Ahora hablo yo -cuarta parte-


Serás invisible
Serás invisible. Te deslizarás por debajo de mesas, camas, alfombras. Para que no se oigan tus pasos andarás en puntas de pie. Y te moverás con la espalda pegada a los muros o harás de los rincones tu casa, esforzándote siempre en ocupar el mas mínimo espacio posible no vaya a ser que moleste a nadie tu presencia. El precio a pagar por desobedecer a la misión, por salir a la luz y mostrarte tal cual eres, con tus gestos torpes y tus palabras inadecuadas, será muy alto: la vergüenza. Cada vez que, al hablar de lo que sientes, compruebes que no condice con el sentir de otros, te invadirá una sensación tal de humillación y pena, que querrás que te trague la tierra, desaparecer de la faz del mundo, dejar de existir. Pero como deshacerse del propio cuerpo sin cometer suicidio -porque eso tampoco figura en el mandato- es tarea ciclópea, lo que harás será irte muy lejos, lo más posible, del otro lado del océano, porque allí quienes te han conocido no te verán. 
Nadie te explicó, sin embargo, qué hacer cuando, establecida en ese otro lugar, conozcas a otras personas, ante las cuales también deberás pasar desapercibida. Cómo seguir siendo invisible a los ojos de quienes te ven a diario? Buscando quizás oficios o estatus en los que la invisibilidad es un sine qua non, o al menos una cualidad? En eso, reconocelo, sos especialista. No vas a ponerte ahora a enumerar, a riesgo de que crean que te estás haciendo la víctima, las varias ocupaciones ejercidas que atestiguan de tu empeño en permanecer invisible pero, si hubieras querido hacerlo a propósito, no te habría salido mejor.
Y lo que nadie tuvo en cuenta tampoco, quiero decir, ninguno de los ancestros que andan paseándose por mis venas y que se supone obran en pos de la realización de un bien que supera mi entendimiento, es el sufrimiento que significó perder la convivencia con los seres a los que yo mejor conocía y, sin saberlo, más quería. Más fuerte fue el mandato -alejarse como sinónimo de dejar de ser vista- que cualquier sentimiento. 
Alguna ventaja tiene, sin embargo, el ser invisible. Como a ciertas mariposas, ranas y peces, y para tranquilidad de mi madre, que veía fauces dispuestas a devorarme por todas partes, pasar desapercibida -que no se vieran mis formas ni mis colores- me ha protegido contra depredadores y envidiosos. Una suerte, dirán algunos. No vayan a creer, matizaré yo. Porque la invisibilidad no era facultativa según quien estuviera delante, sino permanente y homogénea, de modo que no eran solo las fieras quienes no me veían, los otros tampoco. 
Hubo, claro, quien, franqueando la barrera, llegó a mí. Quien supo verme a pesar de mis esfuerzos. Seres cuya presencia logró atravesar la cortina de humo o la burbuja que me envolvía y me conmovieron. Los hubo.
Aunque otras veces se ponían en marcha mecanismos que me hacían desaparecer como por arte de magia. No estar estando, desenchufada del entorno, ida. Lo que consiguen muchos drogándose, yo lo lograba con el uso exclusivo de mi mente. Estar en otra dimensión, creerme invisible por haber desconectado de esa realidad intolerable.
Toda mi vida he procurado pasar desapercibida, salirme de en medio para no estorbar. Pero lejos de premiarme por haber seguido el mandato al pie de la letra, mis queridos ancestros no han hecho sino insistir. Borrate, desaparecé, no ves que no hay lugar para vos acá, nena? Supongo que ésa era la finalidad última, la consecuencia inevitable de haber nacido cuando no debía. La mal nacida mejor se esfuma, no hay lugar para ella en la familia. Y en consecuencia tampoco en el mundo.
Mi madre diría que estoy dramatizando y quizá tendría razón. Suena muy dramático decir que una siente que no tiene derecho a existir. Y a los oídos de una madre que te quiso debe sonar espantoso. Yo sé que me quisiste, ma. Pero es por eso mismo que no entiendo por qué nunca me contaste la verdad. No estoy haciendo teatro. La que hizo teatro fue la Irmet y vos la seguiste. Es muy difícil entender lo que se quiere de una cuando te piden que no ocupes lugar pero que brilles, que desaparezcas pero que te quedes.

Y ahí viene, descubro, el segundo mandato: tendrás el don de la ubicuidad.

Comentarios

  1. Hellooo : éste "ahora hablo yo" me gusta muchísimo y te doy la enhorabuena. Mandar a una hija, a un hijo, que se callara - no por un momento sino para siempre (salvo si se le ordena) - es un despotismo matón que arruina su psique. Vivimos por nuestras emociones y éstas deben poder expresarse para vivir ellas y nosotros. Vivir su niñez, su adolescencia, callados es como prohibir a una planta tener flores, desarollarse, afirmarse. Cómo vivir resignada a ser nada sino sombra ? Entonces estaremos inválidos y quedaremos inválidos. Aceptamos el mandamiento porque nos enseñaron quizás que los niños viven bajo mandamientos. Pero, un día, por comparaciones y descubrimientos, sabemos que es dictadura y abuso de poder, no amor digno de padres, y nos rebelamos y nos revelamos... Pero, claro, lo normal es arrancar temprano y tener que aprenderlo todo siendo ya adultos, es tarea desesperante. Ya nadie nos hara callar nunca !...

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