Marie Haps
Para mi hijo menor, que entonces tendría unos
ocho años, Marie Haps era una persona de carne y hueso a la que yo iba a darle
clase al final del día dos o tres veces por semana. Se preguntaría quizá quién
era esa señora que le robaba a su madre a esas horas. Y es curioso que durante
los largos diecisiete años en que trabajé ahí, yo nunca me haya preguntado
quién era la mujer real, detrás del nombre de la escuela y del perfil algo
masculino en el bajorrelieve que se encuentra en el vestíbulo del edificio principal.
Nunca, o apenas alguna vez de manera
intermitente, hasta el 8 de junio pasado en que, en una reunión coordinada por
extraños y desprovista de calidez, se nos anunció que, tras más de cincuenta
años de existencia, los cursos vespertinos de lenguas o, para decirlo con
claridad, la asociación sin fines de lucro que los gestionaba, cerraban sus
puertas por – créase o no- falta de beneficios. Una asociación sin fines de
lucro.
Consciente entonces de que la estaba mirando
acaso por última vez, saqué una foto de la placa conmemorativa y fui a
averiguar en la red lo que pudiera saberse de esta señora.
Marie Haps no se llamaba así cuando nació en
Luxemburgo el 29 de abril de 1879, en el seno de una familia acomodada de la
burguesía de su país, sino Marie Julie Frauenberg y solo adquirió el apellido
con el que se hizo conocida al casarse hacia 1900 con un hombre que le llevaba
doce años y a quien había conocido en un baile de oficiales en Arlon, el
financista belga Joseph Haps, que la trajo a Bruselas.
Aquí, en
el mismo predio en que se halla hoy su retrato, en 1919, con el apoyo del rector
de la Universidad de Lovaina y del Cardenal Mercier, fundó una escuela superior
para señoritas, cuyo fin era educar a mujeres de la alta burguesía para que
adquirieran cultura y se convirtieran así en futuras buenas esposas y madres de
familia. Los estudios de las jóvenes duraban tres años, al cabo de los cuales
obtenían un diploma no profesionalizante. En palabras de Marie Haps: “Es
gracias a una cultura general no utilitaria, y no mediante una cultura
especializada con un objetivo profesional, que se ayuda a una joven a
convertirse en la compañera inteligente del hombre y la guía ilustrada de los
hijos, de los varones, sobre todo, a quienes les corresponderá más tarde el
ejercicio del poder en la sociedad.”
A las
feministas de ahora nos suena no sólo anticuado sino incluso aberrante. Pero no
lo era en absoluto en aquella época, máxime si lo comparo con el discurso que
dio unos sesenta años después la rectora de mi colegio en Buenos Aires, en el
que sostenía como novedosa una postura muy cercana a la de la Sra. Haps. Sí,
para el período en que le tocó vivir, Marie Haps era feminista, pero también
una señora muy de su época, representante de una burguesía positivista, que
creía en el progreso siempre y cuando se mantuviera el statu quo que convenía a
las clases dirigentes, en las que de ninguna manera cabían las mujeres.
Y, como no podía ser de otro modo para la alta
burguesía en esos años, la escuela se estableció en un antiguo palacete en el
nuevo Quartier Léopold, muy cerca de la flamante estación donde se apeaba uno
del tren que venía de Luxemburgo. ¡Desde luego, Marie era una mujer organizada!
Y, como si ello fuera poco, la calle en que estaba se llamaba Arlon, la capital
del Luxemburgo belga, todo un símbolo en su vida. Definitivamente, en la vida
de Marie todos los caminos conducían a Arlon.
Como
buena esposa de Joseph y buena católica que era, Marie Julie tuvo todos los
hijos que Dios quiso darle, que fueron cuatro. De dos de ellos no he logrado
saber nada. ¿Serían quizás varones llamados a ejercer el poder? En todo caso,
tuvo dos hijas mujeres, que heredaron, cada una, una faceta de su madre.
Estelle se casó y tuvo cuatro hijos. Simone, que era carmelita en Brujas, abandonó
el convento a la muerte de su madre para hacerse cargo de la dirección de la
escuela.
Murió
joven Marie Haps. Sufría del corazón y se había retirado a La Panne, donde
falleció a los 59 años. Dejó como legado
la escuela que había fundado y que lleva su nombre desde 1930.
A mí,
este recorrido por su vida me deja, como un pétalo caído que delata el paso de
las flores, un regalo: su idea de una cultura general no utilitaria. El placer
de aprender por aprender, que ha estado presente en el espíritu de los cursos
vespertinos de lenguas los últimos cincuenta años y que desconocen ahora
quienes cerraron la escuela. Hoy en día, en que todo lo que se estudia debe ser
calculado, en que nadie hace nada que no sea rentable, esta noción es
abiertamente revolucionaria.
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