Reinkirchnation


“El verdadero mito es siempre una construcción laboriosa, lenta y espontánea
-y, en general, no funciona cuando está armado desde el poder. Pero ésta es una
tentativa muy intensa de producir un mito. Hay que reconocerles cierta audacia:
no es fácil armar un héroe popular a partir de un rico que empezó su fortuna
desahuciando deudores morosos para quedarse con sus casas.”
Martín Caparrós, Argentinismos



Personajes

Los personajes pertenecen a cuatro ámbitos diferentes:

Personajes del entorno presidencial:

- Cristina, la Presidenta
- Los de la Rémora, a saber:
- Una mujer joven llamada Marta
- Un hombre joven llamado Carlos
- El profe
- El licenciado Fernández
- Chiquiloff

Los Fernández:
Funcionarios de poco rango o personal de seguridad que se mueven en un espacio intermedio entre el entorno presidencial y la gente del país gris.
- Fernández 1
- Fernández 2
- Fernández 3
- Fernández 4
- El correntino

La gente del país gris:
- Los de las sillas, cuatro telespectadores con las bocas tapadas y atados a sus sillas
- Salustriana, mujer jujeña vestida de Colla
- Un intelectual
- Un escolar
- Una maestra
- Una historiadora
- Un plomero
- Una arquitecta
- Un albañil
- Un agricultor
- Un panadero
- Un ama de casa
- Un horticultor
- Un carnicero
- Un mecánico
- Un caminero
- Un sindicalista
- Un taxista
- Una lavandera

El más allá:
- La Rata
- El juez del más allá

1


Departamento de gran lujo en el que se nota un gusto por la ostentación y los gadgets de moda. Salita con sillones. Todo está arreglado e impecable. A la izquierda, una puerta abierta que da al baño... En la puerta hay un espejo de cuerpo entero.

De pie delante del espejo, una mujer cincuentona pero joven para su edad a golpes de cirugía, está dando los últimos toques a su maquillaje. Lleva el pelo largo, suelto, una falda por encima de la rodilla y una blusa escotada.
De repente, justo cuando la mujer se vuelve hacia la platea para salir, una rata de tamaño considerable cruza la escena y va a esconderse en un hueco entre los muebles y las paredes. La mujer pega un alarido estremecedor y se encarama encima de un banquito sin dejar de gritar. Al punto, dos puertas se abren y entran a la salita un hombre y una mujer jóvenes que acuden solícitos al auxilio de la dama.

Mujer joven.
Señora...

Hombre joven.
 Presidenta...

Mujer joven.
Oímos sus gritos.

Hombre joven.
¿Qué le pasa?

Presidenta.
¡Una rata! ¡Ahí! (señala el lugar donde la vio desaparecer)
¡Ahí! ¿No la ven?

Los jóvenes se empeñan en mirar hacia el lugar donde señala la Presidenta pero no ven nada. Desamparados, se vuelven y preguntan:

Hombre joven + Mujer joven.
 ¿Dónde, señora presidenta, dónde, dónde?

Presidenta.
 Ahí, se metió ahí, tiene que estar. ¡Busquen, tarúpidos! No se puede haber ido, tiene que estar.

Hombre joven.
Pero, señora, una rata, se puede haber metido por cualquier parte...

Presidenta.
(Sigue en el banquito, cada vez más histérica)
¿Acaso le pedí su opinión? ¿No les pago para que me obedezcan? ¡Busquééééééén! ¡Y encuéntrenlaaaaaa! ¡Ya!



Hombre joven + Mujer joven:
(Temerosos, haciendo ligeras inclinaciones de sometimiento)
Sí, señora presidenta, lo que usted diga, señora presidenta...

Los dos se agachan y empiezan a mover muebles y objetos que pudieran ocultar la rata. Pero el roedor ha desaparecido. Después de un buen rato de búsqueda, los jóvenes se atreven a ponerse de pie y, avergonzados, confiesan:

 Hombre joven + Mujer joven:
 (Tartamudeando)
 NNNNNo está...

Presidenta.
¡Imbéciles! ¡Inútiles! El Estado argentino les paga para que se encarguen de mi seguridad y ni siquiera son capaces de atrapar una simple rata.
(Llama) ¡Máximooooo!!!

Mujer joven.
(Muy bajito, con temor)
Señora.... El niño salió anoche y se acostó tarde. Está durmiendo.

Presidenta.
(Sin importarle, gritando cada vez más fuerte, siempre desde el banquito)
 ¡Máximo, Máximo, Máximo, Máximo....!

Una puerta del fondo se abre y aparece un tipo grandote y bastante desagradable, con aires de matón. Su mirada va de la presidenta parada en el banquito a los jóvenes obsecuentes, pero se queda muy quieto en el umbral sin decir nada.

Presidenta.
 (Interrumpiendo de inmediato su actuación histérica; autoritaria)
 ¿Qué pasa, Fernández?

Fernández 1.
 Lamento interrumpirla, señora Presidenta, pero la están esperando para la reunión.

Presidenta.
 (Bajándose del banquito y alisándose la falda, pasando en el acto a otra cosa)
 Dígales que ya voy, Fernández... Y mándeme a gente de seguridad a inspeccionar todo el departamento, que no se vayan hasta que no encuentren la rata, ¡viva o muerta!

Fernández 1.
Sí, señora.

Presidenta.
Y ustedes... (Apostrofa a los dos jóvenes como una directora de escuela lo haría con dos estudiantes de secundario)
¡Bajen con él, así explican la situación!
(Los dos se repliegan hacia la puerta.)
No, usted mejor se queda conmigo, Marta. (Le hace una seña con la mano y la mujer joven se acerca.)
Carlos irá con usted, Fernández.

Fernández 1.
Sí, señora.

Presidenta.
(Recapacitando, a Marta)
 Aunque... si vuelve la rata, usted no me será de mucha ayuda...

La mujer la mira, a la expectativa de sus palabras, sin atreverse a dar una opinión.

Presidenta.
¿Se imagina? Las dos chillando arriba de una silla... La nota de tapa que nos saca Clarín si se entera...

Marta le festeja el comentario con una risita forzada.

Presidenta.
 (Con un gesto de la mano)
Vaya nomás... Disponga, Fernández.

Fernández 1.
Sí, señora.

Presidenta.
 ÉLLLLL.... me protege.










2


Horas más tarde en el mismo departamento. Un grupo de 5 hombres armados de todo tipo de implementos raticidas busca por todos los rincones a la rata. Son Fernández 1, Fernández 2, Fernández 3, Fernández 4 y el correntino. Están hartos y quieren irse pero temen la reacción de la Presidenta que debería llegar de un momento a otro.
Se abre una puerta del fondo y aparece ella. Viene de mal humor y trae las sandalias de taco en la mano.

Presidenta.
 ¿Y? ¿No me van a decir que todavía no la encontraron?

Se sienta en un sillón y deja caer las sandalias.
Uno de los hombres da un paso hacia delante.

Presidenta.
¿Fernández?

Es otro Fernández. En este punto comprendemos que todos se llaman igual.

Fernández 2.
Señora presidenta, hemos buscado hasta en el último rincón... Los compañeros son testigos...
(Busca apoyo en ellos con un gesto: todos asienten al unísono.)
Revisamos cada cajón, cada estante, cada zócalo, cada compartimiento, hasta los caños de desagüe del jacuzzi...

Ella sigue enfurruñada, con la mirada baja. Ante su silencio, otro se envalentona, da un paso al frente y toma la palabra. Es correntino.

El correntino.
Por toíiiitas partes buscamos, doña presidenta. Le juro por Diosito y la Virgen de Itatí... No ehtá. La rata no ehtá.

Fernández 2.
Lo que dice acá el compadre es cierto. El celo que han puesto los compañeros...

El correntino.
Hemos revuelto cielo y tierra pero no hay na’ que hacer: ¡no ehtá! La rata no ehtá. Si parece cosa ‘e mandinga...

Fernández 2.
Le presentamos todas nuestras excusas, señora presidenta...

Presidenta.
 (Interrumpiéndolo. A medida que habla, se va dando manija, termina subiéndose al banquito amenazante)
 ¿Quiere que le diga cómo se llama un hombre como usted, Fernández? ¿Quiere que le diga? ¡Un traidor! Eso es lo que es, ¡un traidor! Cuando élllll estaba conmigo, naaaadie se atrevía a tratarme así. Ahora que no está, los tipos como usted, se aprovechan de mi condición de mujer sssssolllla para mentirme y hacerme sufrirrrr. Pero ¿sabe qué? Llegará el día... Llegará el día... ¡Ya verá! Los traidores como usted, siempre pagan. Y no es que lo diga yo. Noooooooo. Es algo mucho más fuerte, como le diré, es el destino, es la patria, que se lo cobran. Porque el dolooooooor
(la mano en el pecho, dramática),
el dolooooooor que yo siento desde que éééééél no está. Que pueda ser taaaaan crrruel con una pobre mujerrrr soooollla.... ¡Retírese! ¡Fuera de mi vista! ¡Todos! ¡Que no los vea!

Los cinco, que han escuchado el discurso, pálidos e inmóviles, sin atreverse a decir ni mú, se dirigen hacia la puerta con cierto alivio. Cuando ya están en el umbral, la Presidenta, aún sobre el banquito, lanza:

Presidenta.
 ¡Usted!

Fernández 3.
 (Temblando)
¿Yo?

Presidenta.
Sí, usted. ¿Cómo se llama?

Fernández 3.
Fernández. Para servirla, señora Presidenta. (Haciendo una reverencia)

Presidenta.
 (Haciendo un  gesto de displicencia con la mano)
 Disponga nomás.


















3



Un rato después. La presidenta está sentada en el saloncito en penumbras. Sigue descalza y está a punto de quedarse dormida.
De repente, como si saliera de ultratumba, una voz de hombre, imperiosa, un poco rasposa y seca, llama: ¡Cristíííí-na!
A ella se le abren los ojos como platos, enciende una luz y no se atreve a moverse, de miedo.

La voz de Néstor.
¡Cristíííí-na!

La presidenta está pálida, paralizada en una mueca de terror.

La voz de Néstor.
¡Cristíííí-na!

Presidenta.
(Apenas audible, temblorosa)
 ¿Néstor?

La voz de Néstor.
Sí, Cristina, soy yo.

Presidenta.
(Tartamudeando)
 Pero... estás muerto. Yo te vi, muerto. Los chicos te vieron muerto. Todos te vimos muerto. ¿Cómo puede ser?

 La voz de Néstor.
 (Meditativo)
¡Mujer de poca fe!

Presidenta.
Te moriste. Así, paf, de repente. Te velamos. Te enterramos... No puedo estar hablando con vos. ¡Decime que no puedo estar hablando con vos! ¡Alucino!
(Se para y comienza a pasearse por la habitación.)
¡Me estoy volviendo loca!
(grita y se agarra los pelos.) ¡Aaaaah! ¿Me estaré volviendo loca? Es lo que me faltaba... ¡Aaaaah!

La voz de Néstor.
¡Calmate, Cristina, por favor!

Presidenta.
La voz de un muerto me habla y me dice que me calme. ¡No puede ser!
(a la voz, con saña) ¡Estás muerto, re-muerto, requete-muerto! ¡Yo te vi! Te toqué: estabas frío. Máximo te tocó. El médico te tocó. Fernández te tocó. Estabas requete-muerto. Entonces te enterramos. ¡No puede ser que me estés hablando ahora! ¡No puede ser!

La voz de Néstor.
¡Cristina!

Presidenta.
 ¡Callate!

 La voz de Néstor.
 (Un poco más autoritario)
 ¡Cristina! ¡Oíme!

Presidenta.
¡Callate, que me desconcentrás!

 La voz de Néstor.
 (Bastante más autoritario)
 ¡Cristina!

Presidenta.
No, no quiero oírte. Ya te oí durante los quichicientos años que estuvimos casados. Ahora estás muerto y no me podés mandar. La presidenta soy yo ahora. Yo decido: así que si no quiero, ¡NO-TE-OI-GO! ¿Me entendés? Yo, yo solita, tuve el 54% de los votos. Yo. ¿Me entendés? Yo decido a quién oigo y a quién no. Yo decido lo que hago. Yo decido lo que se hace: acá y en todas partes. ¿Me entendés? ¡Vos te moriste! Yo estaba harta ya de escucharte y obedecer. Ahora estás muerto. Ahora me toca a mí. Yo soy la presidenta, ¿me entendés? Además, no me podés estar hablando porque estás muerto. ¡MUER-TO! ¡MUER-TO! ¿Me entendés?

La voz de Néstor.
 (Definitivamente más autoritario)
 ¡Cristina! ¿Te vas a callar, mujer?

La presidenta, asustada, tiene un acceso de llanto.

La voz de Néstor.
¿Me oís? ¿Me vas a oír ahora?

Ella asiente levemente con la cabeza.
De debajo del sillón de dos cuerpos donde está sentada, sale una rata gigantesca. Ella vuelve a pegar un alarido como al principio y se para sobre el silloncito.

