Una oscuridad densa que no penetran ni las estrellas


Sobre la llanura se posa una oscuridad densa que no penetran ni las estrellas ni los focos de luz en la distancia. Es noche cerrada. Entre el cielo y la tierra flota una nube espesa como un brebaje, una cocción de gases agrios cuyas corrientes lentas se desplazan con un rumor ronco de ira contenida o chirrían a veces como goznes secos, de un chillido que taladra los oídos.

De una vivienda lejana sale, pero no la vemos aún, una niña. Quién sabe por qué sale. No hay quien la cuide entre las paredes toscas. Lleva en la mano una varita. Anda en puntas de pie.

Apenas distinguimos su silueta viniendo desde el fondo. Una mancha tenue su vestido claro. Por detrás de los rugidos de la oscuridad compacta, titila su voz con palpitación de nido. Habla sola. Se va contando una historia mientras a tientas va buscando un camino. Sus pies a veces dan saltos. Otras se paran en medio de la nada tratando de sentir por dónde ir. De vez en cuando estira el brazo y la varita, y con temor sacro toca la negrura sin atreverse a mirarla de frente. Sigue andando.


Hasta que llega al punto más negro de la espesura. Blande la varita hacia la noche y ordena, ‘¡luz!’ Adelante, lejos, sobre el horizonte, se despliega un aura. Amanece.


Comentarios

  1. bello..! Me permito preguntar aquí, ¿vuelve a dar los talleres de escritura en el Cervantes o en algún otro lugar? Me interesaría... mucho. (argentina en Bruselas también, egresada de la UBA también, de Historia :)

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