Saint-Gilles, un parcours émotionnel

Documental sobre un amor triste. Notas.


La autora de esta obra singular ha elegido un título en francés para que no olvidemos que estamos en un barrio de Bruselas, ciudad donde el castellano es lengua de inmigrantes, y la categoriza, y esto es lo que más conmueve, como documental. Como si se pudiera usar un lenguaje informativo para hablar de un sentimiento. Esto da como resultado una línea narrativa sobria, aunque definitivamente melancólica, que va siguiendo los pasos de una mujer por Saint-Gilles mientras recuerda una historia de amor triste.
Sobre unas notas desgarradoras de bandoneón, mientras la cámara nos lleva desde la salida del metro en Porte de Halle hacia el Parvis, una voz en off se demora diciendo: Saint-Gilles tiene todavía el sabor amargo de los tiempos nómades. Subo lento, como si así pudiera prevenir un asalto de los recuerdos, y al mismo tiempo los olisqueo, en las tiendas que se amontonan tristes sobre la chaussée, en las caras extrañas que cruzo, en las mesas de lata que dejo atrás en la esquina o en el edificio de la Maison Communale que se adivina más allá.
Nuestra guía, cuyo rostro no vemos en ningún momento, ha llegado entretanto al atrio de la iglesia, atraviesa con relativa facilidad el caos de coches que suele haber ahí a toda hora y entra, como quien penetra un templo, al bar de revestimientos de madera habitado por los artistas –jóvenes y no tanto- del barrio, que está en la esquina.
La cámara enfoca ahora a una mujer de expresión generosa que está sentada al fondo contra la pared de roble. La cámara son los ojos de la narradora que avanza hacia donde la espera la amiga y se sienta frente a ella. En una opción estética que podría calificarse de antinatural pero que tiene la ventaja de permitirnos permanecer sumidos en la melancolía, en lugar de escuchar a las dos amigas conversando, a la imagen de ambas pidiendo café y gesticulando, se superpone la voz en off:
Me encuentro con Teresa en el Verschueren y me cuenta: “¿Sabes a quién vi el otro día?” Por el tono empiezo a adivinar. “Estaba en un bar con una amiga y sentí... ¿Viste cuando sientes que alguien te está mirando...? Me doy vuelta y era Gabaldo.” Hace una pausa dramática y yo me quedo esperando que siga. “Estaba flaquíííto”, dice apoyándose en la í, y yo intento imaginarme cómo puede estar aún más flaco que la última vez que lo vi, y me preocupo. “Se ha hecho una trenza en la barba.” “Sí, ya la tenía,” digo, y pienso que quizás ella no lo ha visto hace más tiempo y que entonces tal vez no esté más flaco sino igual, pero de cualquier modo me preocupo. “Me acerqué a su mesa y me invitó a tomar algo con él, pero yo no quise. No tenía nada que hacer pero no quise...” Me quedo esperando que me explique más, al fin y al cabo fui yo y no ella quien tuvo una relación sentimental con él, y agrega: “Ya está, ya pasó, es el pasado. No quería que me enredara...” “Sí, es verdad, él siempre logra enredarte...” Podría haber seguido: con la conmiseración, con el discurso de la solidaridad, con cierto carisma que le pone a sus argumentos... Pero me callé y ella también. Hemos hablado tanto en el pasado de Gabaldo, todo lo que una u otra podría agregar ya lo hemos dicho. Cada una a su manera, las dos lo hemos querido, las dos hemos confiado en él y las dos, por diferentes motivos, nos hemos hartado. Al cambiar de tema, Teresa da a entender que es un capítulo terminado.
La cámara deja ahora a las dos amigas en el Verschueren y da varios saltos mortales, el primero al cielo, por encima de la torre de la iglesia, el segundo, a los adoquines y la vía del tranvía junto a la Maison Communale, luego, a algunas fachadas sobre la avenida Lambeaux y unas plantas en flor en Ducpetiaux, para detenerse por fin en un cielo nublado sobre la prisión.