Presidenta.
¡Aaaaaah, la rata, otra vez la rata!

La Rata.
 ¡Cristina!


Presidenta.
 (Temblando, con un ataque de histeria)
 ¡Aaaaaah, la rata habla! ¡No puede ser!

La Rata.
¡Cristina! ¡Soy yo!

Presidenta.
 (Tartamudeando)
 ¿Quién?

La Rata.
 Soy yo, Néstor.

Presidenta.
¿Qué? ¡No puede ser!

La Rata.
¡Mujer de poca fe!

Presidenta.
 (Tartamudeando)
 Pero...

La Rata.
 Soy yo. Reencarnado...

Ella se tranquiliza y lo mira de frente.

Presidenta.
 ¿Y por qué no reencarnaste en pingüino?

La Rata.
 (Humilde)
 No soy yo quien decide, Cristina.

Presidenta.
 (Incrédula)
 ¿Ah, no?
(Pausa.) ¿Y quién...?

La Rata.
 (Tratando de ser razonable)
 Hay muchas cosas que tengo que explicarte. Por eso vine.

La rata se sienta en otro sillón con intenciones de entablar una larga conversación. Desde su sofá, ella lo estudia para ver si descubre rasgos en común con el antiguo Néstor. Guarda distancia, escéptica. De repente parece descubrir algo pues se pone jocosa.


Presidenta.
 Podrías haber aprovechado para arreglarte los ojos. Digo, ¿no? Porque de esas cosas medio mágicas debe haber mucho allá, ¿no? ¿Cómo es? No, mejor no me cuentes que me da... ay, no sé qué... También podrían haberte sacado la barriga. Qué les costaba, ¿no? Y ese gris no te sienta nada. ¿No podés pedir que te cambien? Un poquito aunque sea: un color más vivo... Bueno, ya sé que estás muerto, pero es un decir... Algo menos pálido: no te va bien eso. Y al final no me dijiste por  qué no te dejaron ser pingüino...

La Rata.
Si me dejaras hablar... ¿Cómo fue que me dijeron?

Presidenta.
¿Quién, quién te dijo?

La Rata.
(Cerrando los ojos para recordar)
“El pingüino es un ave muy simpática, pacífica, fiel, que cuida con amor a su comunidad...”

Presidenta.
¿Y vos no les dijiste que fuiste presidente, y antes gobernador, y que te hicimos un mausoleo y todo...?

La Rata.
 Les dije, sí. También los llevé a ver el mausoleo. Y les mostré a la gente llorando.

Presidenta.
¿Ah, sí? ¿Los llevaste? ¿Yyyy?

La Rata.
Es gente muy dura. No se deja conmover, Cristina.

Presidenta.
Y yo que pensaba que todos nos querían. No se puede confiar ni en el más allá. ¡Traidores, hijos de puta!

 La Rata.
 (Conmovida, sentándose junto a ella en el otro sillón)
 ¡Esa es la piba que a mí me gusta! ¡Vamos, Cristina, todavía!

Ella, halagada, venciendo un poco la repugnancia que le causa su aspecto, deja que le ponga el brazo peludo por encima del hombro.

Presidenta.
¿Y...?

La Rata.
(Quitando el brazo del hombro de la mujer)
 Y nada.
(Introspectivo) Cuando estaba por morirme, vi desfilar toda mi vida en un segundo. Es cierto eso que dicen... que ves pasar tu vida en un segundo...

Presidenta.
¿Y qué viste?

La Rata.
 (Confesando)
¿Te acordás de la mujer ésa que no podía pagar la hipoteca...?

Presidenta.
¿Cuál...? ¿La del marido gordo?

La Rata.
No, no...

Presidenta.
¿La vieja, la que siempre se enojaba?

La Rata.
 No, no... La bajita...

Presidenta.
No me acuerdo.

La Rata.
Pero sí... Una bajita muy laburadora. Me pidió que la esperara un poco para garpar y yo le prometí que sí. Pero al día siguiente fuimos con la policía y la desalojamos. A ella y a toda la familia... El odio con que me miró, no me olvido más. Quiero decir, yo creía que me había olvidado... Pero su cara, fue una de las que vi antes de morir.

Presidenta.
Bueno, pero eso no es tan grave, ¿no? Era una más, una entre tantos. ¿Qué importa que se hubiera quedado sin casa?

La Rata.
Eso fue lo que les dije yo. Que qué importaba... si al fin había cientos que se habían quedado sin casa en esa época, que lo único que hacíamos era cumplir con la ley. Si no pagaban la hipoteca, los desalojábamos. 

Presidenta.
Obvio...

La Rata.
 “¿No se da cuenta de lo que está diciendo?,” dijeron ellos.

Presidenta.
¿Ellos, quiénes?


La Rata.
Mirá. Es difícil de explicar. Resulta que cuando te morís, llegás como ante una especie de tribunal.

Presidenta.
¿San Pedro y esas cosas...?

La Rata.
Sí.
(Recapacita.) No.
¿Cómo te explico? Es como si te pusieran en un scanner y ahí ven todo lo que hiciste. O todo lo que sos.

Presidenta.
 ¿Ven, quiénes?

Durante el diálogo que comienza entre la rata y alguien del más allá, hay dos opciones de puesta en escena: o bien un solo actor representa a los dos personajes, o bien se crea una sub-escena (mediante juego de luces, por ejemplo) que representa el más allá y en la que está el juez, personaje sabio vestido con una túnica, del que emana cierta luminosidad. La rata se vuelve hacia la Presidenta o hacia el juez en función del diálogo.

La Rata.
Ellos. No sé muy bien quiénes son. Un tribunal de justos, dicen que son. No les ves las caras. Yo por lo menos no se las vi. Y bueno, me pusieron ahí, en el scanner, y me dijeron:

El Juez del Más Allá.
Todo esto es muy oscuro y muy tenebroso. Lo peor es que no hay conciencia. Veo a miles de personas sufriendo a causa de usted. Incluso veo a sus hijos y a su mujer padeciendo a causa de usted. Y usted, lo más campante, como si nada... Su alma es un agujero negro.

Presidenta.
¿También te hablaron de mí?

La Rata.
Sí.

Presidenta.
Entonces se dieron cuenta que yo sufría por vos.

 La Rata.
 (Admitiendo, a su pesar): Y... sí.

Presidenta.
Tan malos no deben ser entonces, ¡porque eso es verdad! Mirá que me gritabas y pegabas vos, ¿eh?


La Rata.
 (Meloso): Tan malo no era, Cristinita, ¿eh?

Presidenta.
 Soltame. No me toques.

La Rata.
 (Soltándola) Bueno, bueno, no te pongas así...

Pausa.

Presidenta.
Terminame de contar...

La Rata.
Después de pasarme por el scanner, me dijeron:

El Juez del Más Allá.
 Su alma es tan oscura que debería arder eternamente en el infierno. Pero descubrimos la presencia de un único recuerdo que prueba que no carece totalmente de conciencia...

Presidenta.
¿Cuál?

La Rata.
Lo de la bajita laburadora.

El Juez del Más Allá.
La cara de odio de la mujer ha despertado en usted un sentimiento de culpa que prueba que tiene conciencia. Por eso, en vez de mandarlo directamente al infierno, le vamos a ofrecer la oportunidad de la reencarnación.

Presidenta.
¿Y cómo es eso? ¿Uno puede elegir?

La Rata.
(A Cristina.) Eso es lo que yo creía. Así que ahí nomás les dije:
 (Al Juez del más allá) Miren, a mí me decían el pingüino. Como era de Santa Cruz y eso... Así que no estaría mal que me transformaran en pingüino, ¿no? Por una cuestión de marketing.

El Juez del Más Allá.
Usted no ha comprendido nada, señor Kirchner. No es usted quien va a elegir.

La Rata.
¿Ah no?

El Juez del Más Allá.
¿Pretende burlarse de nosotros? El hecho de haber sido presidente no le da ninguna prerrogativa. Acá son todos iguales, realmente iguales.
La Rata.
Bueno, no se ponga así. Era solo una idea.

El Juez del Más Allá.
Mire, señor, el pingüino es un ave muy simpática, pacífica, fiel, que cuida con amor a su comunidad... Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que es casi el polo opuesto a usted.

La Rata.
 (Muy bajito, estilo Carlitos Balá) Eso, eso... viven en el polo.

El Juez del Más Allá.
(Haciendo oídos sordos al comentario.) Además están en peligro de extinción. Desgraciadamente los canallas como usted, no.

Presidenta.
 ¿Canalla? ¿Te llamó canalla? ¿Y no te defendiste?

La Rata.
 (Muy insegura y humilde): Y... no. ¿Qué podía decirle? Si habían visto todo...

El Juez del Más Allá.
 Hemos decidido hacerlo reencarnar en...

Presidenta.
 (Interrumpiendo.): ¿En vaca? Digo... por lo del campo.

El Juez del Más Allá.
(A Cristina, con autoridad.)¿No puede quedarse callada un momento...?
(A la Rata.) La vaca es un animal noble y sacrificado, que da todo lo que tiene al ser humano. ¿Ve acaso puntos en común entre ella y usted? Mire, se trata de encontrar un animal que lo represente lo mejor posible. Habíamos pensado también en una mosca tsé-tsé, por eso de que hizo que todo el mundo cayera en un profundo letargo que le impide ver lo que pasa. Pero no viviría lo suficiente para darse cuenta de las consecuencias ni lograría comunicarse con bastante eficacia con los vivos. Así que finalmente hemos decidido que reencarne en rata.

La Rata.
 (Con repugnancia.) ¿En rata?

Presidenta.
 (Con asco) ¿En rata?

La Rata.
Pero sí, Cristina, ¿no te diste cuenta? ¿No me ves?

Presidenta.
¿Y por qué en rata?


La Rata.
Bueno, eso fue lo que pregunté yo.

El Juez del Más Allá.
(Con autoridad.) Ante todo, doctor, voy a hacerle un cumplido. Sus capacidades de adaptación ante cualquier situación son proverbiales. Y en esto es igualito a la rata. Durante el gobierno militar, usted supo fotografiarse con los generales y aprovechar la coyuntura para hacerse de unas propiedades...

Presidenta.
 (Interrumpiendo.) Bueno, pero eso no tenía nada de malo, ¿no?

La Rata.
Eso fue lo que le dije yo. Que, al fin, alguien tenía que quedarse con esas casas, ¿por qué no nosotros?

El Juez del Más Allá.
Por supuesto, doctor. Lo que dice no hace sino confirmarnos en nuestras hipótesis: que su capacidad de adaptación no tiene límites... ¿Se preguntó alguna vez, en todos esos años, qué le pasaba a la gente que se quedaba sin casa?

Presidenta.
 (Le sale automáticamente): Algo habrían hecho...

La Rata.
Eso fue lo que le dije yo...

 El Juez del Más Allá.
 (Con autoridad pero a la vez halagándolo) Y después, durante el gobierno de aquel mandatario de cuyo nombre no quiero acordarme porque es yeta... ¡usted fue un capo, el rey de la astucia! Le supo seguir el juego y sacar ventaja como casi ninguno... ¿se acuerda? No, si ya sé que no le conviene recordar su papel esos años, porque queda mal con los partidarios de ahora... Pero acá (señalando el más allá) no nos olvidamos de nada.

La Rata.
 (Protestando.) Pero la gente quería que privatizáramos...

El Juez del Más Allá.
Mire, eso se podría discutir largamente... Pero admita que es poco probable que la gente quisiera que vendiera el petróleo y además se quedara usted con la plata. Si eso no es capacidad de adaptación a los tiempos...

La Rata.
 (Justificándose.): Yo le puedo explicar...

El Juez del Más Allá.
No, si no hace falta que explique nada... Está clarísimo.


Presidenta.
Me parece que exageran, che. Si no era para tanto. Todo el mundo quería sacar una tajada...

La Rata.
Eso fue lo que yo le dije.

El Juez del Más Allá.
 (Expresando gran satisfacción por el argumento que va a exponer) La rata (pausa) no tiene conciencia. Es más, carece totalmente de escrúpulos.

Presidenta.
¿Qué son escrúpulos?

Se proyecta una diapositiva sobre la pared del fondo del escenario en que puede leerse la definición de escrúpulo dada por la RAE.

Escrúpulo 1. m. Duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo.

La Presidenta la lee en voz alta. Se queda pensativa un momento y después dice, muy suelta de cuerpo,

Presidenta.
Yo nunca he sentido nada parecido a eso.

La Rata.
Ni yo.

El Juez del Más Allá.
El último que dijo eso fue el General...

Presidenta.
¡Qué honor! ¿no? Porque si lo dijo el General...

La Rata.
Eso fue lo que les dije yo.

Presidenta.
¿Y él también reencarnó en rata?

La Rata.
Parece que sí. Aunque no estaban seguros. Parece que cuando lo traían de vuelta para acá, el viejo se les escapó. Así que en realidad nadie sabe qué pasó con él...

Presidenta.
Astuto el viejito...
La Rata.
Eso fue lo que pensé yo. Y ahí me asusté porque me respondieron como si me hubieran leído el pensamiento.

