Moscas inmortales

Más de uno pondrá en duda mis palabras pero que se levanten mis muertos de sus tumbas si no es cierto : en mi casa hay moscas inmortales. Quizá no lo sean al llegar pero, pasado un rato de aclimatación, lo devienen, valga el galicismo tanto más cuanto esto se escribe en tierras belgas. 

Llegan a toda hora pero principalmente a la de comer. Y aunque cierre ventanas, las persiga con una palma u otro objeto adaptable a idénticos fines o les eche grandes nubes de aerosol, ellas persisten en sus caóticos vuelos supersónicos poniendo cuidado, eso sí, en pasar zumbando junto a mi oído para perturbar aún más, si cabe, mi almuerzo o mi café.

Como helicópteros a la búsqueda de criminales en fuga, sobrevuelan mi cabeza en trayectos de los que solo ellas conocen el sentido y por mucho que me esfuerce en ahuyentarlas o matarlas, es inútil, siempre vuelven. Tengo para mí que su único propósito es desestabilizarme emocionalmente y destruir la escasa serenidad que he logrado reunir a lo largo de los años.

Enemigos de toda suerte, propios o ajenos, de esta vida o la próxima, enviadme más bien avispas, arañas, cucarachas o serpientes, y hasta ratas, pero libradme, por piedad, de las inmortales moscas que destruyen la poca cordura que me queda. 


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