Cervantes

Si se alzara de su tumba don Miguel y viera las injusticias que se cometen en su nombre, tan luego él, padre espiritual del ingenioso hidalgo que sin más armas que su caballerosidad y su locura ni más ambición que deshacer todo género de agravios, salió una mañana al campo de Montiel y con su gesto, denunció un mundo moderno donde defender la justicia es una quijotada, cometido inútil de los faltos de juicio pero también –y esto es lo que cuenta- obra imprescindible para la construcción de los siglos venideros... Si se levantara, digo, y viera la aparatosa y burocrática estructura que lleva su nombre, es muy probable que se agarrara la cabeza lamentándose de lo poco que han aprendido los hombres.
Quizás venga a cuento recordar que don Miguel, como por lo demás todo artista o escritor entonces y ahora, nunca fue rico y debió ganarse el pan ejerciendo los más diversos oficios, desde soldado a recaudador de impuestos, consagrando a la escritura sólo las horas de ocio que le concedieron la prisión y la vejez. Su vida dura y aventurera se encuentra a miles de leguas del mundo académico que hoy le rinde honores pero que, de haber sido su contemporáneo, lo habría considerado con displicencia. Porque don Miguel era esencialmente un hombre íntegro[1] y profundamente libre, rasgos que solemos apreciar en los muertos pero mucho menos en quienes comparten nuestra vida profesional.
Que con el correr de los siglos el libro que escribió hacia el final de su vida haya llegado a ser el paradigma de la novela moderna y su apellido, un sinónimo del idioma castellano, no contradice en nada al hecho de que su lengua es fundamentalmente renovadora y subversiva y que si Don Quijote aún está vivo es porque lo que tiene que decir sigue siendo válido.
Lo que sí es contradictorio, en cambio, es que el instituto que lleva su nombre se haya convertido en una de las instituciones más conservadoras del Reino de España y que use y abuse de la reputación literaria de don Miguel para preservar un orden seudo academicista que frena el florecimiento de talentos artísticos, literarios o pedagógicos y se limita a gestionar rencillas domésticas.
Por eso, si el ilustre complutense se levantara hoy de su tumba e investido de la gallardía con que se lo suele representar, la mano izquierda inmóvil contra el muslo, quizás una capa sobre los hombros para protegerse de las intemperies de Bruselas, subiera las escalinatas de mármol y atravesara el vestíbulo dominado por el espejo y la araña de caireles, lejos de dejarse impresionar por el lujo de las salas, iría directamente al despacho de los jefes, pediría explicaciones sobre las mezquindades y arbitrariedades administrativas a las que se somete a los profesores y exigiría resarcimiento. “Que la gloria de Sus Majestades y del reino todo, sin contar la de los antiguos virreinatos que han extendido la riqueza de esta lengua y propagado a todos los confines de la Tierra, no está en el menester vil de la contaduría de sus ingresos, sino en el espíritu de sus transmisores más abnegados, los docentes, que en su labor diaria construyen las condiciones necesarias para la mejor adquisición de la lengua.”








[1] Se dice que en sus años de cautiverio en Argel, por ejemplo, prefirió la tortura a la delación y se hizo responsable de todo ante el enemigo para evitar represalias contra sus compañeros.

Comentarios

Entradas populares