El Juez del Más Allá.
Mire, señor, que nosotros no sepamos qué le pasó, no significa que se haya salido con la suya o que le haya ido bien. Hay instancias más altas...

Presidenta.
 (Sorprendida, con un suspiro.): ¡No me digas...!

La Rata.
Y sí, Cristina, nosotros que creíamos que controlábamos todo... ¡Hay montones de gente por arriba de nosotros!

Presidenta.
¡Qué pena! ¿no?
(Seria, retomando el control.) Lo importante es que nadie se dé cuenta.
(Pensativa, súbitamente desconfiada.) ¿Pero vos viniste a contarme todo esto? ¿Para qué? (Aún más desconfiada, se para y va hacia él, amenazante.) ¿No serás trucho vos?

Surgen del fondo del escenario un grupo de muchachos y muchachas con una pancarta grande que dice “La Rémora”. Cantan con la música de ‘Viva la vida’ de Palito Ortega.

Los de “La Rémora”.
 ¡Viva Cristina, viva Cristina, viva Cristina, viva el doctor!
¡Viva Cristina y el kirchnerismo que en este mundo son lo mejor!

Presidenta.
 (a los de La Rémora) El doctor está muerto. Y todo el mundo dice que yo soy mucho mejor que él.

Los de “La Rémora” vuelven a cantar pero esta vez, cuando llegan a “y el doctor” bajan la voz y hacen un gesto de ponerlo entre paréntesis.

Los de “La Rémora”.
¡Viva Cristina, viva Cristina, viva Cristina (y el doctor)!
¡Viva Cristina y el CRISTINISMO que en este mundo son lo mejor!

La presidenta, delante de ellos, hace unos pasos de baile, demostrando cuánto la halaga el poder.

 La Rata.
 (Rastrera, sumisa) Cristina, Cristinita, por favor, ¿cómo voy a ser trucho? ¡Soy yo!

Los de “La Rémora”.
 (Marcando el ritmo) ¡Tru-cho, Tru-cho, Tru-cho, Tru-cho!

 Presidenta.
 (A la rata) ¿Ves?
La Rata.
(Tratando de ser persuasiva) ¡Cristíiiiiina...! ¡Vos y yo sabemos que los de La Rémora no sirven más que para repetir consignas! Si los inventamos nosotros...

Presidenta.
La Rémora la inventó Él (apoyándose en la L).
(Acusadora) Vos sos una rata. Rastrera, inmunda, come-mierda.

Los de “La Rémora”.
 (Marcando el ritmo) ¡come-mierda, come-mierda, come-mierda, come-mierda!

La Rata.
No te hagás la caribeña, nena, que no te va...
(Pausa.) ¿Me vas a oír?

Los de “La Rémora”.
 (Interrumpen con cánticos)
Néstor tenía un carrito/ Cristina se lo quitó/ Néstor salió llorando/
¡Cristina salió campeón-aAAA!

La Rata.
¿Podés decirles a estos pelotudos que se callen, que tenemos que hablar vos y yo?

Presidenta.
Si les decís así, no se van a callar. Prueba de que no sos ÉÉLLL. ÉÉLLL nunca habría dicho una cosa semejante. ÉÉLLL los quería, los trataba con respeto. A ver, ¡tratá de decirles lo mismo con respeto! A ver... ¡probá!

La Rata.
Cristííína, no me vas a humillar así...

Presidenta.
A ver... ¡probá! A ver...
(A los de La Rémora) Aquí el compañero quiere pedirles disculpas...

Uno de “La Rémora.
 Pero si es una rata...

Suelta una carcajada. Los otros lo imitan.

Los de “La Rémora”.
 (A coro) ¡Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta!

La Rata.
Compañeros, soy yo, Néstor.

Los de “La Rémora”.
¿Néstor, vos?

La carcajada redobla en fuerzas. Los de La Rémora se pliegan en dos de risa.
Los de “La Rémora”.
¿Ahora resulta que las ratas hablan...? ¡Y las vacas vuelan! ¡Y la soja, muchachos, la soja es mejor que la coca!!!
(Siguen riéndose. Retoman el “viva Cristina”)

La presidenta los mira enternecida un momento, como una madre con sus hijos guapos, y después golpea las manos como quien anuncia el fin del recreo.

Presidenta.
 (Golpeando las manos) ¡Muchachos, son fantásticos! Estoy muy orgullosa de ustedes. Son la flor de nuestra juventud. ¿Qué sería de mí sin ustedes? Pero ¡qué digo!, ¿qué sería del país sin su alegría? Pero, ¿saben qué...? Ahora papá y mamá tiene que discutir algunas cositas, así que mejor los chicos se van a la cama, ¿sí, amores?

Los de “La Rémora”.
 (A coro): ¡Sí, mamá...!

Presidenta.
¿Mamá qué?

 Los de “La Rémora”.
 (A coro): ¡Mamá Cristina!

Ella los aplaude. Ellos le tiran besos y se van.




  






Interludio


En medio del escenario, una inmensa pantalla de televisión, perpendicular al público, pero ligeramente inclinada, de modo que actúa a la vez como un biombo que separa el espacio en dos y como la tele que es, en la que se ven desde la platea las imágenes que iremos describiendo. Cuando comienza la escena, sobre la pantalla se proyecta un cartel de colores chillones que anuncia “El país de Cristina”.
A la derecha de la pantalla hay un país “gris” de mucha pobreza, sordidez y desamparo, en el que se mueve un total de 9 actores que no siempre estarán en escena simultáneamente y que irán representando distintos roles según se indica.
A la izquierda hay 8 personas sentadas en sillas que miran hacia la pantalla. Todos ellos tienen las manos y los pies atados, así como las bocas tapadas con pañuelos, de modo que solo pueden expresarse con las señas y los sonidos limitados que pueden hacer en esas condiciones.
Entre los de las sillas y la pantalla, apuntando a la misma y situados en puntos clave, hay dos camarógrafos que van a filmar el programa televisivo.
Por la puerta del fondo entra uno de La Rémora con música triunfal y juegos de luces, y se para delante de los de las sillas para darles clase.

El profe.
 (Cool) ¡Hola, chicos! ¡Qué bien los veo hoy!

Los de las sillas golpean como pueden el suelo con los pies y/o hacen muecas de desagrado para mostrar desacuerdo, pero el profe ni se inmuta.

El profe
¡Sííí! Ya sé que les encanta esta actividad. Pero no se impacienten, no se impacienten que ya empezamos...
(Se oyen aplausos grabados y silbidos de festejo.)
¡Qué entusiasmo, qué alegría, qué maravilla! ¡Chicos, me muero!
(Hace como que se va a desmayar de la emoción y redoblan los aplausos grabados.) Una vez más, aquí, juntos, para presentarles, ¡en directo y a todo color!, ¡“El País de Cristina”!
(Esto último dicho con pausas dramáticas y gestos exagerados de emoción. Vuelven a recomenzar los aplausos.)
(Como en un aparte.) Ah, me van a matar un día estos muchachos... Bueno, les decía... Hoy tenemos como invitado nada menos que al Licenciado Fernández...

Por la puerta del fondo entra el Lic. Fernández, también con música triunfal y juegos de luces.

El profe.
 Aplausos, chicos, por favor, aplausos para el Lic. Fernández, sociólogo de la Universidad de Río Gallegos, que nos viene a contar lo bien que está nuestro país gracias a... ¿a...?

Voces grabadas.
 ¡Cristííína!

Los de las sillas están mudos y miran para abajo.

El profe.
 Sí, señor. Con seguridad. Gracias a Cristina.

Más aplausos y silbatinas de festejo. Los de las sillas siguen mudos y mirando para abajo.
El profe hace un gesto con los brazos como para apaciguar al público y mientras tanto, el Lic. Fernández ha llegado junto a él y sonríe con sonrisa comercial.

El profe.
 Licenciado Fernández, ¿cómo le va? ¿Cómo está usted?

Lic. Fernández.
(Con entusiasmo) ¡Muy bien, mi querido amigo! Imaginesé... Viviendo como vivimos en este país maravilloso donde hasta los dirigentes populares tienen jacuzzi y todos somos felices...

El profe.
 Es verdad. Desde que está Cristina, ya no tenemos ningún problema. Todos han desaparecido como por arte de magia. Pero quizás pueda usted ilustrarnos con algunos ejemplos...

Lic. Fernández.
 ¡Cómo no, querido, cómo no! Sin ir más lejos... La desnutrición ha sido completamente erradicada de todos los rincones de la patria.

A uno de los que están sentados le sale un “mpfff” muy elocuente y, del otro lado del escenario, en la parte gris, vemos a niños hurgando la basura. En la pantalla vemos una foto en colores de niños muy bien alimentados y felices.

El profe.
 (Dirigiéndose a los de las sillas, señalando hacia la pantalla –y en consecuencia, involuntariamente, hacia el otro lado del escenario- autoritario)
 Éste es el país de Cristina. Un país donde todos los chicos comen bien ¡y van a la escuela!

En la parte gris vemos a una pobre maestra tratando de dar clase en una escuelita del interior con lo mínimo. En la pantalla, una foto en colores de niños bien alimentados y con impecable guardapolvo blanco en una escuela nueva y perfecta.

El profe.
 Los enemigos del pueblo, los traidores, complotados con algunos medios que no quiero nombrar, nos acusan de modificar las cifras para que no se vean las desigualdades. ¿Qué responder a esto, querido Licenciado?

Lic. Fernández.
 Lo dicho: son traidores. Cualquiera que se oponga a Cristina es un traidor.

En la pantalla un cartel muy bonito dice:

Crecimiento...................................................200%
Inflación..........................................................0%
Educación.......................................................100%
Desnutrición...................................................0%

En la parte gris vemos una oficina del INDEC (un cartel lo indica claramente) donde varios funcionarios se rascan la cabeza, hacen cálculos, escriben y borran números.

El profe.
 ¿Y qué se hace con los traidores, Licenciado?

Lic. Fernández.
¿Los traidores? ¡Se borran!

En la pantalla se proyecta un cartel que dice:

MUERTE A LOS GORILAS Y A LOS OLIGARCAS VENDEPATRIAS

Se oyen bombos y cánticos grabados que dicen: ¡Cris-ti- na! ¡Cris-ti- na! ¡Cris-ti- na!

En el país gris vemos a un indígena, una persona humilde del interior, un maestro, un campesino, un intelectual, un artista, una mujer con traje de colla... gente de distintos sectores, cada uno de ellos bien caracterizado para que se lo reconozca, todos con los brazos caídos, en un gesto de desamparo e impotencia.

De repente sucede algo que no estaba previsto. Del grupo de la gente del país gris, se desprende una mujer del interior, una jujeña vestida de colla, y se asoma por el costado de la pantalla hacia el espacio donde están el profe, el licenciado y los de las sillas.
Los de las sillas alzan la cabeza, a la expectativa de lo que va a pasar.
El profe y el licenciado, imbuidos de sí mismos como están, no se dan cuenta hasta que oyen la voz de la mujer.

Salustriana.
 Buenas... Yo quería preguntar algo...

El profe.
 ¿Eh?

Lic. Fernández.
 ¿Eh?

El profe.
 ¿Y usted quién es?

Salustriana.
 Salustriana, pa’ servirle, don...

Lic. Fernández.
¿Y de dónde salió?
Salustriana.
(Señalando hacia el país gris)  De aquí nomás, don...

El profe.
(Fastidiado) ¿Cómo que de aquí nomás?

Salustriana.
(Con naturalidad) De aquí al ladito, don. De ande estamos nosotros... El país, que le dicen...

Lic. Fernández.
 (Con arrogancia) El país somos nosotros, Salustriana.

Salustriana.
 Si ya sé... Si por eso he venido...

El profe.
(Muy fastidiado) ¿Y a qué vino? ¿Se puede saber cómo se metió acá?

Salustriana.
(Siempre con naturalidad, señalando el costado de la pantalla)
 Por ahí nomás, señor...

El profe.
 (Muy irritado porque la situación ha escapado a su control) Usted no puede estar acá. Este es un recinto de acceso restringido. No entiendo cómo la seguridad la ha dejado pasar.
(Llamando.) ¡Fernández, Fernández!

Salustriana.
 Pero si yo solo quería hacerle una preguntita...

Aparece Fernández 1.

Fernández 1.
¿Diga, señor?

El profe.
 ¿Se puede saber cómo se ha metido esta mujer acá?

Fernández 1  mira en la dirección que señala el profe y descubre a Salustriana a quien visiblemente nunca ha visto.

Fernández 1
(Bajando la vista y tartamudeando) No sé, señor...

El profe
(Muy enojado) Pues debería saberlo. Para eso se le paga. Esta es una zona de acceso restringido y no puede entrar cualquiera.

Salustriana.
 (Muy digna) Yo no soy cualquiera, don. Yo soy Salustriana.

El profe.
(Cada vez más enojado) ¡Nadie le ha preguntado nada a usted!

Salustriana.
 No, si soy yo la que venía a preguntar...

