Catania y el tiempo


Catania es bellísima, en particular cuando empieza a caer la tarde y la luz del Mediterráneo se posa sobre las superficies ajadas de los palazzi e iglesias, se refleja en alguna ventana o queda apresada en un balcón.
Catania è bellissima, certo, pero se está cayendo a pedazos... Como si un oscuro ángel, más poderoso que el tiempo, se cerniera sobre ella y fuera arrancándole la piel a girones. Una despiadada mano que se aplicara a desollarla viva, sin sentimiento alguno por la belleza que, aún herida de muerte como está, sigue irradiando, ni por las gentes que deambulan sus calles sobreviviendo como pueden y de noche se refugian entre paredes que parecen tenerse de milagro.
Catania, la antigua, la bella, está agonizando. Los esplendores alicaídos, las gastadas escaleras, los flaquísimos gatos y mendigos. Las iglesias desoladas, las casas vacías, los vendedores ambulantes, los músicos callejeros poblando la noche.
A pesar de su encanto o quizás por él, se me estruja el corazón caminándola.
Pero ¿quién es el oscuro ángel que la amenaza? ¿de quién es la mano cruel que la está matando? No conozco su nombre ni su rostro. Pero me atrevo a afirmar que no es el tiempo, que erosiona por igual pobres y ricos. Si fuera solo el paso del tiempo, todas las ciudades del mundo estarían en el mismo estado que Catania. No. Es alguien que lleva mucha más prisa que el tiempo. Unos seres insensibles que se han ensañado no solo con Catania sino con muchas otras ciudades bellas. Vean, si no, Oporto, Lisboa, Siracusa o, en menor medida, los barrios antiguos de Barcelona, Atenas o Bruselas, por nombrar solo las que tengo vistas.
No sé cómo se llaman los dueños de las manos que arrancan las pieles de las ciudades bellas. Pero existen. No es el tiempo que pasa ni la lluvia ni el cambio climático ni el gobierno de turno. Aunque quizás este último algo de responsabilidad tenga.
Son seres de carne y hueso, como usted y yo, cuya identidad desconozco porque ellos mismos se ocupan de ocultarla - ¿se sentirán culpables? No creo. Más bien deben temerle al fisco. – pero cuyos rasgos podemos deducir a partir de lo que hacen o dejan de hacer.
Dejan que casas bellas donde viven personas se caigan a pedazos. No les importa ni que los lugares se destruyan ni que la gente viva en malas condiciones. Esta falta total de sensibilidad obedece a un objetivo preciso: que los edificios se degraden lo más pronto posible para sacar ventaja de su venta.
Su relación con el tiempo los define: piensan poder manipularlo a su antojo. Desafiando todas las leyes que han regido la naturaleza hasta ahora, se sienten más poderosos que él e imaginan poder comprar con su dinero la inmortalidad. Algún atisbo de humildad les queda, sin embargo, lo suficiente como para querer acelerar las cosas - la degradación - y recuperar lo invertido antes de morirse.
Alguien me dijo que podía ver en su rostro la vida de una persona. Lo dijo como si fuera una cualidad excepcional. Yo no creo que sea extraordinario. Siento que todos podemos leer su historia en la cara y los gestos de quien está delante de nosotros. Y lo mismo pasa con las ciudades. Solo hay que abrir grandes los ojos y mirarlas.
Catania llora en sus portales y paredes un pasado de esplendor que no volverá, y la luz que se refleja en ella es un canto melancólico que se despliega sobre el mar.



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