Estar (o de la imposibilidad de la ubicuidad)


“No puede ser Miguel porque Miguel se murió,” te dices mientras pasas a través del hueco que dejan, al abrirse, las puertas automáticas del metro. Más allá del individuo que lo suscitó –un hombre que pasaba las barreras en sentido contrario-, te da risa la aparición de ese pensamiento. Pero, en lugar de descartarlo, como a algo sin importancia, te quedas con él. Lo dejas flotando en tu mente hasta que surgen las muchas veces en que ese tipo de pensamiento te sucede. Cosas como “No puede ser Cristina o Flavia o Ale, porque no están en Bruselas”. No están. Tampoco Miguel está. Estar o no estar, esa es la cuestión.

El castellano, junto con el portugués, es una de las únicas lenguas que dice con una sola palabra el hecho de estar presente en un lugar y ocupar un sitio. Estar física, concretamente, a diferencia de ser: identidad, abstracción, ¿esencia?

Prefiero estar a ser, acaso porque “ser” se da por sentado, mientras que “estar” depende de mi cuerpo.  Estar es sentir las plantas de los pies en el suelo o las nalgas en la silla o el aire que respiro. Se puede ser muchas cosas a la vez (ser madre, hija, hermana, esposa, amante, docente, escritora,…) pero no se puede estar en muchas partes al mismo tiempo.

Ubicuidad, don que me gustaría tener. Para estar aquí y allá en este instante. En Buenos Aires y en Bruselas, en una fiesta y en casa, durmiendo en mi cama o bailando contigo.

Pero estar es propio de los cuerpos que no tienen más de tres dimensiones. Estar es humano o animal o vegetal. Los seres vivos están y luego ya no. Ser, en cambio, es mineral, abstracto, estelar, robótico.

Alguien que es amigo pero no está cuando quieres verlo, ¿lo es realmente? Por eso, estar es lo que importa. 


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