Aclaración
Yo me llamo María
Dulce Kugler. María Dulce es mi nombre. Kugler es mi apellido. Admito que no es
un nombre corriente donde nací y, al parecer, en ninguna otra parte. Pero
admitan que tampoco es el más complicado o la más rara combinación de nombre y
apellido que hayan oído. Ahora mismo podría sacarles una lista de personas que
he conocido con nombres muchísimo más extraños. Pero no es el objeto de este
artículo explayarme sobre lo estrambótico de algunos nombres, sino hablar del
mío, aclarar cómo es y cómo se pronuncia.
En Argentina y,
hasta donde yo sé, en todos los países hispanohablantes, muchísimas mujeres
llevamos un nombre compuesto de María y algo más: Ana María, María José, María
Cecilia, María Teresa, María Luisa, María Fernanda, María de la Paz, María de
la O, María Cristina, Luz María, etc. etc. Y se escribe así, tal como yo lo he
escrito, sin ningún guión entre un nombre y el otro. Y a nadie se le ocurriría
pensar que Gabriela o Pía o Laura es un apellido. Todo el mundo se da cuenta de
que es el nombre y, como además casi todo el mundo se llama María, se opta por
llamar a la persona por el segundo de los dos, de manera que María Luisa es en
general Luisa, María de la Paz, Paz y yo, María Dulce, Dulce. Un modo de
simplificar y acortar las palabras largas muy propio del castellano.
O sea que cuando
yo era niña y me presentaba o presentaban como María Dulce, al rato me llamaban
Dulce con toda naturalidad.
Zanjada la
cuestión de cuál es el nombre y cuál, el apellido, pasemos ahora a la
pronunciación, tarea que no será fácil puesto que se trata de un escrito y no
todos los lectores conocen necesariamente las reglas ortográficas del español.
Pero voy a intentarlo.
María se escribe
con una tilde sobre la i y, aunque pueda parecer un detalle insignificante, esa
minúscula línea diagonal indica que el acento de la palabra se encuentra ahí,
en la i, no en la primera ni en la segunda a, como pretenden muchos belgas y
franceses, que dicen Mariá.
Dulce, una breve
secuencia de cinco fonemas que, pronunciados unos a continuación de otros,
significa “douce” en francés, “sweet” en inglés o “glyka” en griego, es, de las
tres partes de mi nombre, la que más problemas me ha causado. En los países
hispanohablantes, debido a su escasísima frecuencia, por no decir casi
inexistencia, y a su significado. He sido María Salada, María Amarga, María
Sucaryl, Dulce de Batata, Dulce de Membrillo, Dulce de Leche... Sin contar con
las frecuentes asociaciones libres por las que para algunos fui Celeste o Luz. Pero,
paradojas de la vida, ahora que vivo en un país donde pocos adivinan lo que
significa, nadie aquí sabe pronunciarlo. Y si estoy escribiendo esto es en gran
medida para dárselo a leer a todos los que insisten en llamarme Dulche o Dülsé.
Breve clase de
ortografía española. A diferencia del francés o el inglés, el castellano tiene
reglas de ortografía muy claras y sistémicas. Todo lo que está escrito, se
pronuncia, excepto la h, que suele ser el rastro de una filiación latina, y la
u en dos posiciones, entre la g y la e o la i, como en guitarra o Miguel, y
entre la q y la e o la i, como en queso o quién.
De modo que ya
sabemos que las cinco letras de mi nombre se pronuncian, pero ¿cómo? En español
solo hay cinco vocales -a, e, i, o, u- que se pronuncian siempre igual, o con
mínimas diferencias imperceptibles en términos de significado, sea cual fuere
el contexto fonético. La a, bien abierta y central. La e, anterior y media. La
i, anterior y cerrada. La o, posterior y media. La u, posterior y cerrada. No
existe la “u” francesa, en la que hay que estirar los labios hacia adelante y
fruncirlos como quien se prepara para un beso. Lo que se escribe u, se dice
como “ou” en francés, o “oo” en inglés o “oe” en holandés. Y, como dije antes,
dado que no hay más letras mudas que la h y la u en algunas posiciones, la e
final de mi nombre se pronuncia, como cualquier otra e en cualquier otro lugar.
En cuanto a las
consonantes, la d se obtiene apoyando la lengua detrás de los dientes, la l,
poniéndola un poco más atrás, sobre los alvéolos dentarios superiores, y la c,
queridos amigos -y aquí entramos de lleno en el quid de la cuestión- en mi país
y en toda América hispana, se pronuncia exactamente como en la palabra “ce” del
francés.