El profe.
(A Fernández 1) ¡Sáquenla de acá inmediatamente!

Fernández 1 va a proceder a cumplir la orden pero los gestos del licenciado lo hacen dudar.

Lic. Fernández.
 (Al profe): ¡Cálmese, querido amigo, calmesé!
  (Aparte.) Estamos saliendo al aire.

Uno de los de las sillas logra zafarse un poco el pañuelo que le cubría la boca y suelta una carcajada.

Lic. Fernández.
(A Salustriana, contemporizador) A ver, doña Salustriana, ¿y qué era lo que quería preguntar?

Salustriana.
(Tomando aire y muy contenta de que la dejen por fin hablar)
Lo que yo quería preguntarle a la señora presidenta es que cuándo va a empezar a gobernar...

Pausa en que todos se miran, temiendo o disfrutando, según quién, lo que va a decir Salustriana.

Salustriana.
 Sí. Porque ha de saber que a todos nos gustan mucho los discursos que hace, con palabras bonitas y promesas más hermosas todavía...

Lic. Fernández
(Queriendo mostrarse comprensivo) ¿Y entonces?

Salustriana.
 Que si cree la presidenta que es maga o algo así... Porque solo Diosito logra que las cosas se hagan realidad con nada más nombrarlas...

Reacción eufórica de los de las sillas, que se sacuden o golpean los pies para mostrar aprobación total. El que tiene la boca libre grita.

El de la silla con la boca libre.
 ¡Vamos, Salustriana, todavía!

Salustriana mira en la dirección de donde proviene el grito y descubre a los de las sillas.

Salustriana.
(Al profe y al licenciado, muy extrañada) ¿Y ésos?

El profe.
(Ignorándola, a los camarógrafos a gritos y con grandes gestos) ¡Corten, corten!

Salustriana.
(Insiste) ¿Qué hacen esos ahí?

Lic. Fernández.
 (Contemporizador) No se ponga nerviosa, doña Salustriana...

Salustriana.
 Si yo no estoy nerviosa, don. Solo quiero saber...
(Avanza unos pasos en dirección de las sillas y se dirige a ellos.) ¿Qué hacen ustedes acá? (Para sí misma.) Si no me pueden contestar así, con la boca tapada.
(A uno de ellos.) ¿No quiere que le saque el pañuelo?

El interesado responde que sí con la cabeza. Furibundo, el profe se pone a los gritos.

El profe.
¡Sáquenme a esta mujer de acá! ¡Sáquenmela ahora mismo!
(A Fernández 1) ¡Fernández! ¿Qué espera para cumplir mis órdenes?
(A Fernández 2) ¡Vamos! ¡Usted también! ¡Sáquenmela ahora mismo de acá!

Pero Salustriana ha desatado a uno y éste ha desatado a otro y los dos han seguido desatando, de modo que a estas alturas ya están casi todos libres y el Fernández de seguridad no controla en absoluto la situación. Mientras tanto, el Licenciado Fernández se ha retirado disimuladamente por la puerta del fondo y el profe tiene un ataque de nervios.
Los de las sillas se desplazan hacia el país gris y viceversa. Todos comentan con todos. Sobre el rumor de pasos y voces, se oyen los gritos histéricos del profe.
De repente, por la puerta del fondo aparece la Presidenta.

Presidenta.
(En voz muy alta, para imponerse al alboroto general) ¿Se puede saber qué pasa acá?

Todo el mundo se calla. El profe se desmaya y cae al suelo cuan largo es. Fernández 2 le sujeta la cabeza y trata de reanimarlo.

Presidenta.
(Enojada) ¿Y? ¿Nadie me va a contestar?

Pero los responsables de la situación no pueden hacerlo, ya que uno –el licenciado- se ha ido y el otro –el profe- no está en condiciones de responder. Todos los demás actores, los del país gris y los de las sillas, ahora desatados, se han quedado congelados en situaciones de diálogo, de preferencia mixtas, es decir personas de uno y otro lado de la pantalla.
Los que no están congelados son la Presidenta, Salustriana, el profe desmayado, Fernández 2, que lo sostiene, y Fernández 1.

Presidenta.
(A Fernández 1) A ver, usted, Fernández, ¿me puede explicar...?

Fernández 1.
 Sí, señora presidenta.
(Pausa en que recapacita. En voz más baja.) No, señora presidenta.

Salustriana.
(Acercándose, con la mano tendida para saludarla) Señora Presidenta, ¿cómo está?

Presidenta.
 (A Fernández 1, en un aparte) ¿Y ésta de dónde salió?

Fernández 1.
(Bajando la cabeza) Es Salustriana, señora presidenta.

Salustriana.
(Su frase se superpone a la de Fernández, de modo que dicen “Salustriana” al mismo tiempo)
Salustriana, pa’ servirla, señora. ¿No se acuerda de mí?

Presidenta.
 (Tajante) No.

Salustriana.
 Hablamos el otro día en la tele...

La presidenta hace un gesto como si la desconociera totalmente, no sin cierto desprecio.

Salustriana.
 (Justificándola) Usted estará muy ocupada, con todo lo que tiene que andar diciéndonos...

Presidenta.
 (Tajante) ¿Qué quiere?

Salustriana.
Me da mucho gusto verla, señora presidenta, porque ahora voy a poder preguntarle directamente a usted...

Mientras tanto, el profe ha vuelto en sí y, desde su posición horizontal, repite lo último que dijo antes de desmayarse.

El profe.
 ¡Saquen a esa mujer de acá inmediatamente! ¡Sáquenmela ahora mismo!

La presidenta se acerca al profe hasta quedar dentro de su campo visual.

Presidenta.
 (Al profe) ¿Se puede saber qué pasa acá, Fernández?

El profe.
 (Aterrorizado) ¡Cristina! (vuelve a desmayarse.)

Salustriana.
 Doña Presi, si me permite, yo puedo explicarle lo que ha pasado...

La presidenta, que se ha quedado de pie en medio del escenario, la mira como si fuera marciana.

Salustriana.
Yo vengo de aquí mismito, de al lado nomás... Y como vi que había un huequito (señalando el espacio por donde entró), entré... Yo quería solamente hacer una preguntita... Y resulta que el muchacho aquél se ha puesto nervioso y le ha dado por gritar, pero ¡fuerte, Presi! Viera usted... Entonces otro señor (lo busca con la mirada y, por supuesto, no lo encuentra.), que ahora no está, mucho más amable, me preguntó qué quería, y cuando yo le dije, un muchacho de allá (señala) gritó. Entonces yo vi que el pobre estaba atado. Y ahí nomás lo desaté... Y se ha armado un revuelo...

Presidenta.
 (A Fernández 1, ignorando a Salustriana) ¿Se puede saber de qué habla esta mujer? No entiendo nada.

Le responden todos cantando, cada uno desde el lugar donde está, a coro.

Todos.
(Con la música de “Confesiones de invierno”)



Hace muchos años que estás aquí,
Pero no quieres oír.
Tienes que enfrentarte a tu condición:
No sabes presidir.
Y la tele nos confunde a todos
El país está realmente mal.
Hace frío y nos falta un abrigo
Y nos pesa el hambre de esperar.

¿Quién nos dará algo para comer
O casa en que vivir?
¿Quién querrá escucharnos por una vez
Y empezar a construir?
Y la tele nos confunde a todos
El país está realmente mal.
Se han comido mi carne los lobos
Y de la soja ya estoy hasta acá.

¿Quién nos dará un crédito o una pensión?
Ya no queda nada.
¿Cuándo un gobernante no robará?
¡Qué bueno que será!
Y tal vez espere demasiado
Sin dinero la pasaré mal
Si al menos dejaran de mentirnos,
Esto empezaría a funcionar.


Señora Cristina, ¿nos va a escuchar?
El país está muy mal.
Estamos preocupados de verdad:
Pensamos que hay que actuar.
Si empezamos por alimentarnos
Y enseguida por educar,
Todos estaríamos más contentos
Y querríamos participar.
Todos tendríamos un buen trabajo
Y el país empezaría a arrancar.


Salustriana hace una reverencia. Todos la aplauden menos la presidenta, que está congelada en el medio del escenario, y el profe, que sigue desmayado.

























4


El mismo departamento del principio. Cae la tarde y todavía no han encendido las lámparas, así que está a media luz. La rata se pasea ansiosa a la espera de Cristina, que demora en llegar. Su larga cola se mueve al ritmo de sus pasos.
Entra la presidenta por la puerta del fondo. Se dirige muy decidida al bar, a servirse algo. No ha visto a la rata.

La Rata.
 (Sigilosa, haciendo un ademán de acercarse a ella) Cristina...

Ella, que está sirviéndose un whisky, se sobresalta y pega un grito.

Presidenta.
 ¡Aaaaah! ¿Qué hacés ahí? ¿No te fuiste todavía?

La Rata.
(Seria) Cristina, tenemos que hablar.

Presidenta.
 (Encarándola) Mirá, yo ya te dije lo que pensaba. Toda esta historia que me contaste, de la reencarnación y eso... ¡no puede ser cierta! Hablé con los chicos y ellos también piensan que sos trucho. Así que si no querés crearte más problemas... Si no querés que te ponga ya mismo patitas en la calle...

La Rata.
 (Acodándose en el bar) ¿Me das un whisky a mí también?

Presidenta.
¿No me oíste...?

Como Cristina no le sirve, la rata se agacha para abrir la puertita del bar y sacar ella misma la botella. En la penumbra, no puede leer la etiqueta.

La Rata.
Che, no se ve un carajo acá... ¿No podés prender la luz?

Ella lo hace. La rata vuelve a mirar la etiqueta, que ahora sí puede leer.

La Rata.
¿No hay del importado?

Presidenta.
Agradecé más bien que no te haya echado todavía...

Como Cristina no responde a su pregunta, la rata procede a servirse con toda parsimonia. Antes va a buscar hielo a una heladerita. En sus gestos se nota que conoce bien el departamento. Mientras tanto, Cristina sigue hablando...

Presidenta.
Los chicos piensan que sos trucho. Nadie, en su sano juicio, puede creerse semejante estupidez... Si al menos dijeras que estás resucitado –como Jesucristo-, quizá –quizá-podrían creerte. Pero nadie en este país –y menos ellos, y menos que menos, yo (bien apoyado, con el gesto y la pronunciación)- cree en la reencarnación. Así que seguro -pero ¿qué digo? más que seguro- sos trucho. Piensan que sos un agente de la CIA... Si no algo mucho peor... un espía de Macri disfrazado.

La rata, mientras tanto, se ha sentado confortablemente en un sillón con el vaso de whisky en la mano. No tiene la menor intención de irse. Ella sigue de pie.

La Rata.
 ¿Y vos?

Presidenta.
¿Yo?

La Rata.
Sí, vos, ¿qué pensás?

Presidenta.
Axel dice...

La Rata.
(Interrumpiéndola) Ah, ¿te gusta el Chiquiloff ahora?

Ella va a justificarse pero él la corta.

La Rata.
 Mirá, me importa un carajo lo que piense el Chiquiloff ése. Lo que yo quiero saber es lo que pensás vos. (Pausa.) ¿Me creés?

Ella se queda callada mirando para abajo. Demora en responder.

Presidenta.
 (Con tono de nena seductora) Es difícil creerte...

La Rata.
 (Halagada por la mirada de ella, suave) Pero me creés. (Pausa.)
Al menos, hacés el intento. (Dando golpecitos con la palma abierta en el lugar de al lado en el sofá) ¡Vení a sentarte acá conmigo, nena!

Presidenta.
(Ignorando su pedido pero acercándosele un poco al increparlo)
 ¿Cómo sé que no sos un funcionario de Macri disfrazado? ¿Cómo sé que no sos Rodríguez Larreta vos?



La Rata.
 (Provocadora, volviendo a dar golpecitos con la palma en el sofá)
 ¡Vení! ¡Sacame el disfraz!

Ella duda. Por fin se decide.

Presidenta.
 (Haciendo la seña que corresponde) A ver, vení, acercate.

Parsimoniosa pero sin vueltas, la rata deja el whisky, se para y va hacia el centro del escenario, donde está Cristina. Se para justo frente a ella, quieta y entregada, como alguien a quien van a tomarle medidas para hacerle un traje.

Presidenta.
(Inspeccionándolo pero guardando distancia)
Tiene que haber un cierre por alguna parte. O un botón. A ver... Date vuelta.

La rata obedece. Ella mete la mano por debajo de la ropa y a la rata le da cosquillas.

La Rata.
(Riéndose) Que me hacés cosquillas...

La rata se da vuelta y queda de nuevo de frente.

La Rata.
 (Provocadora) ¿Por qué no probás acá? (se señala debajo de la camisa)

Ella obedece. Cuando está tocándole el pecho debajo de la camisa, la rata la sujeta por las nalgas y la retiene pegada a ella.

La Rata.
 Tan calentona como siempre vos, ¿eh?

Presidenta.
(Protestando pero no demasiado): Ay, que me lastimás. ¡Soltame!

La Rata.
(Soltándola) Como quieras...

