pasábamos, dices bien. ¡Cuánta vanidad había en quejarse como nos quejábamos! De la lluvia, del calor, de los mosquitos, del hielo, de la vida que no era como habríamos querido... Ahora ya no hay de qué quejarse. Ahora es después del final. Ahora todo acabó. La Tierra estalló, ya no está, ya no es. Estoy flotando en el espacio ingrávida, un alma entre miles de millones, a la deriva en la eternidad de la noche. Insisto en mirar compulsiva y obsesivamente un único punto lejano, allí donde un redondel rojo de fuego brilló un momento donde estaba la Tierra y desapareció luego para siempre. Me resisto a mirar hacia otro lado pues temo perder de vista la ubicación exacta de nuestro planeta, única referencia que queda de lo que fue. Llegará el momento en que me canse, ya sé, aún en este transcurrir fuera del tiempo, el universo en perpetuo movimiento provocará cambios imperceptibles y las corrientes galácticas me desplazarán sin que lo note o me distraerá una estrella fugaz o quizá me quede dormida. Entonces perderé definitivamente lo ínfimo que me quedaba de la Tierra. Pero mientras tanto, velo como un soldado, como los deudos a sus muertos, el emplazamiento querido de nuestro mundo azul. Es extraño, siempre había creído que las almas, seres incorpóreos, careceríamos de sensaciones, pero yo tengo frío. Todo es tan oscuro... Las almas nos balanceamos en olas gaseosas que nos separan y nos juntan en ramilletes azarosos que dan compañía pero no calor. A veces llegan a mí susurros de otras almas e intento responderles o comunicar mis pensamientos pero no creo que me oigan... Yo sí oigo. Es extraño. Cuando estalló la Tierra y los cuerpos se quemaron, las almas fuimos eyectadas, salimos disparadas en todas direcciones. Los que hacía un momento estábamos en las ocupaciones más diversas –durmiendo, trabajando, comiendo, haciendo el amor o luchando- sentimos dolores intensos, gritos ajenos, miedo... y después, nada. Algo de nosotros sobrevivió, sin embargo, y fue despedido con los fragmentos de roca y las gotas del océano hacia el infinito, donde estamos ahora ¿esperando...? ¿Oyen? Ahí se acerca de nuevo. La enorme masa de sonido, el alarido aterrador de los miles de millones de animales y humanos gritando, aullando al mismo tiempo de terror ante el abismo, la experiencia incomprensible del final prolongándose indefinida en el gigantesco aullido que se desplaza, se sigue desplazando en el espacio interestelar hasta el fin de los tiempos, vestigio único de millones de años de vida en la Tierra... ¿Oyen? Yo creía que las sensaciones acababan con la muerte. Pero yo me canso y nunca puedo dormir. Sin cesar oigo el tronar de la explosión y enseguida, el rugido invertebrado, el eco superpuesto de croares y relinchos y chillidos y gritos y trinos desesperados y ladridos y ronquidos y gruñidos y gemidos y zumbidos y voces clamando en todos los idiomas en tonos estridentes como cuerdas tendidas o graves y profundos como la tierra abriéndose a los pies. Es después del final pero el final se venga de nosotros en el perpetuo martirio de oír el sufrimiento que desgarra... Ahora es la paz, el final de todas las esperas. Hemos vuelto a ser polvo de estrellas. Flotamos en la nave amplia del espacio hacia remotos horizontes incógnitos. Quizás un día renazcamos hierba o moho o larva o pez. Quizás... o no.


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