Al ritmo de las imágenes prosigue la voz en off: La mayor parte del tiempo yo también lo creo así pero a veces, cuando me dejo atrapar por la melancolía de esos años grises, vagando entre mi casa y Saint-Gilles, descubro que hay un algo no resuelto: una parte de mí, la más sombría, se regodea en la tristeza de la Chaussée de Waterloo entre el Parvis y la Barrière y todas esas vidas inmigrantes y sufridas que se arrastran y se esmeran en parecer contentas con lo que tienen y, en ese esfuerzo, resultan todavía más tristes. Yo llevaba una de esas vidas en aquel tiempo. Sintiendo que había perdido todo lo que una persona podía perder, me esforzaba, sin embargo, en seguir luchando y en que nadie se diera cuenta qué fondo había tocado. Nadie, excepto Gabaldo, que a mis ojos cargaba sufrimientos mucho mayores que los míos y por eso, quería creer, me comprendía. Todas esas calles recorridas una y otra vez, con él, o sola, yendo o viniendo de su casa, están teñidas de una tristeza tan honda que parece más verdadera que cualquier posibilidad de alegría.
Recomienza el bandoneón desgarrador, hiriendo el gris del aire por arriba de las copas de los árboles. La cámara baja por la chaussée un poco a los tumbos devolviendo el saludo a algunas caras latinoamericanas que saludan al pasar y vuelve a entrar en el Verschueren. La música acompaña en contrapunto el ritmo de las palabras, subrayando las repeticiones, completando algunas pausas de un largo sonido doloroso.
¿Que cómo era quererlo? Además de lo evidente, quiero decir, además de terriblemente complicado, haciendo frente a iras súbitas e imprevisibles, a apariciones y desapariciones inesperadas, a cualquier hora y obedeciendo a un ritmo tan absolutamente personal y fuera del tiempo que no era raro que me tocara el timbre a la madrugada o que nos dieran las cuatro de la mañana charlando. Además de la situación personal de desamparo que llevaba consigo a todas partes, su dolor por el exilio y las separaciones instalado como forma de vida, y el alcohol que tomaba para olvidarlo. Además de su mala salud. Además de la falta de dinero de los dos, y de provisiones en su casa, por lo que acabábamos a menudo tomando una sopa con pan aquí mismo, en el Verschueren. (Ruido de cucharas contra la loza, evocador) Además de todo eso, ¿cómo era, de qué estaba hecho ese amor...? Difícil definir algo tan incorpóreo, difícil justificar un sentimiento tan poco conveniente. Voy a intentarlo...
A Gabaldo yo lo quise con los huesos. En las noches frías, sobre una cama dura improvisada con mantas tiradas en el suelo, mirando el móvil de colores que colgaba del cielorraso y temblaba con el aire que se colaba por puertas o ventanas, sentía en el contacto de su piel el esqueleto, la estructura ósea menuda y abarcable y, al abrazarlo, pasaba de su cuerpo al mío algo esencial, algo que poco tenía de sensual y llegaba a mí como un consuelo, algo que era del orden de la piedra, mineral, elemental y que parecía el fundamento de toda cosa.
La cámara se ha metido por la ventana a un departamento luminoso pero triste, con un empapelado muy deteriorado y objetos de todo tipo desparramados sobre los muebles y en el piso. La música es más aguda pero mucho más suave hasta hacerse por momentos casi imperceptible.
Por ese abrazo, que parecía sostenerme frente a todos los males, que me colmaba de una ternura honda y vieja de siglos, por ese abrazo que afirmaba una amistad incondicional, y también por algunas miradas, profundas, sonrientes, que desarrugaban por un rato su frente de tantas luchas y complejidades, yo lo quería. Lo quería por quien era esencialmente, un hombre bueno. Lo quiero aún del mismo modo y sé que si lo viera en un tiempo y un lugar exentos de toda ideología, lo abrazaría como antes y recibiría, como antes, esa calidez incondicional.
La voz en off adquiere ahora un tono más racional y amargo para afirmar como entre paréntesis: Pero el problema con Gabaldo siempre fue, como lo es también con mucha gente, la ideología y los rencores que iban con ella. No se puede vivir según una ideología sin renunciar a una parte de humanidad.
Y va cerrando el ‘documental’. La música del bandoneón invade toda la escena mientras vemos a la narradora de espaldas saliendo del bar y alejándose hacia la Porte de Halle.
Sobre la pantalla, una dedicatoria: A Gabaldo, que ya no vive en Saint-Gilles.

Este breve documental ha de verse como se lee un poema, como se observa el vuelo de un pájaro...

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