Acuática
El aire se había
vuelto agua pero podíamos respirar, no nos ahogábamos. Avanzábamos despacio
dando grandes brazadas para empujar el líquido que, al ir hacia atrás formando
corrientes, desplazaba a su vez los objetos que flotaban a nuestro alrededor y
se alejaban en dirección opuesta a la nuestra. Debíamos retroceder para
alcanzarlos.
En un lugar se
había formado un remolino en que giraban cientos de libros cuyas páginas se
abrían al ritmo del agua, curiosamente sin deshacerse. El papel y la tinta
resistían, persistían, aunque a veces se despegaban algunas palabras y se
quedaban flotando, como nosotros, perdidas, hasta que alguien las agarraba y se
las metía en un bolsillo –algunos iban vestidos- o se las comía.
Yo empujaba sin
querer una palabra que iba a dar contra un hombre que estaba haciendo grandes
esfuerzos para mantenerse en posición vertical con los pies bien apoyados en el
fondo sólido. El hombre perdía el equilibrio pero no se caía. Daba un manotazo
airado para atrapar la palabra y se la tragaba. Yo me quedaba mirándolo y una
gran bocanada de agua entraba por mi garganta atorándome. Tosía y todos mis
líquidos súbitamente en rebelión se escapaban por mis orificios creando a mi
alrededor una nube sucia que me ocultaba de los otros al tiempo que denunciaba
mi presencia.
Entonces el
hombre me aferraba por un brazo, tiraba de mí para sacarme de la nube y me
dejaba plantada en medio de una plaza por donde flotaba mucha gente. Yo giraba
sobre mí misma, liberada, feliz. Me sentía delfín y seguía avanzando contra la
corriente.
Comentarios
Publicar un comentario