Los dos quedan frente a frente unos segundos, a poca distancia, midiéndose. Luego se dan la espalda y dan unos pasos en direcciones opuestas. Por fin, él se vuelve.

La Rata.
¿Y? ¿Te convenciste? ¿Soy o no soy Néstor?

Presidenta.
(Avergonzada, bajito) Sí...

La Rata.
 ¿Me vas a escuchar entonces?
Presidenta.
 (Girándose, gesto con los brazos) ¿Pero cómo puede ser...? Yo siempre pensé que la gente cuando se moría, se iba al cielo o al infierno. (Con gesto de desagrado.) Esto de la reencarnación...

La Rata.
(Pronunciando en inglés) Reincarnation, che, dear, como dicen los gringos.

Presidenta.
 (Desconfiada) ¿Y desde cuándo estás con los gringos vos?

La Rata.
 ¿Yo...? Desde siempre, nena, pero solo cuando me conviene. Y ahora me conviene. Escuchá bien: reincarnation, ¡reinkirchnation! Si parece hecha a medida para mí...
Ja ja ja (se festeja su propio chiste.) Pero, bueno, dejémonos de boludeces y hablemos de cosas serias.

La rata se vuelve a sentar en el sofá, ve que el vaso está vacío y se lo tiende a ella diciendo...

La Rata.
Dame un poco más, che.

Ella, aunque con cierto fastidio, agarra el vaso, va al bar, le sirve, vuelve con él y se lo entrega.

Presidenta.
 (Dándoselo) Acá tenés.

La Rata.
 (Muy seria) Sentate, Cristina, por favor.

Ella se sienta en el otro sillón y lo mira esperando que hable.

La Rata.
Me dejaron venir para que hablara con vos pero no me puedo quedar.
(Pausa para verificar que ella está prestando atención.)
La situación es muy jodida, Cristina.
(Pausa.) Nosotros apostamos a las apariencias. Pensamos que si todo parecía estar bien, todo el mundo iba a creérselo.

Presidenta.
(Protestando) ¡Pero está todo bien! Los chicos siempre me dicen que está todo mejor que nunca, que la gente está recontenta, ¡que me re-quieren!

La Rata.
¡Cristina! (La mira a los ojos) ¿Y vos te lo creés?

Ella baja la mirada.


Presidenta.
 (Muy bajito) ¿No estarás celoso vos?

La Rata.
(Realmente fastidiado) ¡Pero, por favor, Cristina! ¿De qué carajo voy a estar celoso yo? Seamos adultos...

Presidenta.
 Bueno, hay muchas razones para que estés celoso: yo soy la presidenta, vos ya no. Yo gané con el 54% de los votos, vos solo con el 22. Yo estoy viva, vos muerto. Yo soy una persona, ¡vos una rata!

La Rata.
(Conteniendo apenas la rabia que le hace alzar el brazo como para pegar un bofetón)
 Mirá... Me contengo porque queda poco tiempo y todavía me faltan muchas cosas que decirte. Que si no...

Presidenta.
(Parándose y desafiándolo) ¿Que si no qué? ¿Que si no qué, eh? Mirá que lo llamo a Fernández, ¿eh? ¡O a Máximo! Mirá que lo llamo a Máximo, ¿eh?

La Rata.
A Máximo no lo metás en esto, ¿sí?

Presidenta.
 (Engrana cada vez más) ¿Y por qué no? Máximo es tan hijo tuyo como mío, ¿sabés? Y mucho más capaz de defenderme que vos, ¿me entendés? Porque yo lo parí... Yooo solita lo parí, ¿me entendés? ¿eh? ¿Me entendés?

La Rata.
(Alzando la voz, con autoridad) Hacé el favor de tranquilizarte, ¿querés?

Ella cae sentada en el sillón y tiene un breve acceso de llanto.

La Rata.
¿Me vas a escuchar ahora?
(Ella asiente hipando.)
Como te decía, nosotros apostamos a las apariencias... O sea, no importa mucho lo que hagamos. Lo que importa es lo que decimos que hacemos. Por ejemplo: anunciamos que vamos a construir una ruta nueva. Sacamos la noticia en los diarios, podemos hacer la inauguración y todo... Y después, si se hace o no, ¡da lo mismo! Lo que cuenta es que digan “El presidente inauguró la ruta”. Y si te he visto, no me acuerdo...

Presidenta.
 (Corrigiendo) La presidenta...

La Rata.
La presidenta, el presidente... Da lo mismo...


Presidenta.
A vos te da lo mismo. A mí no... ¡Es la presidenta! O sea yo.

La Rata.
De acuerdo, nena. Pero escuchame... Esto -lo de las apariencias, digo- es algo que hace todo el mundo. No es que seamos muy originales: el 99,9% de los políticos maquilla un poco las cosas para que todos se queden contentos. Y no es que me moleste tampoco: como sabés, yo no tengo escrúpulos. No es ése el problema.

Presidenta.
¿Y cuál es el problema entonces?

La Rata.
Bueno, hay varios... El principal es que los de arriba no están contentos. Para eso me mandaron: para que hablara con vos y te explicara cómo son las cosas. Resulta que ellos ven la diferencia entre lo que se hace y lo que se deja de hacer.

Presidenta.
¿En serio? ¿Y cómo hacen?

La Rata.
 Tienen una mirada así... ¿cómo es que dicen? Tele...

Presidenta.
 ¿Telescópica?

La Rata.
 Mirá, no sé, algo así. El caso es que ven todo como en un scanner. Y estás jodido, porque no podés mentir: ¡ven todo! Y es en base a eso que juzgan: que me juzgaron a mí, que te van a juzgar a vos... y a Chiquiloff y a Macri y a tutti quanti...

Presidenta.
¿A mí también?

La Rata.
Claro, nena, todo el mundo pasa...

Presidenta.
 ¡Ah, no! ¡Yo no quiero!

La Rata.
 No se trata de que quieras o no, nena. Son ellos que deciden.

Presidenta.
¿Pero quiénes son esos famosos “ellos” de los que hablás todo el tiempo?

La Rata.
Ya te dije, Cristina. Lo que pasa es que vos no me escuchás. Una especie de tribunal. De justos, dicen. Bueno, y yo llegué ahí y me dijeron. “Mire –me dijeron- usted tuvo mucho poder en sus manos. Y mucho pero muchísimo dinero. Usted era responsable de ese dinero, de ese poder y, sobre todo, de toda esa gente que se lo había entregado para que los representara y gobernara. ¿Y qué hizo con ese poder y ese dinero? Lo usó en su propio beneficio (y el de algunos amigos, concedamos). Hizo bien poco en beneficio de los que lo votaron y, lo que es peor, los engañó haciéndoles creer que había hecho montones de cosas. Hablando mal y pronto, se cagó en la confianza depositada en usted por millones de personas...”

Presidenta.
¡Qué ángel mal hablado! ¿no?

La Rata.
 No era un ángel.

Presidenta.
 ¿Ah, no? ¿Y qué era?

La Rata.
No escuchás un carajo, Cristina, vos, ¿eh? Ya te dije: uno del tribunal.

Presidenta.
 Bueno, pero a mí la cosa no me queda nada clara, ¿qué querés que te diga?
(Pausa.) Seguí nomás...

La Rata.
“Bueno, pero ¿y Méndez?” –pregunté yo- “Méndez, ¿qué?” –dijeron ellos- “También se cagó en la confianza depositada en él por millones...”-respondí yo-. “Mire, doctor –me espetó el que parecía el jefe-. Méndez todavía está vivo. El día que le toque, ya arreglaremos cuentas con él. No se preocupe, que no nos olvidamos de nadie. Pero yo que usted, me ocuparía sobre todo de la situación presente.”
(Resignado) No me quedó más remedio que callar y aceptar...

Presidenta.
 Lo que sigo sin entender es lo de las apariencias... ¿Por qué está mal, si la gente está contenta?

La Rata.
“Mire, señor K –siguió diciéndome el que parecía el jefe- Una cosa es lo que es y otra, lo que parece ser. Le voy a dar un ejemplo. ¿Ve allá?” -me señaló a una chica comiendo pan duro con desesperación- “Esa chica tiene hambre, de verdad.” –entonces el tipo agarró una revista de ésas de papel satinado, con muchas fotos de colores, y me la puso delante de los ojos- “¿Y ahora la ve?” –me preguntó.- “No,” le respondí. “¿Y ahora?” -volvió a preguntar quitando la revista. “Sí.” “¿Y ahora?” -otra vez con la revista-. “No.” “¿Cree usted que la chica deja de tener hambre cuando usted no la ve?”

Presidenta.
(No muy segura) No, ¿no? ¿Sabés que nunca lo había pensado?



La Rata.
 Otro ejemplo que me dio el tipo... “¿Ve allá?” “¿Qué?” “El helicóptero ése, llevándose el oro...” “Sí, ¿por...?” “¿Usted cree que si le pongo delante un cartel que diga ‘La culpa de todo la tiene la oposición’, ese helicóptero desaparece o se cae o no se lleva el oro, y el agua, como por arte de magia, se descontamina?”

Presidenta.
 Y... ojos que no ven, corazón que no siente...

La Rata.
¿Eso es todo lo que se te ocurre decir? (Pausa.)
El tipo me dio miles de ejemplos. La historia de un fajo de billetes también. Era el aporte jubilatorio de una mujer que había laburado toda su vida. Después de pasar de una AFJP a la ANSES y de ahí a las manos “bien intencionadas” de un funcionario, era repartido en unas cuantas pilitas, una de las cuales terminaba en el bolsillo de una adolescente que había decidido tener un hijo para poder cobrar aunque sea la asignación.

Presidenta.
(Más segura de lo que dice)
Bueno, pero eso lo sabíamos, ¿no? Es la redistribución de la riqueza...

La Rata.
Sí, pero después la jubilada se suicidaba porque no quería ser una carga para los hijos.

Presidenta.
(Parándose, exasperada) ¡Y a estas alturas te vas a poner sentimental, che!

La Rata.
(Suplicando) Cristina, Cristinita, no te enojes... ¡Por favor! ¡Escuchame!

Ella se para detrás del sillón en que estaba sentada con los brazos cruzados, en señal de que lo va a escuchar pero se le está acabando la paciencia.

La Rata.
Lo que más me impresionó de todo lo que me mostró, fue una visión general del país dentro de seis – siete años si seguíamos así...

Se proyecta una diapositiva sobre la pared del fondo del escenario que muestra una vista aérea de un país devastado.

La Rata.
(Señalando hacia la foto, visiblemente conmovido, tristísimo)
 Mirá... Mirá... ¿Te das cuenta? Chicos con hambre... El campo hecho mierda por el monocultivo... Industria: cero... Las rutas hechas mierda... Las vías abandonadas... Las minas saqueadas... Mirá... Todo el mundo en Buenos Aires... El resto del país, vacío o vendido a extranjeros... Mirá... La educación hecha mierda... Cada vez más analfabetos... Mirá... ¿Te das cuenta?

Su discurso va degradándose en algo parecido a un sollozo. Muy enojada, la presidenta se para y ordena terminante:

Presidenta.
¡Bas-ta!

La rata deja de sollozar y levanta la cabeza que tenía oculta entre las manos/patas.

Presidenta.
¡Vos no sos Néstor! Néstor nunca reaccionaría así.

La Rata.
 (Como si hablara de otra persona) ¿Y cómo se supone que debería reaccionar?

Presidenta.
¡Sangre fría! Néstor nunca se pondría a llorar por el país y, menos que menos, por la gente pobre o los chicos con hambre.

La Rata.
 (Entre desafiante e incrédulo) ¿Ah no?

Presidenta.
 (Terminante) No.

Pausa.

La Rata.
(Tarareando “Malevaje” para sí misma)
Decí, por Dios, ¿qué me has dao,
Que estoy tan cambiao,
No sé más quién soy?
El malevaje extrañao
Me mira sin comprender...

(A ella, preocupada) ¿Es verdad que no lloraba nunca? ¿Tan insensible era?

Presidenta.
Más duro que una piedra. Y no cantabas nunca. Ni en la ducha.

La Rata.
(Haciendo un paso de tango)
Pero bueno, Cristinita, estoy cambiao...

Presidenta.
(Con los brazos cruzados delante del pecho)
 Tanto, que sigo sospechando que sos trucho...

La rata le descruza los brazos y se los pone sobre el hombro y en la cintura como para que bailen juntos.

La Rata.
(Seductora, obligándola a dar un paso de tango)
 Bué... pero ya sabemos que en el fondo me creés.

Presidenta.
¿La verdad? No sé qué pensar.

La Rata.
No pensés, Cristina, no pensés. ¡Escuchame!

Los dos siguen enlazados como para bailar. Ella asiente y baja la mirada.

La Rata
(Tararea “Malevaje” mientras hace otro paso de baile.)
¡Si yo, -que nunca aflojé-
de noche angustiao
me encierro a yorar!...
Decí, por Dios, ¿qué me has dao,
que estoy tan cambiao ?
No sé más quien soy.

