Masa sumisa

Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

Partícula microscópica arrojada a la exosfera por la boca que engulle, mastica y escupe todo lo que no puede pulverizar, observo desde lejos con falsa indiferencia o maligno desdén –como les guste- cómo se agitan abajo los gusanos verdes en la podredumbre, gordos, hinchados a reventar, arrancándose las colas unos a otros por un poco más de la materia viscosa y reluciente en la que nadan todos. Algunos son tan inmensos, están tan hartos de comida, que vomitan una sustancia blancuzca y melosa en la que se pegan y se revuelcan otros, algo más flacos pero igualmente voraces, de modo que configuran juntos una masa informe, de un indefinido color pantanoso, de la que sobresalen como pólipos las cabezas ondeando al tratar de avanzar hacia alguna parte. En vano. Cada hidra así constituida se solaza en su propio excremento, obligada por su peso y sus mínimos movimientos ondulatorios a girar en círculos en el mismo lugar.

Así como los vemos, como los veo yo y se los muestro a ustedes, nadie diría que son capaces, no digamos de emitir opiniones, sino aunque más no sea, de hablar. Y sin embargo, ahí como los ven, pobres bichos inflados, tienen opinión de todo, viven colgados de la red, editan periódicos y hasta salen en la tele para convencerse unos a otros de lo inteligentes que son, de lo bien que va todo, de lo felices que están de chapotear en el barro... Y todo, gracias al gusano mayor, ese particularmente relumbrante y rosado que se ve ahí a la derecha.

¿No es conmovedor verlos esforzarse en aplastar congéneres de otras hidras para engullir sus restos y en chillar más fuerte para ver quién obtiene más favores del obeso? ¿No les parecen tiernos cuando logran quedarse quietos un momento para mirar qué dice el rosado?

Es triste la soledad. A veces pienso “si me dejara masticar un rato...”

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