Detrás de las paredes

Detrás de las paredes que ayer se han levantado
te ruego que respires todavía.
Charly García, Rasguña las piedras



Tras los muros, sordos ruidos oír se dejan de corceles y de acero.C.J.Benielli, Marcha de San Lorenzo




Tantos muros se cernían, cernícalos encarnizados, en torno a nosotras a mediados de los setenta. Y apenas si nos dábamos cuenta. Estaban en nuestras vidas como el guardapolvo blanco o los almuerzos de los domingos, entraban por la puerta o por la radio y se instalaban con la familia frente al televisor. Pasaban desapercibidos a nuestros ojos pero iban rodeándonos, lentos pero seguros, cada vez más altos, más sucios, más inaccesibles...
Y detrás de las paredes había una adolescente lánguida de cabellos largos y sueltos que sufría recostada contra su propia pared cantando canciones con letras apenas moduladas para que los perseguidores no entendieran, una joven triste de ser ella misma en esa época y en ese lugar pero incapaz de rasguñar las piedras cuya presencia no reconocía, prisionera de algo que no sabía ver ni nombrar.
Mientras tanto, tras los muros que ayer se habían levantado, se dejaban oír sordos ruidos ininteligibles para quien no quisiera entender. Y apenados y amurallados como íbamos, no los entendíamos. El afuera era amenazante y peligroso, el adentro también. Daba miedo ahondar entre los intersticios de las almas: aquella lisura de cielo patrio e inmaculada concepción quién sabe qué rugosidades escondía. Quién soy, se preguntaba la adolescente y ante cada pregunta, se cerraba una posibilidad de respuesta: no éramos ni niñas ni mujeres, sobre todo, no éramos mujeres con deseo, ni deseosas ni deseables, tampoco éramos seres pensantes ni con aspiraciones de cambio. Apenas si éramos una cosa informe sin sexo ni voluntad y por eso, nuestro destino se limitaba a languidecer esperando quién sabe qué.
Te ruego que respires todavía, invitaba Charly a la supervivencia. Sigue viviendo, permanece viva, que ya vendrán tiempos mejores. Tenía razón. Pero nosotras quedamos marcadas por un tiempo que le puso, no ya un corset, sino una coraza de hierro a nuestros impulsos vitales. Todos los años que vinieron después, de lo que se trató fue de romperla para dejarlos salir, crecer, tomar el aire, y en esas revoluciones individuales, hechas a pulmón y en las que a menudo fuimos más duras con nosotras mismas que nuestros represores, muchas nos lastimamos y quedamos cojas o con cicatrices.
Nosotras nacimos demasiado tarde para vivir los movimientos revolucionarios y el mayo francés pero crecimos a la vez impregnadas de ellos y desdobladas en una contradicción constante entre esas utopías y la represión que volvía a imponerse. Nos habían dicho que podíamos ser libres pero nos lo prohibían. Y nos lo prohibían no (o al menos no solamente) desde argumentos racionales y por ende susceptibles de ser contradichos y desmantelados por otros, sino desde lo más íntimo, desde las almas y los cuerpos, desde la reiteración de culpabilidades y tabúes viejos de siglos. ¿Cómo quebrarlos sin quebrarse? ¿Cómo derribar tantos muros sin caer?
(Por eso no entendemos a las que nacieron después y, al parecer hartas de libertad -¿cómo puede una hartarse de libertad, si es como el aire que se respira?- andan reclamando nuevos...)

La lánguida muchacha de ayer, la de ojos de papel, ha conseguido, después de muchos rasguños, echarlos abajo casi por completo. Conserva, sin embargo, un poco por nostalgia y otro poco por pereza, una parte. Detrás de esas paredes se refugia a veces los días nublados para embeberse de sensible vulnerabilidad adolescente y salir de nuevo al mundo con una mirada inocente.

Comentarios

Entradas populares