Sal y piedras
Arena y mar. Sal en
suspenso en los océanos o esparcida en extensiones cuyos límites no alcanzan a
ver los ojos encandilados. Salinas. Piedras. Grises, ocres, amarillas,
naranjas, negras, azules alguna vez. Blancas, como la sal y las pocas nubes
altas que cruzan el cielo. Vastedad seca y mineral.
Imaginarse
descalza atravesando las salinas, el crujido cada vez que pisas la sal
amontonada. Quizás duele o quema las plantas de los pies la sal al rayo del
sol. Salinas. ¿Por qué llamarse Salinas?
Piedras, un
pedregal, unas rocas. Piedras toscas sin gracia, piedras sólidas que el viento
no mueve pero que el agua y los años trituran hasta hacerlas arena. Descalza,
las piedras se te clavan en las plantas de los pies, a veces las cortan y la
herida marca el paso por el lugar, para que no olvides. Piedras, ¿quién se
llama así?
Salina y piedras.
Camino y piedra. Traigo enredada en el alma una tristeza. Es mi destino, piedra
y camino. Tal vez no comprendas nunca, viday, por qué me alejo.[1]
Salinas Grandes,
salinas nombre, Salinas apellido de un hombre que se llama Marcelo. Piedras
pétreas, Petras, apellido de otro hombre que se llama Martin. Dos hombres
lejanos y minerales a los que mi madre y yo confiamos lágrimas y pesadas cargas
con la esperanza de volverlas brisa ligera. Mi madre a Martin y yo a Marcelo, o
quizás fue lo contrario. Ella allá y yo aquí, o tal vez al revés. Algo nos hizo
trazar esos surcos a ella y a mí, nos marcó a fuego ese ir desprendiéndose de
las penas en repetidos encuentros, soliloquios ante un hombre de sal, ¿o era de
piedra?
Nos acercaron
poquito a poco esos monólogos con el otro. Mis dolores se volvieron a la larga
palabra escrita que, tras muchas vueltas, me devolvió a la vida. Los de mi
madre, en cambio, persistieron, se quedaron grabados en su mente, en una huella
cada vez más profunda e indeleble. Piedras y sales que, lejos de disolverse o
ser molidas, se compactaron en un cuerpo extraño que se apoderó de su cerebro.
¿Es debido a sus nombres minerales que no supieron esos hombres sembrar
semillas fértiles? ¿O fue el destino? Pétreo, metido en ella como en un estuche
de lujo, el tumor se la fue devorando. Las palabras no la salvaron.
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