A vuelo de pájaro

Desde las ramas altas, a la señal inequívoca de un congénere, nos lanzamos al vacío. Un segundo se apodera de mí el miedo pero luego el aire me sostiene, agito las alas y me elevo. Alzamos vuelo todos juntos a la caída de la tarde cuando se tiñe de rojo el cielo. Es un rito para despedir el día que los humanos no entienden pero aprecian. Muchos levantan la cabeza para vernos pasar y la ligereza de nuestros cuerpos emplumados parece que los regocijara. Se quedan mirando nuestras raudas carreras a vuelo muy bajo, casi rasante, por las calles cercanas al parque, con una chispa de envidia en las pupilas.
Quien como yo puede desplegar las alas y cortando el aire tomar velocidad, cada vez más, hasta sentir vértigo, no se extraña de ser objeto de envidias ajenas ¿Existe acaso mayor felicidad que la de atravesar espacios con la rapidez del viento, preciso y sutil como una flecha, dueño de las corrientes aéreas? ¿Mayor libertad que la de resistiendo la gravedad avanzar entre árboles y torres sin temor a perder el equilibrio o a caer? ¿Hay dicha comparable a la de sobrevolar ciudades y bosques, frívolos como rumores, desenvueltos como dones y ajenos a toda preocupación terrena? ¿Qué mejor liviandad que la de la pluma?

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