Presidenta.
(Respondiendo al tango) La verdad, yo tampoco sé...
(Soltándose, con asco.)  ¡Una rata inmunda! Eso es lo que sos.

La Rata.
¡Inmunda no, Cristinita, inmunda no! Vos me querías, ¿te acordás? Al menos andás proclamándolo a los cuatro vientos desde que me morí...

Presidenta.
A ÉL (marcando la L) lo quería. No a vos.

La Rata.
Él soy yo, vos sos vos, ¿cuál es más sonso...?... No, en serio. En nombre de aquel amor que sentíamos...

Presidenta.
¡Uy! ¿Pero de qué amor me estás hablando, Néstor? De eso hace siglos, pero ¿qué digo siglos? Milenios...

La Rata.
(Contentísima) Pero me llamaste Néstor. Acabás de decirme Néstor. ¡Me reconociste! (Tratando de llegar a un acuerdo) ‘Tá bien: si no te gusta, dejamos el amor de lado. En nombre de este reconocimiento entonces... en nombre de la reinkirchnation, ¡escuchame...!

La presidenta, resignada, cruza los brazos.

Presidenta.
A ver... Decí lo que querés decir de una vez.
La Rata.
(Poniéndose seria)
Mirá, te la voy a hacer corta: si seguimos así, ¡el país se va a la mierda! ¡Nos vamos todos a la mierda, Cristina!

Presidenta.
 ¿Y por qué tendría que creerte, decime, a ver? Si es el mismo mensaje de los garcas, de toda esa pila de destituyentes... ¿Te hiciste gorila después de la muerte?

La Rata.
No, gorila no, Cristina, ¡rata!

Se oye de fondo una grabación de los de La Rémora al final de la escena 3:
Uno de La Rémora.
 Pero si es una rata... (Suelta una carcajada. Los otros lo imitan.)
Los de La Rémora.
(A coro): ¡Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta!”

La Rata.
Y no tengo el mismo mensaje que ellos. Si escucharas alguna vez, te enterarías. Lo que pasa es que vos nunca escuchás un carajo. ¿Y sabés por qué no es el mismo mensaje? Porque no tengo nada que perder ni ganar en esto. Porque cuando esto se acabe, yo tengo que volver a los caños, ¿entendés? Vos vas a seguir acá con tu lujo y tu Calafate y Puerto Madero y la mar en coche... Y yo, tengo que volver a los caños. Así que si vine a decirte esto, es por tu bien. Y por el bien del país. Pero si no querés creerme, ¡problema tuyo! ¿Qué le vamos a hacer?
(Se gira como para irse, ofendida.)

Presidenta.
 (Frenándola) Pará, pará, no te vayas.

La Rata.
 ¿Qué? ¿Te arrepentiste? ¿Me vas a escuchar?

Ella hace un gesto mínimo de asentimiento y la rata retoma su discurso.

La Rata.
¿Sabés qué? Por única y puta vez en mi vida estoy preocupado de verdad por lo que pueda pasarle a la gente.

A ella se le abren los ojos muy grandes y le toca la frente como si tuviera fiebre.

La Rata.
Es que vos no lo viste de arriba. No sabés lo que es visto desde allá. ¡Es atroz! Chicos con hambre, Cristina... ¡Y el gobernador llenándose de guita! Y los muchachos que les garpan dos pesos para que vayan a manifestar y a gritar “Viva Cristina”. Y van, claro, si no tienen nada mejor que hacer y además les pagan...

Ella no puede creer lo que le está diciendo y vuelve a tocarle la frente como diciendo que delira.

Presidenta.
Pero oíme, ¿dónde estabas vos cuando decidíamos las cosas? ¿Vivías en un Tupper?

La Rata.
(Justificándose) Ya sé, Cristinita, ya sé... Pero no me había dado cuenta... Quiero decir: me había dado cuenta, claro, pero es que visto así, en su totalidad, una visión global que le dicen, es muy distinto... Uno, cuando está en este estado, puede sentir lo que sienten los otros, y ¡es refuerte!

Presidenta.
 Entonces también debés poder sentir lo que siento yo. Y sabrás que estoy re-afectada por lo que estás diciendo. ¿Te imaginás el golpe para ? ¿La inseguridad que me genera tu falta de confianza en ? ¿Mi sufrimiento por tu falta de tacto para decir las cosas?

La Rata.
Lo que yo siento es que tenés un miedo atroz  a que se te corten los privilegios.

Presidenta.
Pero ¿qué decís? ¡Vos nada menos! Con todo lo que yo he sufrido por vos... Te atrevés a cuestionar mi sensibilidad...

La Rata.
 ¡Vamos, Cristina! que los dos sabemos que tu sensibilidad es tan auténtica como un Cartier chino...

De un solo gesto, ella va a sentarse, se cubre la cara con las manos y llora con grandes aspavientos.

Presidenta.
(Clama, alzando los brazos como si hablara con Dios)
 ¡Pobre de mí, pobre de mí! ¡Cuánto dolor e incomprensión he debido sufrir! Porque cuando ÉL vivía... cuando ÉL vivía...
(Vuelve a cubrirse la cara con las manos y solloza.)

La rata, sin impresionarse en lo más mínimo, se acerca a ella y le toca el hombro como quien quiere avisarle algo a alguien.

La Rata.
Acá estoy, Cristina. Él soy yo.

Ella alza los ojos, aún llenos de lágrimas, y divisa el rostro de la rata.

Presidenta.
(Negando con la cabeza.) Noooo... ÉL está en mi corazón. Vos sos una rata inmunda.

Otra vez se oye de fondo una grabación de los de La Rémora al final de la escena 3:
Uno de La Rémora.
 Pero si es una rata... (Suelta una carcajada. Los otros lo imitan.)
Los de La Rémora.
(A coro): ¡Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta!”

La Rata.
(Imperturbable) Inmunda o no, tenés que escucharme, nena. Esta puede ser tu última oportunidad de hacer algo bien.

Ella lo mira, pesando si va a escucharlo o no. Por fin dice:

Presidenta.
(Desde el sillón, entregada) ¿Y qué querés que haga?

La rata, seducida por la actitud de entrega de la presidenta, la toma de la mano para que se pare y la lleva al centro del escenario. Mientras hacen unos pasos de baile, le va recitando lo que hay que hacer.

La Rata.
Lo primero, cortarla con el doble discurso, dejar de mentir.
Lo segundo, dejar de creer
que todo el que expresa una opinión contraria o diferente
es un traidor...
Lo tercero –y esto es lo más importante-
Hacer algo DE VERDAD
Para que ya nadie pase hambre en este país.
Y esto no es todo...

Presidenta.
 ¿Te parece poco? Yo no sé ni por dónde empezar...

Por la puerta del fondo entran Salustriana y los personajes del país gris del Interludio. Quedan dispuestos en distintos puntos del escenario, desde los cuales hablan. También entran los de La Rémora y se instalan en distintos puntos. Unos y otros, mezclados. Mientras tanto, la rata y la Presidenta se quedan inmóviles en un paso de baile en medio del escenario.

Salustriana.
 Haberlo pensado antes, doña Presi...

Un intelectual.
Si uno se postula para un trabajo, se supone que tiene las calificaciones necesarias para desempeñarlo.

Presidenta.
(Intenta justificarse) Pero yo...

Un escolar.
Los chicos tenemos que ir a la escuela, para estudiar.

Una maestra.
Y las maestras tenemos que enseñarles: el castellano y las matemáticas, la geografía y la Historia.
Una historiadora.
Los historiadores tenemos el deber de verificar nuestras fuentes antes de interpretar y contar lo que pasó.

Un plomero.
Los plomeros tenemos que saber cambiar los cueritos y no llegar tres días después cuando una canilla pierde.

Una arquitecta.
Los arquitectos tenemos que diseñar bien los planos para que las casas estén bien construidas y no se caigan.

Un albañil.
Y los albañiles tenemos que levantar paredes que no queden torcidas.

Un agricultor.
Los agricultores tenemos que labrar la tierra y cultivar maíz y trigo...

Uno de La Rémora.
¡Y la soja, pibe! ¡No te olvidés!

El agricultor lo mira significativamente.

Un panadero.
 (Haciendo eco al agricultor) Así tenemos harina para hacer pan.

Un ama de casa.
Pero no solo de pan vive el hombre...

Un horticultor.
Dice bien la señora. Por eso nosotros cultivamos hortalizas.

Un carnicero.
Y nosotros vendemos buenos cortes. Si nos dejan vacas, claro...

Un mecánico.
Nosotros tenemos que arreglar bien los autos.

Un caminero con aire de mafioso.
Y nosotros, mantener las rutas.

Un sindicalista mafioso total.
¡Y las vías! Je je

Un taxista.
Los taxistas tenemos que saber manejar.

Una lavandera.
Y las lavanderas, lavar...

La historiadora.
Por eso un Presidente...

Presidenta.
(Corrigiendo) ¡Presidentaaa!

La historiadora.
O Presidenta, debe saber gobernar.

Por la puerta del fondo aparece corriendo uno de La Rémora.

El de La Rémora.
¡No los oiga, Presidenta!

Salustriana.
(Enfrentándolo, muy natural) ¿Y por qué no?

El de La Rémora.
(A la Presidenta, ignorando a Salustriana)
¡Son unos vende patrias, Presidenta! ¡No les crea!

Solo en ese momento, el de La Rémora se da cuenta de que la Presidenta está bailando con una rata.

El de La Rémora.
¡Pero si es una rata!

Los demás de La Rémora se agrupan y le hacen coro.

Los de La Rémora.
 (A coro) ¡Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta!

La Rata.
(Desprendiéndose del abrazo de la Presidenta. A los de La Rémora, muy serio) Compañeros, sé que les será difícil creerme pero yo soy Néstor.

Los de La Rémora se detienen dos segundos a mirarlo y enseguida sueltan la carcajada.

Uno de La Rémora (probablemente Chiquiloff).
Si vos sos Néstor, ¡yo soy Méndez!

Los de La Rémora vuelven a soltar la carcajada.

La Rata.
(A Chiquiloff) ¿Por qué no? A juzgar por las patillas....

Los de La Rémora se quedan sin réplica. Se han agrupado a la derecha del escenario, con respecto al público. Los del país gris se agrupan a la izquierda. Van a conformar dos coros que representan un diálogo en la conciencia de la Presidenta. Ésta sigue en el centro del escenario flanqueada por la rata.

Chiquiloff.
 (A la Presidenta) Presidenta, ¿es cierto lo que dice...? (señalando a la rata)

Presidenta.
(En tono confidencial) Mirá, Axel, yo ya te había contado, ¿te acordás? Y vos me dijiste que no podía ser cierto, que era una truchada...

Chiquiloff.
 (Muy seguro)
 ¡Es una truchada, Cristina! ¿No te das cuenta? ¡No existe la reencarnación!

La Rata
(Muy divertida) ¡Reinkirchnation, che pibe Chiquiloff!

Chiquiloff.
(Muy fastidiado, a la rata) Hacé el favor de callarte, ¿querés?

La Rata.
Uh, que se pone nervioso el muchacho...
(A los del país gris) ¿Ustedes qué opinan?

Los del país gris abuchean a Chiquiloff.

Los del país gris.
 BUUUUUUUUUUUUU

Chiquiloff.
 (Muy fastidiado) Córtenla, ¿quieren?

Los del país gris se callan.

Los de La Rémora.
(Alentándolo) ¡Chi-qui, Chi-qui, Chi-qui, Chi-qui!

Chiquiloff mira a los de La Rémora como diciendo “no sean imbéciles” y entonces se callan.

Chiquiloff.
(A la Presidenta, aconsejándola como un hermano mayor)
 Cristina, en serio, no podés creerte semejante truchada...

La Rata.
(A Chiquiloff)
¿Y por qué no, compañero? ¿Acaso vos no estás haciéndoles creer a los argentinos que se van a enriquecer con tus políticas?

Chiquiloff
(A la rata, poniéndose en guardia)
Pará, pará. A mí no me patoteás, ¿entendés? Yo no sé quién mierda sos, pero yo soy el Vice Ministro de Economía, ¿sabés? Y a mí nadie me habla en ese tono.

Todos los de La Rémora se ponen también en guardia, imitando los gestos de Chiquiloff.

La Rata.
Para tu información, pibe, soy Néstor Kirchner, ex Presidente de la Nación. Sucede que he reencarnado en rata y me han mandado de vuelta acá para dirimir algunas cuestiones pendientes.

Chiquiloff y Salustriana hablan al unísono.

Chiquiloff.
 (Desacreditándolo totalmente) Pfff... No me hagás reír...

El gesto acompaña. Los de La Rémora imitan.

Salustriana.
¿En serio?
(A la historiadora) ¿Es cierto que es Kirchner?

La historiadora se encoge de hombros.

Salustriana.
 (A la rata) ¿Es cierto que usted es Kirchner?

La Rata.
(Haciendo una leve reverencia) Para servirla, señora.

Salustriana.
(Muy natural) ¿Y qué le ha pasado, don, que está así? ¿No se había muerto?

