Primero de mayo

El 1 de mayo de 1963 no nació una niña. Una mujer parió en la más estricta intimidad y el fruto expulsado de su vientre fue puesto en cuarentena por orden de una junta de expertos en protocolo de apariencias y qué dirán. Por consiguiente, la parturienta y la recién no nacida fueron llevadas a un departamento sito en la calle Riobamba de la ciudad de Buenos Aires en el que permanecieron encerradas hasta haber cumplido su condena cuarenta días más tarde.

En ninguna parte se dejó constancia del parto o quedó inscrita esa venida al mundo, ya que no había tenido lugar ningún nacimiento. Lo que había pasado no pertenecía al orden establecido de las cosas. Por lo tanto no existía. Había un ser que quizá llorara reclamando alimento o sintiendo la angustia del entorno, un llanto y un movimiento que tal vez oyeran los vecinos, pero en realidad no era más que una ilusión, una especie de espejismo sin asidero ya que nadie había sido informado de su existencia. Estaba, como una serie de sensaciones sin forma ni nombre, ocupaba -supongo- un lugar en el espacio, pero no era nadie. 

Y la señal más rotunda de su inexistencia es que no se le sacó ninguna foto. En las imágenes que se conservan de aquellos días aparecen los más diversos miembros de la familia sin el bebé, ya que haberlo fotografiado hubiera significado una prueba irrefutable en contra de lo que establecería luego la partida o acta.

El comité de expertos había preconizado un conjunto de medidas a seguir. Sustentándose en las teorías en boga en aquella época, y con el acuerdo de los principales interesados en la causa, a saber, los progenitores, el comité priorizó el honor familiar por sobre el bienestar de la criatura y desestimó sin miramientos las posibles consecuencias en su desarrollo. Quiero creer que por ignorancia, y no por crueldad, no se tuvo en cuenta lo que, en esos años, ya se sabía. A saber: que los seres humanos son sensibles desde el nacimiento y aún antes, y que los primeros cuarenta días de vida son esenciales en la evolución posterior de una persona.

El plan se cumplió a pies juntillas. Se falsificó la partida. Se compró -digo yo- al obstetra y a lo mejor incluso a algún testigo. Se persuadió al resto de la familia de lo bien fundado de aquella decisión. Se promovió el secreto y el olvido.

Que, llegada a la edad de procrear, la joven en que se había convertido el bebé sufriera de extrañas ausencias y otros síntomas que a la larga la condujeron al exilio, a nadie se le ocurrió relacionarlo con las circunstancias secretas de su primer contacto con el mundo. Nadie, ni siquiera los que disponían de las claves, supieron leerla. 

Y quizá se hubiera muerto desamparada en la ignorancia si tras la muerte de la madre, al padre no se le hubiera ocurrido nombrar aquello. Decir por primera vez en voz alta lo que nunca nadie le había dicho: naciste el 1 de mayo.

Comentarios

  1. Me gusta especialmente porque es un texto corto y se puede "vivir" el relato.

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