Y ahora que
disponemos de toda la teoría, vamos a intentarlo. A ver: apoye la lengua detrás
de los dientes y enseguida deje salir el aire con los labios casi cerrados pero
sin fruncirlos, alargando un poco el sonido de la u pues es ése el sonido que
lleva el acento en la palabra. Ponga inmediatamente después la lengua contra
los alvéolos y tras decir l, deje la lengua ahí mismo pero cierre la boca para
producir s, sin miedo, y complételo con una e, modesta pero presente. Si ha
seguido atentamente mis instrucciones, debería ser capaz de decir Dulce
correctamente y sin errores.
En castellano de
América la letra c combinada con la e y la i se pronuncia siempre igual que la
letra s, hecho que coincide en la mayor parte de los casos con el francés,
razón por la cual nunca he podido entender la obsesión de los francoparlantes y
de todos aquellos que, creyendo hacer bien los imitan, por pronunciar ch, en
lugar de c.
Las letras ch
constituyen un solo fonema africado, esto quiere decir que tiene una fase
inicial de cierre, seguida de otra de fricción. Palabras como Chile, che o
chocolate empiezan por este fonema. Siempre que se escribe ch se pronuncia ch.
Otras palabras habituales son charlar, chimenea, chico, churrasco, charco y
nombres propios como China, Chaikovski, Chéjov o República Checa. Solo la
combinación CH se pronuncia así, nunca jamás ni la c ni ninguna otra consonante
se pronuncia así.
Pasemos ahora al
apellido que, como habrán podido comprobar, no es español ni italiano ni
francés. Kugler es alemán. Como muchos alemanes se refugiaron en Argentina
después de la Segunda Guerra Mundial, me gusta aclarar siempre que el bisabuelo
de quien lo heredé se instaló en Argentina antes de la Primera Guerra. Hecha la
aclaración, paso al apellido en sí, Kugler, seis letras, dos vocales, las
mismas que en Dulce, y cuatro consonantes, dispuestas en un orden bastante
propicio a la lectura.
Si ustedes vieran
los apellidos que suelo tener el gusto de encontrar en mis listas de
estudiantes -finlandeses, lituanos, polacos, húngaros, indios, estonios,
griegos, etc.- se darían cuenta de que mi apellido no es particularmente
complicado. Sin embargo, es casi inevitable que los españoles, los italianos y
los latinoamericanos lo deformen y me llamen, como si se hubieran puesto todos
previamente de acuerdo, Kluger.
La extensión del
fenómeno no deja de sorprenderme y, valga lo que valga, la explicación que he
encontrado es la siguiente. En castellano e italiano la letra K es muy poco
frecuente, por no decir inexistente, y verla ahí plantada, al principio de una
palabra, asusta, por lo que cierta tendencia que tiene la mayor parte de la
gente a no leer todas las letras, dado el mareo provocado por la K, aumenta.
Conclusión: la gente lee la inicial y la última letra y las demás que están en
el medio, que caigan como caigan. Lo asombroso, no obstante, es que siempre
caigan mal de la misma manera. Porque nadie me llama, por ejemplo, Keglur ni Kguler.
Siempre Kluger. La explicación más simpática que me han ofrecido es que klüger
(pero se escribe con diéresis) es el comparativo de klug, que en alemán
significa inteligente y, como me consideran inteligente, por eso me llaman así.
Pero esto sería verdadero solo para la gente que entiende alemán, que no es la
mayoría de los latinos.
Por otra parte -y
no sé por qué- no deja de irritarme el hecho de que la gente no lea todas las
letras. Yo sí las leo. Siempre lo he hecho. Es probable que yo sea, entre todos
mis conocidos, la única que lee todas las letras de una palabra y no puedo
evitar que un cierto grado de rabia se apodere de mí al comprobar que otra
persona no solo no es capaz de hacerlo sino que lo considera normal y hasta
mejor porque le ahorra tiempo de lectura. A mí me resulta inconcebible, ya que
implica que se pasan por alto las faltas de ortografía pero, sobre todo, y
mucho más grave, los significados, la sutileza del lenguaje, presente en
diferentes formas verbales, una u otra preposición, un singular o un plural. Pero
volviendo a mi apellido, y a los apellidos en general, si hay un ámbito donde
no puede aplicarse la regla de la lectura por encima, es en los nombres propios.
¿Qué diría un francés si mañana decidimos llamar a su país Farcina, que tiene
exactamente las mismas letras pero en otro orden? ¿Qué diría una Patricia si la
llamáramos Praticia? ¿Por qué no llamar Esñapa a España? ¿O Svilia a Silvia?
Con el mismo
derecho, yo protesto y digo que mi apellido es Kugler y que el orden de las
letras cuenta, que estoy harta de que me cambien el apellido, y también el
nombre. Estoy harta de ser Mariá Kluger o Dulche Kluger o una María con doble
apellido, Dulce (¿de mi padre?) y Kugler (¿de mi madre?). No. Yo me llamo María
Dulce Kugler.
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