Todos se disponen a seguir muy atentamente el diálogo entre Salustriana y la Rata pero, mientras que los del país gris lo hacen abiertamente, los de La Rémora lo hacen con disimulo y desprecio.

Presidenta.
(Ofuscada) Claro que se murió. Así, paf, de repente... Y lo velamos y lo enterramos... (Va a seguir con la enumeración pero la rata la interrumpe.)

La Rata.
Me morí, sí. Pero reencarné. (Divertida) ¡Y aquí me ven!

Salustriana la escucha muy seriamente esperando que siga.

La Rata.
 (Señalando a la presidenta.)
 Vine a hablar con la señora... A darle unos... consejitos... Me mandaron.

Salustriana.
(Asintiendo) ¡Ajá!

La historiadora.
 (Tímida) ¿Y quiénes lo mandaron? Si se puede saber...

La Rata.
(Súbitamente más elocuente al descubrir un auditorio atento)
 Miren, es difícil de explicar... Resulta que cuando uno se muere, llega ante una especie de tribunal que lo juzga.

Chiquiloff.
(Sarcástico) ¡Ja! Y dentro de un rato nos va a decir que habló con San Pedro.

La Rata.
No, con San Pedro, no. Yo, al menos, no lo vi.

Salustriana.
 (Muy seria)¿Ah no?

La Rata.
(Prosiguiendo) No. Había un tribunal de justos. Pero no les vi las caras...

La historiadora.
 (Para sí misma) Interesante...

Salustriana.
(Asintiendo) Mhm.

La Rata.
Me pasaron por un scanner...

Chiquiloff.
(A los de La Rémora) Se han modernizado en el cielo, muchachos...

Los de La Rémora le festejan el comentario.

La Rata.
(Prosiguiendo) Y me dijeron que mi alma era un agujero negro...
(Baja la cabeza, avergonzada.)

Al mismo tiempo, en proveniencia de cada uno de los dos coros, se oye una risita nerviosa. En el coro de La Rémora es uno cualquiera. En el del país gris, es el que “arregla” las vías.

La Rata.
(Rehaciéndose, política) Compañeros, es hora de que trabajemos juntos para salvar la nación. Les aseguro que nunca hemos estado tan cerca del abismo como ahora. He vuelto, como Eva, para que mi mensaje reencarne en cada uno de ustedes y este país... (Abruptamente más grave) ¡No se vaya a la mierda!

Algunos del país gris aplauden. No Salustriana, que se limita a seguir atentamente todo lo que se dice intentando comprender. Uno de atrás del coro de La Rémora agita un banderín que dice “Luche y vuelve” y alcanza a gritar “Néstor, Néstor” pero otro le da un codazo y entonces se calla.

Salustriana.
(Muy comprometida, a la rata) ¿Y qué hay que hacer, don?

La Rata.
(Muy campechana) Le estaba diciendo aquí a la compañera (señala a Cristina) que hay que hacer algo en serio para redistribuir la riqueza y que nunca más nadie se muera de hambre en este país.

Salustriana.
(Interrumpiéndolo, conmovida) ¡Más naide, señor!
(A la presidenta) ¡Déle, doña Presi, escúchelo! Que está bien intencionado el doctor...

La maestra.
 (Implorando) ¡Por favor, señora Presidenta!

El escolar.
 (También implorando) Por favor...

El intelectual.
Estamos dándoles de comer a los chinos y acá hay chicos que se mueren de hambre.

El panadero.
 Yo no tengo problema en regalar mi pan si eso sirve para que no haya hambre.

El horticultor.
Ni yo mis verduras.

El intelectual.
Ni yo mi trabajo.

El agricultor.
Yo sí tengo algún reparo en trabajar gratis pero estoy dispuesto a hacer todo lo que esté en mis manos para que salgamos adelante.

El taxista.
 (Refiriéndose al agricultor) Estoy de acuerdo con el señor.

La historiadora.
 (Implorando) ¡Por favor, señora Presidenta!

La lavandera.
 (También implorando) Por favor...

Todos los del país gris suplican “Por favor”.



Chiquiloff.
(Gritando para imponer su voz por encima de las de los otros y haciendo gestos con los brazos para pedir silencio)
Compañeros... Compañeros, por favor... Nuestro país atraviesa circunstancias privilegiadas, pri-vi-le-gia-das, compañeros...

El panadero.
 Ma que privilegiadas, che pibe. ¿A quién querés hacérselo creer?

Chiquiloff.
 (Ignorándolo) No se dejen confundir, compañeros, por esta (pausa en que señala a la rata con asco con gesto grandilocuente mientras busca el término adecuado) artera y asquerosa rata...

Los de La Rémora.
(A coro) ¡Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta!

Chiquiloff.
(Sigue su discurso)
Sus intenciones son evidentes. Pretende seducirlos con un discurso demagógico para frenar el verdadero progreso nacional y popular representado por nosotros.

Los de la Rémora aplauden, agitan banderines y aclaman.

Los de La Rémora.
 ¡Chi-qui, Chi-qui, Chi-qui, Chi-qui!

Chiquiloff.
(Envalentonado por la aclamación, señalándola con el índice)
Esta rata, compañeros, pretende hacerse pasar por Kirchner. Por nada menos que el compañero militante y presidente histórico Néstor Kirchner.

Los de La Rémora abuchean a la rata.

Los de La Rémora.
¡Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta, Ra-Ta!

Chiquiloff.
 (Enfebrecido) Quiere hacernos creer, en el colmo de la mentira oligarca, en una maniobra propia del capitalismo y contra el sentido común que postula la ausencia de toda vida después de la muerte, que es una reencarnación de Néstor Kirchner. Tienen que admitir, compañeros, que tal afirmación no puede ser sino un disparate o, peor aún, una mentira maquiavélica perpetrada por los enemigos del pueblo, los traidores vende patrias, para confundirnos en nuestra tarea de hacer crecer la nación.

Los de la Rémora aplauden a rabiar y aclaman a Chiquiloff una vez más. Los del país gris, que han seguido todo muy atentos, han quedado un poco anonadados por el discurso y la maestra se seca una lágrima.


La maestra.
 (Suspirando) Hay que admitir que habla bien el muchacho...

La Rata.
 (A Chiquiloff) ¿Terminaste? Mirá, pibe, que te guste o no, soy Néstor Kirchner. Ya sé que es difícil de creer.
(Señalando a la presidenta) Ni mi mujer me cree...

Salustriana.
Yo sí le creo, don. Si lo dice, debe ser cierto.

La Rata.
(A Salustriana, sincera) Muchas gracias, doña...

Salustriana.
Salustriana pa’ servirle, don.

La Rata.
Vea, doña Salustriana, usted parece una buena persona, una persona realmente sincera...

La rata va a seguir hablando pero la presidenta la interrumpe.

Presidenta.
(Levantando los brazos, como un director de cine que pide que corten porque está saliendo todo mal, muy diferente a lo previsto)
Paren, paren, paren...
(A la rata) Pará un cachito. ¿Se puede saber desde cuándo te interesás en las buenas personas vos?

Chiquiloff.
Te dije, Cristina, que era trucho.

Presidenta.
(A la rata, retomando) Porque acá no se trata de hacer caridad ni nada por el estilo.
ÉL (con los brazos alzados y los ojos en blanco) nunca habría dicho algo así.

La Rata.
(Fastidiada)
¿De qué caridad me hablás, nena? Yo solo pretendo que me crean y me escuchen.

Presidenta.
(En ganadora) Me parece que ya te escuchamos más de la cuenta. ¿Vos qué pensás, Axel?
(A los de La Rémora) ¿Y ustedes, chicos, qué piensan?
(Se oyen frases de aprobación provenientes de La Rémora.)
No sé ustedes, pero yo creo que te hemos tenido mucha paciencia, ¿no les parece?

Los de La Rémora.
(A coro) Sí, mamá Cristina.
Presidenta.
(Muy segura, a la rata) Ya ves...

La Rata.
(Decidida a que lo escuchen de una vez por todas)
 Mirá, Cristina. Acá (señalando a Salustriana) la señora me cree. (Salustriana aprueba con un gesto.)
(A la presidenta) Vos misma hace un rato me llamaste “Néstor”. (Ella baja la mirada. Chiquiloff hace un gesto como preguntándole a la presidenta si se le salió un tornillo y los de La Rémora imitan.)
Los demás, no sé. (De la gente del país gris, se oyen rumores que parecen expresar aprobación.) Y en el fondo, me importa un comino si me creen o no. Yo vine porque me mandaron. Me convirtieron en rata y me mandaron.
(La presidenta hace gestos que dan a entender “Pero, por favor, querido, a quién querés hacerle creer” y los de La Rémora miman todo simultáneamente)
Ya sé que es muy difícil de creer. Pero fue así.
(Pausa.)
 Pero hay otra cosa además:
(Otra pausa, espera que todos lo estén escuchando para seguir)
 ¿Saben qué? Por única y puta vez en mi vida estoy preocupado de verdad por lo que pueda pasarle a la gente. A todos ustedes (señala al pueblo gris) y a ustedes también (señala a los de La Rémora, que hacen gestos de asombro) Cuando uno se muere, se da cuenta que al final lo único que contó fue lo que realmente hizo: lo que hizo bien y lo que hizo mal. Y yo hice muchas cosas mal. Les pido disculpas, compañeros.

Murmullos de aprobación provenientes del país gris.

Presidenta.
(A la rata) Pará, pará... Vos estabas de acuerdo con una política...

Chiquiloff.
(Entre dientes, desaprobando el comentario de la presidenta)
No es Néstor, Cristina, es una rata.

Los de La Rémora.
(Entre dientes) ¡Rata, rata, rata, rata!

La Rata.
(A la presidenta) Estaba de acuerdo, sí, Cristina. Pero me equivoqué.
 (A todos) No me equivoqué por haber elegido una u otra tendencia. No fue eso, no. Me equivoqué porque aposté a las apariencias.

Presidenta.
Pero vos decías...

La Rata.
(Completa la frase de la presidenta)
Que era la mejor forma de hacer política. Eso decía, sí.
(A todos) Y si no, miren lo que pasa en otros países. Se trata de hacer creer que uno hace algo. Y no importa demasiado si se hace realmente o no. Damos un discurso florido... Vean si no a Chiquiloff (Lo señala. Este alza la cabeza, orgulloso.) La gente nos vota. Y nosotros –quiero decir, los presidentes “democráticos” (hace el gesto de comillas con las manos.)- nos quedamos lo más campantes en el poder para obtener todo lo que del poder se obtiene.

Chiquiloff.
(Muy molesto)
Pará... Pará un cachito, compañero... Vos estás queriendo decir entonces que la política no sirve para nada. Estás cuestionando los principios mismos de la democracia. O sea que además de rata, ¡golpista! ¡Destituyente!

La Rata.
(A Chiquiloff) No, pibe. No estoy diciendo eso.

Presidenta.
(A la rata) ¿Qué miércoles estás diciendo entonces?

La Rata.
Si me dejan hablar...
(A todos) ¿Me dejan?

Todos asienten. Los del país gris con atención y entusiasmo. Los de La Rémora, un poco perdidos. Sólo el del banderín sigue agitándolo y tiene ganas de gritar “Néstor, Néstor.”

La Rata.
Compañeros, correligionarios, camaradas... ¡Compatriotas! Quisiera subsanar mis culpas aconsejándolos para que no se equivoquen como me equivoqué yo. (Pausa.) Como saben, yo nunca fui un ideólogo, como aquí el muchacho Chiquiloff (lo señala) sino un pragmático. Eso se decía de mí –mi mayor virtud, opinan mis “exégetas”-, que era un pragmático. Y yo les digo ahora, en vista de lo visto, allá arriba (señala con el dedo para arriba y para abajo) y abajo en los caños, que lo que cuenta no es lo ideólogo o pragmático, sino lo que se hace DE VERDAD. Y la verdad verdadera es que yo no hice un carajo ni para el pueblo ni para nadie.
(A Cristina) Ni siquiera hice mucho para vos, nena. Todo lo que hice fue porque me encantaba eso de acumular plata y poder y más plata y más poder. Y yo creía que eso se iba a prolongar eternamente, que iba a ser Gardel y Perón al mismo tiempo. Me la creí, ¡juro que me la creí! Qué carajo me podía importar de los demás, si yo tenía todo lo que quería...

Presidenta.
(No puede creer lo que oyen sus oídos)
Pero... Pero...

La Rata.
(A la presidenta) Sí, no me mirés así, nena... Vos vas a terminar igual que yo, ¿qué te creés? La muerte llega cuando menos te la esperás. ¡Miren si no lo que me pasó a mí! De repente, ¡ñácate! Y sanseacabó... Ahora tengo que vivir en los caños, con toda la mierda que tiran ustedes, por toda la eternidad...


Los del país gris.
 (Con cierta compasión) Oooooooooooooh...

