Interferencias

Interferencia: Acción y efecto de interferir.
Interferir. 3. Comunic. Introducirse en la recepción
de una señal otra extraña y perturbadora.
(Diccionario R.A.E., 21ª edición)


Antes cuando uno hablaba por teléfono, solía haber interferencias, es decir zumbidos, pitidos agudos, alternancia de disonancias técnicas... que impedían oír lo que el otro estaba diciendo. Gracias a los adelantos tecnológicos y a pesar de que actualmente conviven millones de emisores y receptores, esto ya casi nunca sucede. Podríamos afirmar incluso que, en lo que concierne la civilizada sociedad occidental, este tipo de fenómeno está en vías de extinción. Paradójicamente, sin embargo, han surgido nuevos tipos de situaciones que podríamos llamar también interferencias ya que se trata, como dice la definición, de señales extrañas y perturbadoras que se introducen en la recepción de la que nos interesa, impidiéndonos captarla parcial o totalmente. Nos hemos acostumbrado tanto a estas interferencias estos últimos años que ya casi no las percibimos como tales pero están modificando todo el tiempo las relaciones interpersonales y a veces dan resultados sorprendentes.
A continuación me extenderé en dos ejemplos de interferencias que me he esforzado en analizar desde una perspectiva positiva, cosa que no siempre es posible.

Interferencia 1

Me siento en el tranvía de regreso a casa con intenciones de leer. Son las nueve y media de la noche y viajan pocos pasajeros. Pero ni bien abro el libro, una mujer que está sentada justo detrás de mí, marca un número en su móvil e inicia una conversación telefónica. Con una serenidad que no se me parece, comprendo que es inútil intentar leer y guardo el libro en la mochila. La voz de la mujer resuena aguda en mis oídos y me aturde. Un poco porque no me queda más remedio y otro poco por no aburrirme, decido prestar atención a la conversación. La mujer habla con un tal Martin y yo trato de dilucidar qué tipo de relación tiene con él. No hay tanta familiaridad como para suponer que es marido, hijo, hermano o padre. El tono es cordial, sin embargo, con algunos sobreentendidos que yo no entiendo pero que a ellos los hacen reír. La conversación se prolonga lo suficiente como para que yo piense que el objetivo de la llamada era hablar con Martin. Pero en un punto en que han hablado largamente sobre el estado de salud de un(a) tal Reni (‘Reni, Reni...,’ pienso,’me suena ese nombre de alguna parte’), la mujer pregunta sorprendida: “¿Puede venir al teléfono?” y parece que sí, pues se despide de Martin y al cabo de unos segundos está hablando con ella. “O sea que Reni,” me digo, “ha de ser la mujer de Martin o algo por el estilo.”
Ahora el tono de la conversación ha cambiado, ya no es tan risueño, suena más bien un poco preocupado y compadecido por lo que la otra persona está contando. En cierto momento la mujer nombra a la otra no Reni sino Renata y en mi cabeza cae la moneda que pone en marcha el mecanismo de la memoria. ¡Pero claro...! La mujer está hablando con Renata y Martin. Renata, la brasileña que habla hasta por los codos (es natural que la otra casi no diga nada) y su marido Martin, suizo, mucho más medido pero bien dispuesto al diálogo intelectual. A Renata la llamaban Reni, recuerdo, por eso me sonaba. Todo coincide. Sigo escuchando para ver si reúno más elementos que confirmen mi hipótesis: nombres de los hijos, una dirección, algo...Pero están hablando de trabajo. La mujer le cuenta a Renata que ha visto a Geerty (y a mí también me suena de algo este nombre, pero relacionado con una época posterior a aquella en que veíamos a Renata y familia... ¿hace cuánto ya?) y que le ha dicho que está muy contenta con el trabajo que hace (Reni) en la asociación...
Mientras tanto, vamos llegando a mi parada. Un instante dudo si interrumpir o no la conversación para mandarle saludos a alguien que hace mucho tiempo fue, no diré una amiga, pero sí una amistad que solía ver a menudo. Pero enseguida desfilan ante mis ojos las dos consecuencias más probables de mi iniciativa: o bien retomar una relación apabullante y agotadora, o bien, y esto me parece aún más probable, el vacío de la indiferencia. Y ha corrido tanta agua bajo el puente desde entonces... En cualquiera de los dos casos, no vale la pena. Miro por primera vez a la mujer cuyas palabras han interrumpido mi lectura y perturbado mi trayecto rutinario (es un poco gorda, con un físico bastante banal) y me bajo en Jules de Trooz.

Interferencia 2

Es martes 16 de febrero, son las cuatro y media pasadas. En la estación De Brouckère, abarrotada a esas horas, espero el tranvía para volver a casa. Una mujer joven que está sentada a mi lado habla por teléfono. La oigo como quien oye llover hasta que dice:
- Un collègue est décédé.
Un segundo pasa por mi mente la muerte remota de un compañero de trabajo en Buenos Aires. La persona del otro lado pregunta algo así como si lo conocía bien, a lo que ella responde:
- Pas personnellement. Mais je l’avais eu deux ou trois fois au téléphone. C’était un percepteur.
¿Por qué hablar de él entonces? ¿Por qué le afecta a uno la muerte de alguien a quien nunca ha visto, con quien sólo se ha comunicado por teléfono? Hasta que creo entender que lo que le importa en el relato no es tanto la muerte del compañero de trabajo sino la posesión de una información casi confidencial. Es quizás cierto orgullo que percibo por encima del tono apesadumbrado, quizás una muy subjetiva asociación de ideas, lo que me lleva a creer que están hablando del choque de trenes ayer en Halle. La mujer a mi lado explica:
- Il ne se sentait pas bien le matin et il a voulu rentrer chez lui.
Si es cierto lo que adivino, es como si el cuerpo le hubiera avisado al hombre que tenía que subirse al tren para morir...
- [...]
- Pas trop. 40.
Sin duda no demasiado aunque, a los ojos de esta joven, cuarenta años parezcan muchos.

En ese momento entra un tranvía en el andén y la mujer se incorpora para tomarlo. No es el que yo espero. Me quedo en la estación pensando en el destino fatal de un hombre que, aunque no tenga rostro, ya no puedo considerar desconocido.

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