Imágenes


1.

Adorna la cabellera celestial
la cinta de helecho que susurra como la lluvia en las hojas
y se mece
desmelenada, húmeda,
al son de la llovizna.


2.

Asesino suave como la noche
corta de un tajo los cuerpos,
los caminos,
y se desangran las vidas bajo el cuchillo
antes que salga el sol.


3. 

Caudaloso ciclo que recrea la barca de Ulises navegando a Ítaca en lento regreso.


4.

Después de todo, faltaba la luna. La noche oscura hundía en las tinieblas sus raíces profundas y la luz no se hacía. Dormía la tierra aterida, envuelta en chales turbios, y ni salía la luna ni amanecía. Los pocos seres vivos que quedaban, hibernaban en refugios de piedra y arena, quizás destinados a no salir ya más, a vivir enterrados o a morir.
Una faja reticulada ceñía la atmósfera. Debajo de ella, unos gansos flotaban estáticos o acaso emprendían el vuelo.


5.

  Un punto oscuro con patas de mosquita que se agitan para mantenerse a flote en medio de una inmensidad de agua cuyos límites no veo y que me separa de los otros, que no sé dónde están. Más allá de la laguna, me dicta la lógica del cuento. A seco, presupone mi envidia, o tal vez -mosquitas mojadas como yo- en charcos, por definición menos vastos de penas y soledades que mi laguna. 

  Si es laguna, sin embargo, no es salada, no son lágrimas sus fuentes sino aguas subterráneas emergidas a la superficie para dejar mirarse en ellas el sol. 

  Quizá no sea de desesperación que chapaleo, sino de rabia. Por haber caído en medio del lago más grande. Quizá no de rabia, sino de furia de vivir. De seguir viviendo para sentir el sol en la piel y la liviandad de mi cuerpo dejándose sostener por el agua. 


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