Geografías

Bien dije antes que la casa se repliega sobre sí misma. Lejos de vivir en y con el barrio que la rodea, se separa de él y a sus espaldas invita a construir un lugar fuera del mundo, un espacio autosuficiente que se nutre de la energía de sus habitantes y se aísla de todo aquello que no le gusta.
Toda casa es reflejo de sus habitantes. No es casual que hayamos elegido un espacio que se pueda abrir o cerrar a nuestro antojo, abierto a los amigos, cerrado a veces para concentrarnos en la tarea de crear. Esta es la casa que necesitábamos en este preciso momento. Muy distinta, digamos, de mi casa anterior, donde vivía sola y una semana sobre dos, con mis hijos. Allí, si bien lograba yo crear un espacio propio, su exigüidad y la distribución de las piezas que obligaba a salir a un palier abierto, hacían inevitable la constante interacción con el entorno e impedían una intimidad real.
Pero además, la casa entera, como todas las demás de la calle, se abría sobre ella formando claramente un conjunto que convivía en y con el barrio. El edificio actual, en cambio, una antigua fábrica de espejos, tiene un inmenso portón metálico que la cierra a la calle.
Creo que todos tenemos derecho a aislarnos cuando lo necesitamos. Sin embargo, la cuestión de vivir aislado me suscita algunos interrogantes que van más allá. Me pregunto, por ejemplo, si la mayoría de las viviendas modernas no se construyen según el mismo principio de los espacios virtuales en la red: la casa como ampliación del fuero interno: yo soy el centro que irradia y hacia el cual convergen todos los pensamientos y todo lo que contiene el espacio me confirma en mi convicción de serlo. Una casa como un blog, donde poder regodearme en mi ego hasta el cansancio sin mirar lo que pasa afuera.
Cierto es que el barrio donde vivo no es acogedor, como lo es también que el mundo nos parece amenazante (¿lo era menos en la Edad de Piedra?). Siempre ha sido natural construir espacios donde protegerse. Que los espacios se parezcan a capullos, completamente cerrados al mundo, es más nuevo. Sin contar que los capullos, como un vientre materno, cumplen la función vital de proteger al ser indefenso que está creciendo. ¿Para qué necesitamos capullos seres adultos con todas nuestras facultades desarrolladas? ¿De qué tenemos miedo? ¿De lo que puedan hacernos otros adultos con plenas capacidades? ¿O es que en el fondo nos sentimos tan vulnerables y desnudos como ese gusanito rosado que vive rodeado de cáscara?
Nuestros capullos de hoy, además, parecen estar construidos por miles de espejitos que reflejan nuestros ombligos y nos felicitan por lo geniales que somos. Demasiado bien sabemos que no es cierto, que es un reinado de pacotilla, que no somos más que un puntito en un planeta navegando a la deriva en un universo sin límites conocidos. Por eso, quizás construimos geografías internas que suplan el vasto mundo de cuyo destino nadie está seguro.

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