Madres e hijas


La expresión de la chica se congela en la mitad de un gesto. Un segundo el estupor se manifiesta en una mirada de animal acorralado y su boca entreabierta en una inhalación. Tan intempestiva ha sido la violencia con que la ha apostrofado la mujer sentada enfrente. ¿La madre? No se parece mucho la chica ni a la mujer ni a las otras adolescentes que van con ellas y que tienen todas los mismos ojos, el mismo pelo, las mismas cejas. ¿Quizá se parezca al padre? Porque lo que no devela el físico, lo delata su reacción desamparada ante el exabrupto de la mujer mayor, una mirada en la que hay a la vez una punzada de dolor por el regaño incomprendido y un deseo de ser querida, dispuesto a cualquier sumisión, por injusta que sea.

Yo, que estoy sentada frente a ella en el tranvía y separada apenas por dos asientos de la que la ha agredido, que la vi desplegar entusiasmada quién sabe qué cuentos a la chica que iba a su lado hasta que la madre cortó de raíz su espontaneidad, leo en la fracción de segundo que dura su gesto, tales ganas reprimidas de llorar que, si pudiera, la abrazaría para sosegarla. En mi imaginación, rodeo su cuello y acaricio su cabeza susurrándole: “No te preocupes. En el fondo, te quiere.”

Pero me deja el incidente un leve nudo en la garganta que no quiere irse. Trato de conjurarlo con palabras y viene a mí, como una continuidad del episodio, la imagen de otra madre y otra hija que iban en el tranvía en el viaje de ida. Hablaban en un idioma que no supe identificar pero, aunque no entendía nada de lo que decían, veía en la tintura de pelo del mismo color que habían elegido ambas y en la confianza tan abierta con la que se peleaban en público, que eran madre e hija.

Algo le había reprochado la madre al principio, algo que sin duda la hija –de unos 25 años- juzgaba injusto, porque despotricaba de lo lindo y no había dejado de hacerlo cuando se bajaron en la misma parada que yo. Parecía una vieja discusión reactualizada, algo que le dolía a la hija pero que la madre minimizaba, ya que tanto cuando iban sentadas una delante de la otra en el tranvía como cuando caminaban lado a lado por la calle, la hija hacía ademanes de cólera mientras que la madre la consideraba de reojo con cierto escepticismo.


Mi madre está lejos pero a veces es como si fuera conmigo.


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