El temor de lo sagrado



Lo expresa tan bien Violeta Parra en ese verso que dice "volver a sentir profundo como un niño frente a Dios". Lo sagrado es esa emoción que nos embarga cuando, ante la belleza, nos sentimos formar parte de un todo que nos incluye y trasciende, e intuimos, en un instante, las leyes que rigen la vida. La palabra inglesa awe condensa en su brevedad a la vez el asombro y el sobrecogimiento ante la presencia de un misterio que no podemos explicar, sino que debemos aceptar como tal.
Hay algo sagrado en los tres oficios que ejerzo: escritora, profesora y terapeuta. Sagrado no porque se relacione con religión alguna ni porque crea que hay superioridad en su ejercicio. Sagrado porque cada uno de ellos, a su manera, representa un valor no cuantificable. El valor de la presencia humana como misterio insustituible. En los tres casos es esa persona, y no otra, la que está ahí y la que cuenta para expresar lo que está expresando. 

Quizás parezca más evidente esta afirmación al hablar de escritura. Muchos estarán de acuerdo en que la palabra poética revela una voz única que resuena en el alma de cada lector individual.
En una clase, sin embargo, a pesar de que algunos pretendan lo contrario, el profesor, ése que está ahí delante y no otro, y mucho menos una computadora, imbuye de su presencia el estilo de comunicación y aprendizaje entre los participantes, quienes también tiñen, con sus respectivas presencias, la construcción colectiva que es la enseñanza. Así como las voces de escritores y lectores tejen tramas, también construyen redes que nos sostienen los intercambios aparentemente anodinos que suceden en una clase.

En la terapia, en cambio, hay un ser que se expresa y otro que escucha, con suma atención, a esa alma que se va contando. Es la presencia delicada, o no, de ese otro, y no de cualquiera, y mucho menos de una pared, que va dando validez, y quizá sentido, a su experiencia única.

En esos tres oficios que ejerzo, un poco como si fuera la Santísima Trinidad -tres personas en una- , aunque creo que mis afirmaciones se podrían extender a una gran cantidad de oficios que no he ejercido y por eso no conozco bien, la presencia humana es irreemplazable. Lo cual quiere decir que es esa única persona, ese poeta y no otro, esa docente y no otra, ese terapeuta y no cualquiera, con quien estoy hilvanando, cosiendo, remendando, tejiendo o destejiendo algo que nos abarca a los dos o a los tres o a cuantos seamos. Y que, por eso, no da lo mismo leer a otra escritora, tener otro profesor o contarle sus cosas a otra terapeuta. 

No me extraña entonces que, asustados como están de todo aquello que no sea mensurable ni controlable, los poderosos actuales arremetan contra artistas, poetas, intelectuales, docentes y terapeutas. Se trata de publicar solo aquello que se venda y dé ganancia a intermediarios que no han escrito una línea. De crear una enorme cantidad de formularios donde dejar constancia de cada tarea y cada nota que hizo cada participante de una clase. De impedir que ejerzan la terapia personas que no estén convencidas de que sus pacientes están enfermos y ellos los van a curar de su locura. Pero, ¿cómo medir -y ponerle una nota o un precio- a una cierta palabra o inflexión de voz que hizo que comprendiéramos algo esencial? 

Y hay algo más. Para los managers -administradores, contables, informáticos- que nos gobiernan, lo sagrado no existe. O, si existe, es algo raro o mágico que nunca les ha sucedido y que, por tanto, no ha de tenerse en cuenta en ninguno de sus cálculos. Tonterías, cuentos infantiles, que se descartan con un simple ademán. Lo serio, lo importante es lo que hacen ellos, que no pierden el tiempo en ese tipo de estupideces. Y como hemos dejado que sean ellos los que nos dominen, las decisiones que toman van siempre en el mismo sentido o, mejor dicho, en el mismo sinsentido. El que supone que la vida humana no es mejor que cualquier máquina, que todos somos sustituibles y que lo de jugar y pasarlo bien, es cosa de niños, no de hombres serios, con mucho trabajo, como ellos.
Yo creo que, en el fondo, nos tienen miedo a los que sabemos descubrir lo sagrado en cada persona. Y, por eso, desconfían de nosotros como de la peste y nos quieren mantener a raya, a fuerza de burocracia y recortes presupuestarios.

Yo les contesto: ¡abajo los retrógrados maquinistas!  ¡la imaginación al poder!


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