Gatos

Sobre la terraza se pasea un gato. Es gris atigrado y su mirada verde amarillento parece acusarme por no querer abrirle la ventana. El cielo está oscuro sobre los techos de pizarra. Sopla una brisa que mueve las cortinas de enfrente y los pájaros vuelan veloces hacia sus nidos. Todo presagia un chaparrón. El gato se ha ido a refugiar quién sabe dónde.
Pero sé que volverá. Es obstinado. Hace días que se pasea delante del ventanal acechando el breve instante que permanezca abierto para colarse dentro. La primera noche lo logró. Mis ojos se encontraron con los suyos en la oscuridad de la escalera, con el consiguiente susto que lo hizo huir despavorido. Y la otra tarde, mientras escribía apaciblemente con la ventana abierta para que entrara el aire, oí un susurro que delataba una presencia, me giré y vi al gato en el umbral. Del sobresalto por la aparición repentina, grité, y él volvió a huir despavorido.
Ayer a la tarde un maullido insistente me llevó a la terraza. No era él. Una gata también atigrada pero más fina, de ojos verde agua y con collar, me miraba segura de sus propósitos. Aunque quise reanudar mis tareas, en determinado momento maullaba tan bien y con tanta convicción que me persuadió de que debía hacer algo por ella. Bajé a buscar comida y se la puse en el rincón más alejado de la terraza, en la zona lindante con la del vecino. No me quedé a verla comer pero a los pocos minutos, atraída otra vez por maullidos que sonaban en estéreo, me encontré con la caja impecablemente vacía... y los dos gatos mirándome, la una satisfecha, el otro rencoroso.
Desde entonces han estado paseándose los dos, de a ratos, como Pedro por su casa, delante de mi ventana. Alguna vez juntos, las más de las veces por separado. Ella, con aires de Greta Garbo. Él, de desheredado vindicativo.
Fui injusta con él, que había llegado antes y dado grandes muestras de perseverancia. Lo sé. Me pregunto qué fibra tocó ella en mí con sus encantos, para conseguir en pocos segundos lo que él no logró en días.

Se ha largado a llover. Sobre los techos lejanos y sobre los tablones de la terraza caen gruesas gotas sonoras. Los gatos se han ido.

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