Articulaciones

Rosa María era tucumana, como la Negra Sosa y, como ella, también cantaba. Pero lo que mejor hacía, al menos lo que mejor hizo por mí, fue transmitirme su saber.

Una tucumana en Buenos Aires no se abre paso fácilmente, sin embargo. Los porteños son - y me permito no incluirme en el plural porque, aunque haya nacido en Buenos Aires, yo no lo soy- el colmo de la arrogancia y el egocentrismo. Un porteño sabe todo y está mejor informado que la propia fuente. Un porteño te da una conferencia sobre Bruselas aunque vos hayas vivido ahí veinte años y él acabe de llegar. Y no es que te vaya a dar mucha información nueva sobre el tema, no, porque de lo que se trata no es de informar al interlocutor, de ninguna manera, sino humillarlo.

Claro que no todos los nacidos en Buenos Aires somos así pero los hay en número suficiente como para reconocerlos a varias leguas de distancia o poder afirmar que sí, que los porteños son insoportables. Y a quienquiera que venga del interior del país se lo mira con menosprecio. 

Rosa María no solo era tucumana sino que lo parecía. Se le notaba en el pelo renegrido, la tez oscura y los rasgos ligeramente aindiados. No le ha de haber sido fácil integrarse en la Reina del Plata, la ciudad luz del sur, a la que quizá había llegado persiguiendo una quimera. 

La verdad es que no sé cómo había ido a parar Rosa María a Buenos Aires. Ni tampoco me acuerdo cómo habíamos llegado nosotros a su clase. Ha de haber sido por una de esas redes que solían tenderse, que creo todavía siguen tendiéndose en el Río de la Plata como en los medios latinoamericanos en general, entre maestros de disciplinas artísticas, en los que una profesora recomendaba a otra que a su vez recomendaba a una tercera y todos los estudiantes de la primera terminaban yendo a las clases de la tercera también.

Lo que Rosa María hacía se llamaba ‘liberación de la voz’. Ahora, si uno pone ‘liberación de la voz’ en el buscador de la computadora -acabo de hacerlo y comprobarlo-, le salen más de cincuenta y ocho millones de resultados en cincuenta décimas de segundo. Pero en los años 80 en Buenos Aires aquello era novedoso. Recuerdo haber mencionado mis clases a personas ajenas al ámbito del teatro o el canto y que me miraran con cara de extraterrestre.

El hecho es que formábamos parte, un novio que tenía y yo, de un grupo de cuatro o cinco personas que trabajábamos la voz con Rosa María una vez por semana. No sé cuánto tiempo duró aquello, al menos un año supongo. Nunca me olvido de una experiencia particularmente placentera en que debíamos moldear arcilla y cantar al mismo tiempo.

Pero, curiosamente, lo que más me marcó a largo plazo es algo a lo que en aquella época no le prestaba atención, una rutina que nos enseñó Rosa María para trabajar todas las articulaciones y que, decía, si uno hacía siempre, era buena para el bienestar de todo el cuerpo. Hay que empezar por girar el cuello, diez veces en el sentido de la agujas del reloj y diez veces en el sentido opuesto. Luego, los hombros, diez veces hacia atrás y otras tantas hacia adelante. Después, las muñecas, las caderas y los tobillos. Cada articulación diez veces en las dos direcciones. Eso es todo.

Por una razón que escapa a mi entendimiento, quizá simple pereza de quien no tiene disciplina para practicar con regularidad un deporte, esos ejercicios se me quedaron grabados a fuego y han de ser casi los únicos que, junto con la caminata y la natación muy de tarde en tarde, he seguido practicando a lo largo de toda la vida.

Y hete aquí que me contratan para hacer un reemplazo en unas clases de francés para migrantes recién llegados, no ya de Tucumán, sino de Siria, Afganistán o Marruecos. Y una de las otras profesoras me cuenta que ella hace gimnasia con sus estudiantes todas las mañanas. ¡Qué buena idea!, me digo. Y le pregunto qué tipo de ejercicios hace. Me lo explica sucintamente (tiene que irse) y yo no logro retener su rutina. Es entonces que me acuerdo de las articulaciones y de Rosa María. ¿Por que no? me convenzo.

Todas las mañanas, de lunes a viernes, del 3 de febrero hasta que empezó la cuarentena, comenzábamos la clase, con gran entusiasmo por parte de los estudiantes, con los ejercicios de Rosa María. Unos estiramientos y enseguida, manos a la obra. Las dos chicas sirias, una afgana de grandes volúmenes y su amiga paquistaní, las cuatro con velo y faldas largas, un matrimonio venezolano, un marroquí y un libio, más que cuarentones y poco adeptos al deporte, se ponían de pie y me imitaban como podían. 

Desde mi puesto al frente de la clase, mientras me movía y repetía los nombres de las partes del cuerpo, los miraba esforzarse y me enternecía la confianza sin límites que demostraban al seguirme pese a las dificultades evidentes de algunos de ellos. Rotar la pierna bajo las pesadas telas. Agarrarse de una silla para no perder el equilibrio. Confundirse la derecha con la izquierda. Pero repetir, concentrados, las palabras y los movimientos, todos juntos, para desentumecerse de la humedad y el frío de afuera.

Y mientras los veía, bien dispuestos y empeñados en aprender cualquier cosa que pudiera enseñarles, una parte de mí no podía evitar pensar en las clases de Rosa María, en mí misma repitiendo los gestos y escuchándola decir lo importante que era el trabajo corporal.

Si me viera ahora, si me hubiera visto delante de mis alumnos migrantes, si supiera que lo que aprendí, lo que me enseñó, lo he transmitido a personas de comarcas tan lejanas a su Tucumán querido… Nunca deja de impresionarme cómo viajan los saberes, cómo gestos aprendidos hace más de treinta años del otro lado del océano, de una persona nacida a más de mil kilómetros de donde estábamos, ella misma migrante, puedan llegar a través de mi cuerpo a otros migrantes, venidos de miles de kilómetros al Sur o al Este de Bruselas.

Como eslabones sueltos, como trazos que, mirados por separado, no tienen sentido, las experiencias propias y ajenas se articulan unas con otras, dibujan líneas que, consideradas en conjunto, se pueden leer. La de hoy surge en Tucumán y se estira hasta Molenbeek dándose un yiro por lugares tan disímiles como Afganistán y Buenos Aires.

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