Adela desaparece, capítulo 3, en audioblog






Estoy en el cuarto blanco. Nada me toca, nada me llega. Dejo que me envuelvan sus muros como una segunda piel, como un cascarón elástico que va creciendo conmigo, como las paredes de un útero del que no he de salir.
Aquí vivo, aquí crezco, aquí muero, embrión eterno recogido en su cueva, hija somnolienta que transita desde siempre y para siempre entre la vida y la muerte.
¿Quién elige su morada? Yo quepo en ella como un pájaro en su nido, como un escritor en su texto, como un prisionero en su celda, como una planta en la yema.
El cuarto blanco soy yo.
Y nadie más.
Ninguna otra persona cabe en él. Ni siquiera mis hermanas.
Matriz exclusiva mía, fuera del cuerpo materno, matriz sin madre. Sola. Flotando en el

espacio oscuro de la casa, geométrica mancha de luz perturbadora.


***

Yo misma no sé si estoy viva o muerta.
He de estar muerta, me digo, pues nadie vive tanto tiempo sin alimento ni agua, nutrida solo del exiguo oxígeno que hay en este cuarto.
Sin embargo, crezco y me transformo.
He de estar viva entonces. El tiempo pasa a través de mi cuerpo y lo modifica. De la niña que tropezó con el reborde, alto para sus piernitas cortas, no hay nada reconocible en mí. Menos el pelo oscuro quizás. Menos la piel tan blanca, que ha ido estirándose tironeada por los huesos que crecen debajo, extendiéndose como un manto tejido paciente e ineluctablemente para recubrir formas cada vez más largas, anchas y hondas.


***

Las paredes son paneles traslúcidos en los que me veo reflejada. Cuando no estoy acurrucada en los rincones durmiendo o pensando, juego a mirarme, a estudiar de cerca mis rasgos. Me encuentro bella a mi modo. De cualquier manera, no puedo compararme a nadie. Soy la única habitante de mi mundo. El cuarto blanco es un planeta cúbico que absorbe y refleja una luz pasada, la luz de una estrella muerta que sigue viajando.
Otras veces juego a ser yo en sitios diferentes. Viajo a grandes pasos a través de extensas superficies y el cuarto se estira a medida que avanzo, se abre a un horizonte cada vez más lejano, cuyo límite no veo. Pero de pronto llego a un lugar cerrado, con pasadizos, túneles, galerías y escaleras. Y el cuarto, que soy yo misma, que actúa como una extensión de mi propio cuerpo, se adelanta a mi pensamiento y me propone espacios que recorro asombrada como si no fuera mi mente quien los hubiera concebido.
El tercer juego es ser otra. Dejar de ser yo misma, Adelita la muerta, la desaparecida, para ser una niña viva que lleva una vida normal con una familia corriente. Este es el único juego que no es mudo. Converso en un idioma que no entiendo con una amiga llamada Mara y le cuento todo lo que me pasa. Le hablo de mi familia y mi casa, mis preocupaciones y mis miedos, mis sueños para el futuro. Mara me comprende perfectamente. No solo entiende el idioma sino que comprende todas mis historias complicadas.

***

Del mundo exterior nada sé. Sumergida en este mundo mío, en esta caja que me contiene entera, solo conservo de un tiempo viejo algunas imágenes –pinceladas de color que apaciguan esta blancura que encandila-.
A veces sueño con madre y hermana, y con otras dos niñas que no conozco que han de ser también hermanas mías. Una se llama Adelita, como yo. A la menor le dicen Lea. Nos parecemos las cuatro. Cualquiera que nos viera se daría cuenta de que somos de la misma familia. Pero con quien mejor me llevo es con Marina. Ella me comprende casi tan bien como Mara.
En los sueños estamos en el agua. Flotamos las cinco desnudas en un enorme pozo lleno de agua salada que madre ha construido entre la casa y el mar, en la playa. Retozamos felices, olvidadas del tiempo. Madre nos habla con ternura. Me acaricia la cabeza y siento cada una de las líneas de su palma en contacto con mi pelo húmedo. Oigo que me llama por mi nombre y me doy vuelta para mirarla. Con estupor descubro que no es a mí a quien llama, sino a la otra. Un sol intenso, reflejándose en la superficie, ha encandilado a madre, que ya no puede verme, y Adelita ha ocupado el espacio en que yo estaba. Empiezo a desintegrarme. Las moléculas que me componen se disgregan, comienzan a dispersarse en el agua salada. Antes de la desintegración total, Marina me mira y me pide: “No te vayas.” Y yo comprendo que para ella existo, que me quiere.





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