La primera pregunta

La primera pregunta es cuál es el sentido de la vida y la segunda, por qué a algunos les ha sido dado el hecho de existir como una evidencia que no se cuestiona y a otros nos lleva la vida entera buscar la(s) respuesta(s). Siempre me ha despertado un sentimiento ambiguo que va de la envidia al desdén, aquél para quien vivir es algo que se merece y siente que su vida es valiosa incluso por encima de las de los otros.

Los que estamos siempre buscando lo que se oculta detrás de las apariencias, sabemos desde niños que no hay, no puede haber, una sola respuesta a la pregunta por el ser. Si nosotros mismos nos damos distintas respuestas en distintas etapas de la vida, ¿cómo no habrían de dársela personas diferentes, tanto más si pertenecen a otras culturas? ¿Por qué sería más válida mi respuesta que la suya, la suya que la mía? ¿Por qué serían más respetables mi manera de vivir y mis opciones que las suyas, o las de ellos que las mías? ¿Por qué sería más valiosa su vida que la mía, la mía que la suya? Más allá de los afectos –es evidente que para cada uno de nosotros es más importante la vida de nuestros seres queridos que las de un desconocido-, desde un punto de vista teórico, cada vida vale exactamente lo mismo y tiene el mismo derecho de existir y manifestarse. El mismo: ni más ni menos. Por este entrelazado de razones, los buscadores tendemos a ser tolerantes y bien dispuestos al diálogo, pero a la vez, inseguros, pues tenemos conciencia del frágil andamiaje sobre el que reposan las propias convicciones. No quiero decir con esto que los buscadores seamos gente sin principios. Al contrario, solemos disponer de un sentido ético profundamente arraigado que nos sostiene en las tormentas y que podría resumirse en la máxima: “no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti.”

Sin embargo, en la vida diaria se nos suele tildar de idealistas, románticos y anticuados, con el dejo de desprecio que se reserva al “pobre tipo que no ha entendido nada” y no sabe adaptarse a los nuevos tiempos. Los buscadores no solo no estamos de moda sino que vamos a contramano de la corriente general que avanza a toda velocidad por la pretendida autopista del progreso sin detenerse nunca a reflexionar en las consecuencias sobre la vida, la propia y la ajena.

En una sociedad eminentemente pragmática y realista, que quiere resultados concretos que puedan contarse en términos económicos lo más pronto posible, los que vamos por la vida buscando un sentido profundo, escuchando y enlazando historias, creyendo en sueños, intentando contribuir a un mundo mejor a través de la palabra, de la música, del color o del arte, somos un incordio, porque con nuestra sola existencia les estamos recordando que por mucha prisa que se den, al final del camino, ellos y nosotros llegaremos al mismo lugar.

Dicho en esos espantosos términos que inventó el neoliberalismo, ellos son los “winners” de la sociedad actual, los triunfadores; nosotros, los soñadores, los que siempre estamos perdiendo el tiempo en cosas que no sirven de nada, los “losers”, los grandes perdedores de la gran competencia en la que participamos todos, queramos o no, pues no hay espacio para el idealismo.

Pero... como el tiempo pasa y todo cambia, como incluso entre los más acérrimos realistas puede surgir la brizna de un sueño cuando se sienten caer en un oscuro pozo sin fondo, como mientras tengamos, ellos y nosotros, corazones humanos, compartiremos un destino común, llegará el día en que necesitarán ideales, como el sediento busca el agua, y los buscadores, que no hemos hecho sino tejerlos día y noche, se los daremos para compartirlos. “Deep in my heart, I do believe that we shall overcome some day.”

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