Árboles (fragmento)

Seguía empeñada en su objetivo y pasaba los días intentando imaginar cómo podría convencerlo, cuando vinieron a decirle una mañana, la misma que el sabio había elegido para salir, que había llegado alguien al refugio. ‘¿Alguien?’ ‘Un muchacho.’ La mujer se puso de pie y fue directamente a la entrada. Al pie de la escalera que bajaba desde el exterior, había un jovencito de piel azulada y cabellos rubios que, al verla llegar, se acercó con la mano tendida. Lo que no había notado de lejos, lo vio cuando estuvo frente a ella: ‘Tú eres el hijo del tirano.’ ‘¿El tirano? No. Mi padre es un hombre bueno. Pero es cierto que me parezco a él.’ ‘¿Quién es tu padre? ¿De dónde vienes?’ ‘Vivo en un lugar que llamamos el cráter, que está a unos siete días de distancia.’ ‘¿Y por qué has venido?’ ‘Salí a ver el mundo. Quería ver qué había más allá de nuestros árboles azules.’ Uno de los muchos que se habían ido congregando con curiosidad en torno al recién llegado, no pudo evitar exclamar ‘¡Árboles!’ y un niño preguntó ‘¿qué son árboles?’ El muchacho lo miró con ternura y se acuclilló junto a él para explicarle. ‘Un árbol es un ser vivo pero, en vez de pies, tiene raíces que lo sostienen en la tierra y mediante las cuales se alimenta. Un árbol no puede andar, como nosotros, ni tampoco hablar, pero se comunica a través de las hojas, las flores y los frutos y puede vivir miles de años.’ El niño lo miraba fascinado, todos habían hecho silencio en torno a él para escucharlo. ‘¿Quieres que te haga un dibujo?’ El niño asintió con vehemencia y una de las niñas fue a buscar papel y lápiz. Cuando el muchacho buscó una superficie donde instalarse a dibujar y cada uno de los presentes quiso indicarle el mejor sitio, la mujer se sintió desplazada en su autoridad y se fastidió: ‘Ya. Pero ¿a qué vienes? ¿Qué pretendes de nosotros?’ El muchacho alzó la vista del dibujo apenas comenzado. ‘Nada.’ Y le sostuvo la mirada, serena como el universo.

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