Límites

Mírate: estás en un patio y con una tiza o cualquier otra cosa que tienes a mano, dibujas en el suelo alrededor de ti una raya que te encierra. No sabes ni por qué lo haces pero has decidido que hasta ahí llegas. Ese círculo de tiza delimita tu territorio de exploración. Más allá no vas a ir. No que te lo impida una voluntad ajena, política o familiar, ni una incapacidad física o mental, sino que sencilla y sinceramente crees que ésos son tus límites.
Ni por un momento se te ocurre que el trazo de polvo que has dejado en las baldosas está hecho de los miedos que te atormentan y que bastarían unas gotas de lluvia para borrarlo y dejarte a merced de los dragones que así piensas dominados. Te sientes protegido detrás y dentro de la raya. Al fin, tu círculo de tiza eres tú mismo. ¿Qué extraña razón podría empujarte a salir de él (de ti)?
Pero un día llega al patio un ser que parece estar hecho de tus mismas fibras y, sin embargo, no dibuja ninguna línea en el suelo. Se desplaza con tranquilidad y osadía por toda la extensión del espacio. Admite que te molesta. ¿No le habrán enseñado que cada uno debe circunscribirse a un solo ámbito, personal e íntimo, emocional y cognitivo, y nunca traspasar los límites? Para él, todo lo nuevo, lo que no conoce ni sabe, representa un desafío, y no encuentra ningún motivo para detenerse en su exploración. No tiene idea de por qué su conducta parece causarte tanto fastidio. Estudia tus reacciones con tanta curiosidad como las otras cosas que va descubriendo. Admite que su mirada te seduce casi tanto como su forma de ser. Pero te da miedo: si por un momento lo imitaras y borraras el redondel que te tiene atado a ciertos puntos, si fueras más allá de ti mismo, ¿volarías? ¿o te desintegrarías en la nada?

Comentarios

Entradas populares