Los de La Rémora.
(Con asco) Aaaaaaaaagh 

Chiquiloff.
(Alzando los brazos como diciendo “paren con el delirio”)
Paren, paren, paren, paren...
(A la rata.)
Mirá: yo no sé de dónde saliste ni qué bicho te picó para presentarte en la Casa de Gobierno con semejante atuendo, compañero, pero tu discurso es lo más delirante que he oído en toda mi vida...
(A la presidenta.)
Cristina, qué querés que te diga... Yo que vos, lo metía ya mismo patitas en la calle...
(Llama.) ¡Fernández!

Uno de La Rémora, el del banderín.
(Tímido) Pero es Néstor...

Chiquiloff.
(Furioso, demagógico)
Compañero militante, tenemos que ser dignos del mandato que Él nos legó.
(Señalando con desprecio a la rata) Este mamarracho no puede ser Néstor.

Salustriana.
¿Y por qué no, don Chiqui? Si él lo dice...

Tanto los del país gris como los de La Rémora consideran la posibilidad de que sea o no Kirchner. Se oyen rumores que parecen inclinarse por la aprobación.
Mientras tanto ha llegado Fernández 1.

Fernández 1.
(Haciendo leves reverencias a cada uno de los nombrados)
Señora Presidenta... Señor viceministro... ‘ña Salustriana...
(Cuando llega a la rata, la mira como tratando de descubrir a quién se parece. Como no logra decidirlo, hace también una leve reverencia mientras murmura algo ininteligible. Luego se queda muy quieto a la espera de una orden.)

Chiquiloff.
(A Fernández 1, refiriéndose a la rata)
 ¡Llévese ya mismo a este individuo, haga el favor!

Fernández 1  marca un momento de duda. Ha sentido las dudas de los otros y no se decide a proceder.

Chiquiloff.
¿Qué espera, Fernández? ¡Proceda!

Fernández 1 mira a la presidenta como preguntándole “qué hago”. Ella responde con un gesto que parece decir que proceda, pero al que le falta seguridad.
Salustriana da un paso al frente.

Salustriana.
(A Fernández 1, con mucha tonada norteña, explicándole)
Amigo Fernández, no se lo lleve. Aquí como lo ve, este señor es Kirchner. Y es buena gente. Se lo digo yo. Es que ha reencarnado. Y ha vuelto arrepentido. Y yo le juro que nunca lo he visto más lúcido. Si hasta nos quiere a todos...
(A la rata, pidiendo aprobación) ¿Cierto?

La rata le sonríe. Los del pueblo aplauden. El del banderín también. Cuando otros de La Rémora amagan con aplaudir, Chiquiloff los fulmina con la mirada. Entonces se quedan cortados, a medio camino entre dos expresiones opuestas de sentimientos que, de cualquier modo, solo conocen por imitación.
Fernández 1, entretanto, ha pasado por varios estados, de la duda al asombro, y por fin a una gran alegría, pero no se atreve a aplaudir.
Mientras se produce este juego de gestos y miradas, la presidenta reacciona.

Presidenta.
Paren... Oigan, ¿están todos locos?

Salustriana.
No, doña Presi. ¡Estamos contentos! Al fin alguien que se preocupa por nosotros...

Presidenta.
Pero la presidenta soy yo...

Salustriana.
Eso ya lo sabemos, doña Presi. Pero ahora lo importante es que le meta y se ponga a gobernar de verdad. Que se deje de sobreactuar ¡y haga algo! ¡Dendeveras!

Presidenta.
Pero si yo hago montones de cosas, ¿no, Axel? Inauguro, doy un discurso, expropio, doy otro discurso, viajo, me reúno, doy un discurso más, decido, vuelvo, reinauguro...

Antes de que Chiquiloff pueda tranquilizarla en sus convicciones, interviene la rata.

La Rata.
¡Cristinita! (con la entonación descendente de quien dice “pero vamos...”)
No se trata de demostrar una hiperactividad. No es eso, no.

El del banderín.
¿Ah no?

Los otros de La Rémora miman su gesto.

La Rata.
¡No, compañeros, no! Sino de definir objetivos claros para el bienestar de la población y actuar en consecuencia.
Presidenta.
Pero vos decías...

Chiquiloff.
(A la defensiva, interrumpe a la presidenta) Pero nosotros hemos establecido objetivos claros y gobernamos para el pueblo. Las estadísticas prueban nuestros resultados.
(Saca un cuadernito con números para demostrar que tiene razón.)

El panadero.
 (A Chiquiloff) ¿Y cómo es que nosotros no los vemos?

La maestra.
Hay nenes en mi escuela que no han probado bocado antes de llegar a clase.

El intelectual.
Y eso, pese a todo el dinero que entra de la soja, de la expropiación...

La historiadora.
¿Qué pasa? ¿Adónde va a parar ese dinero?

El taxista.
No es por nada, no. Yo digo nomás... Pero la señora tiene unos hoteles y una casa...

El agricultor.
Y un piso en Puerto Madero...

Presidenta.
(A la defensiva) ¿Y qué? ¿Macri no los tiene también, eh? ¿Y Méndez?

Salustriana.
(A la presidenta)
Fíjese que yo me conformo con una casita para mí, doña Presi. No necesito ni departamento de lujo ni mansión. Con una casita para mis hijos y yo, me conformaría...

Presidenta.
(A Fernández 1) Fernández, a ver. Ocúpese de que le den una casa a esta mujer.

Fernández 1.
Sí, señora presidenta.

Salustriana.
(A Fernández 1) No, Fernández. No me entienden. Si no es eso lo que quiero yo.

Presidenta.
(Muy fastidiada) ¿Y se puede saber qué mierda quiere entonces?

Chiquiloff.
(A la presidenta) ¡Calmate, Cristina!
(Intentando ser pedagógico) Aquí doña...
Salustriana.
Salustriana, pa’servirle, don.

Chiquiloff.
(Un poco fastidiado pues teme haber dado mala imagen y además detesta que lo interrumpan)
...Salustriana apunta a un hecho que está en estrecha relación con nuestra preocupación constante y real, como gobernantes responsables de la Nación, de que cada habitante tenga derecho a una vivienda digna.

El panadero.
¿Ma de qué preocupación hablás, che pibe Chiquiloff?

El del banderín.
¿Y por qué no le dan el loft de Amado, eh Axel? ¿No le gustaría, doña Salustriana?

Salustriana.
(Modesta) No, gracias, compañero. Si no es eso lo que quiero yo.

Presidenta.
(Entre dientes) Esta mujer me enerva. ¿Qué mierda quiere?

Chiquiloff.
(En voz baja, tratando de disimular, a la presidenta) ¡Calmate, Cristina!

La Rata.
Esta mujer (señalando a Salustriana) y todos ellos (señalando al pueblo gris) –Ellos, no sé...- (señalando a los de La Rémora) quieren que gobiernes para todos, Cristina, para el país entero. Para que con el dinero que entra –que es mucho, yo sé-, se invierta en planes de alimentación, en proyectos de educación, en apoyo a iniciativas para crear producción y fuentes de trabajo... Y así crear un futuro promisorio para todos...

Presidenta.
(A la rata, desconfiada) ¿Y vos cómo sabés todo eso?

La Rata.
(Aparte) Ya te dije. Desde allá se ve todo. Con la mirada tele... algo.

Salustriana.
(A la presidenta) Acá su señor esposo reencarnado lo ha resumido bien, Doña Presi.
(A los del pueblo) ¿No cierto?

Los del pueblo gris.
(A coro) ¡Sí, Salustriana!

Presidenta.
(Con cierto fastidio, dirigiéndose a los del pueblo por primera vez) ¿Entonces qué quieren ustedes? ¿Eh? (baja los brazos y se sienta, derrotada) ¿Qué quieren?

Escena sin palabras. Dos bloques bien definidos: el pueblo y La Rémora. Los del pueblo, todos brazos y gestos de entusiasmo, para decirle a la presidenta lo que quieren. Salustriana y Fernández se han unido a ellos.
Del otro lado, Chiquiloff  discursea, se enerva, parece putear, y los de La Rémora, detrás, copian todos sus gestos.
Una luz clara, diurna, ilumina al pueblo. Una luz dura y artificial, como de tubos, cae sobre los otros.
La luz sobre La Rémora se apaga de repente. Oscurecimiento progresivo para el pueblo.
La presidenta y la rata en el centro de la escena, congelados.































5



A media luz. La presidenta está sentada en un sillón con los brazos caídos en el centro de la escena. La rata, de pie, a un costado, le da la espalda. Ha descorrido una cortina y está mirando por la ventana.

La Rata.
 ¿Qué hora es?

Ella, desganada, mira automáticamente su muñeca pero no tiene puesto el reloj pulsera.

Presidenta.
No sé, ¿por?

La Rata.
Ya me voy a tener que ir yendo...

Presidenta.
(Con cierta angustia) ¿Ya?

La Rata.
Cuando oscurezca, dijeron. Pero no sé si me vienen a buscar o me tengo que ir solo nomás.

Silencio. La rata viene a sentarse en otro sillón frente al de la presidenta con un vaso que acaba de servirse.

La Rata.
Mirá, Cristina, yo cumplí con mi cometido. Te dije todo lo que tenía que decir. Ahora es cosa tuya decidir si me creés o no, y si vas tener en cuenta mis consejos...

Ella asiente como un automatismo pero se ve en su mirada que está ausente, como en estado de shock. La rata hace sonar los cubos de hielo mientras mira el fondo del vaso. En ese momento golpean a la puerta.

Presidenta.
(Sin darse vuelta) ¿Fernández?

La puerta del fondo se abre y entra un personaje vestido con una túnica, del que emana luminosidad. Es el mismo que ha aparecido en la sub-escena cuando la rata le cuenta a Cristina lo que le ha pasado en el más allá.

El juez del más allá.
 (Desde la puerta) No soy Fernández, señora.

La Rata.
Me vienen a buscar, Cristina.

La rata se pone de pie, con cierta solemnidad. La presidenta se vuelve lentamente, como temiendo hacerle frente a lo que se va a encontrar. Cuando posa su mirada en el personaje del más allá, vemos como un escalofrío le corre por todo el cuerpo.
El juez del más allá ha avanzado hacia ellos. Cuando está a medio camino, se detiene y saluda.

El juez del más allá.  
(Con una leve reverencia) Señora...
(Sin reverencia y con autoridad) Doctor...

La Rata.
(Mostrando el vaso que tiene en la mano) ¿Puedo terminar...?

El juez del más allá.
(De mala gana y señalando el sitio del reloj en la muñeca) Es hora...

La rata apura el vaso hasta el fondo de un trago.

La Rata.
(Para sí misma) Quién sabe hasta cuándo no me va a tocar uno de éstos.

Deja el vaso vacío sobre una mesa baja que está delante de los sillones.

La Rata.
(Tendiendo el brazo hacia la presidenta como para saludar) Bueno, Cristina...

La presidenta se levanta para saludarlo. Está visible y auténticamente conmovida.

Presidenta.
(Con la voz cortada por la emoción) ¿Te vas?

La rata la abraza para despedirse y la retiene un momento junto a ella. Mientras tanto, el juez espera impaciente a cierta distancia.

La Rata.
Ya ves que era cierto.

Presidenta.
(Asintiendo) Mhm. (Muy modosita) ¿Y ahora qué vas a hacer?

La Rata.
(Razonable) Regreso a los caños, Cristina.

Presidenta.
¿Y vas a volver? (lo dice con ganas de que vuelva)

La Rata.
No sé... (Mira al juez como pidiendo autorización)

El juez del más allá.
(Severo e impaciente) No creo, señora, que vuelva a ver a su marido. No se lo merece. Ni él ni usted. (Un poco más relajado) Pero si se porta bien... ¡quién sabe!
(A la rata) ¿Vamos?

La rata le da un beso a la presidenta y como se prolonga, el juez carraspea para demostrar incomodidad.

El juez del más allá.
Bueno...

La rata se desprende por fin del abrazo y se acerca al juez.

El juez del más allá.
Nos estamos yendo.
(A la presidenta) Señora, un consejito: si quiere volver a ver a su marido, ¡gobierne bien!

La Rata.
No hagas como yo, nena.

El juez del más allá.
No haga como él, señora. ¡Gobierne bien!
(A la rata) ¿Listo?

La Rata.
¡Listo! ¡Chau, nena!

En ese momento, nos damos cuenta de que la rata y el juez están parados sobre un dispositivo, una especie de ascensor que, a una señal del juez, baja. La rata saluda con la mano. La presidenta también.
El descenso es más bien rápido. Cuando la rata y el juez desaparecen de nuestra vista, se apaga la luz.
Oscurecimiento total.

Pausa.

Muy suave surge una música de fondo que bien puede ser una versión instrumental de Malevaje. Poco a poco va subiendo el volumen. Cuando llega a un volumen standard, se proyecta en la pared una diapositiva que dice en letras grandes y bien visible “Quizás dentro de unos años...”

De un costado del escenario, aparece la rata y se para delante de un farol, soñadora...
Un poco después, del otro costado, aparece la presidenta.
La rata invita a la presidenta y juntos bailan al compás de Malevaje hasta que se termina.




FIN






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