Boca color de barro y fuego



Escupida por la gigantesca boca, copiosa, central, temblorosa, como una vagina después de un orgasmo, salgo expelida, partícula ínfima, hacia la exosfera. La inmensa boca color de barro y fuego se contrae y se dilata, vuelve a contraerse y se expande en ondas concéntricas poco a poco apaciguadas, queda suspensa de una mueca entre plañidera y cruel, entre agazapada e histriónica, muda sin embargo. Desde lejos observo el segundo preciso en que la parálisis la afecta y el inmediatamente posterior en que retoma, como si nada, el movimiento cardíaco, anhelante, que la sustenta. ¿Y tú creías en la justicia? Ja, ja, ja. ¡Ingenua! La justicia es este ritmo, este músculo contrayéndose y dilatándose, masticando –mascullando-, triturando cada ser hasta que sea polvo, molécula del gran plan infinito.
Mira lo que yo, la poderosa boca, hago contigo: te apreso entre mis mandíbulas de barro un segundo nada más, el que me basta para aplastarte, y te escupo, te expulso para siempre de mí, lejos, muy lejos... No me importa quién eres. Es mentira lo que dicen de la perfecta individualidad de cada ser humano y del aporte único a la construcción del universo. Ni creas que serás juzgado por tus actos al final de los tiempos. Eres polvo. Materia pulverizada por mi crueldad tirana. Ni mejor ni peor que los santos, los asesinos o los déspotas. Yo, la gran boca engendradora, la mascadora universal de seres vivos, te lo digo. Eres polvo.
Y al polvo vuelvo.

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