Ahora hablo yo
Harta ya de las
versiones que de la vida, más aún, de mi propia vida, tienen los otros, ahora hablo
yo. Me toca a mí. Repantigada en un tiempo de palabra ilimitado, sin que venga
nadie a estas páginas a interrumpirme, voy a tomarme todos los renglones que
sean necesarios para contar lo que yo he visto y no se me ha dejado nunca
expresar.
Es creencia
popular, al menos en los medios en que yo me he movido, que quien calla es
porque tiene poco que decir. Nada más lejano a mi experiencia. Yo siempre he
tenido cantidades de cosas que decir y, cuando me han dejado, las he dicho.
Pero con las prisas de que no fueran a quitarme una vez más mi turno de
palabra, con lo que me había costado pescarlo, solo he podido lanzar alguna que
otra frase suelta, presuponiendo -y ahí estaba el error- que “a buen
entendedor...”. Nada, no hay buenos entendedores, la mayoría necesita que le
recalquen miles de veces las mismas cosas antes de oírlas. Lo de “pocas
palabras” es un cuento.
Y puesto que de
cuentos hablo, no sorprenderá a nadie el hecho de que, arrinconada en escasos
centímetros cúbicos de expresión oral, inhabilitada, primero por mayores bien
intencionados y luego por contemporáneos intelectualoides, sabelotodos o
sencillamente incapaces de moderación verbal, haya elegido, como única tabla
posible de salvación, la escritura. Porque podrán invadirme en todos los espacios
públicos y privados, en toda conversación, diálogo o debate, pero no en mi
página, donde voy depositando con sumo cuidado mis pensamientos. Mi pensamiento
es mío, mi manera particular de concatenar una idea con la que sigue, de elegir
esta palabra y no aquella, de ir construyendo mis frases a cierto ritmo, es mía
y de nadie más. La página es el espacio donde puedo ser yo sin moderación, sin
seres invasivos que me corten o reinterpreten. La página es mi tierra, el lugar
abierto a todos los posibles del que puedo disponer cómo y cuándo se me cante.
De modo que aquí
estoy, repantingada, arrellanada, apoltronada, gorda e inmensa en este rato
monumental que me concedo, para ir hilando finito y perdiéndome si quiero por
los más estrafalarios vericuetos que se me ocurran, dándome permiso por una vez
para decir lo que nunca antes he dicho. El fondo de mi pensamiento.
Ese fondo que, de
tan hondo no se ha visto, no debe confundirse con profundidad, sin embargo. No
se tratará de usar palas o excavadoras para desenterrar verdades, sino mucho
más de desenredar de la madeja de historias ajenas, secretos, tergiversaciones,
medias tintas e ignorancia, el hilo de mi propia vida.
¿Para qué? Se
preguntarán ustedes, y con justos motivos. ¿No vivimos todos, al fin y al cabo,
revolcados en el mismo merengue? ¿Por qué distinguir una vida de las otras?
Bueno, responderé yo, ante todo, porque es la mía, y tengo derecho, como
cualquier hijo de vecino, a mi momento de gloria o protagonismo. Pero no es esa
la razón principal. No. La razón principal es que me siento perdida. Hasta el
momento, bien que mal, había hallado un hilo conductor entre los distintos
episodios de mi vida. Ahora, el desorden y la cacofonía de voces, cada una
gritando más fuerte que las otras para imponerse, me impiden ver por dónde va
la cosa.
“Nel mezzo del
cammin di nostra vita” Ya lo decía el florentino. Será la edad. Pero no, otra
vez no, aunque quizá juegue un rol. En medio del camino de mi vida, estoy en la
oscuridad de un bosque y, ante mí, cada uno de los espacios que se abre entre
los árboles, por angosto que sea, representa el comienzo de una posible vía.
Quieta, o más bien inquieta, los observo uno por uno, intentando adivinar las
ramificaciones que oculta la espesura. Si elijo aquél, ¿qué habrá detrás? ¿Podré
seguir caminando o de pronto se estrechará tanto que no podré pasar?
Puesto que he
perdido el hilo, se tratará de atar cabos, remontar corrientes, salmónicas o
salomónicas, para reescribirme. Porque confundida estoy, sí, lo admito, pero estúpida
no soy, y a la sensación de extravío se superpone dominándola el hartazgo de
ser tratada como imbécil por un montón de imbéciles al cuadrado que deducen que
lo soy simplemente porque me callo.
Extraña y
extendida costumbre de pedirle al poeta que explique su poesía y al artista,
que interprete su arte. Como si no fuera suficiente la sostenida labor de
creación y la obra ofrecida generosamente. ¿No habla sobre todo ese hábito de
una incapacidad, por no llamarla insensibilidad, de una gran cantidad de gente?
Pero, bueno,
“dejémoslo ahí”, como decía el finado, que “aquí me pongo a cantar”, otra vez,
que “si se calla el cantor”, ya se sabe lo que pasa. Y quizás en estos
menesteres vaya encontrando la huella...
Allí queda esto, qué quede claro, qué gusté o no : tomar la palabra es definir la querencia, es ocupar su espacio, es ejercer su derecho más fundamental a la identidad y al reconocimiento como ser humano. Qué caigan los muros y cerrojos ! "Parler, c'est déjà agir ! (Eva Thomas).
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