Apuntes sobre el barrio europeo II


El fondo de tu pensamiento no se lo dices a nadie. Al salir de clase, te equivocas de calle y enseguida, justo cuando estás pensando en ella, te encuentras con G. Es el destino. Te ha costado reconocerla, ha envejecido desde la última vez que la viste.

Caminan juntas desde la rotonda hasta el edificio donde G. trabaja. Hace varios meses que por esa calle parece que ha pasado la guerra pero hoy, más que nunca. A las grúas, aplanadoras, camiones, desvíos, obreros con casco, vallas, calzada a medio hacer, escombros, y los múltiples peatones y ciclistas que atraviesan indiferentes esa carrera de obstáculos, se suma hoy el miedo. G. dice que es absurdo afirmar –como lo hacen los políticos- que no tenemos miedo, que habría que decir que sí tenemos pero que seguimos adelante. No sé si tiene razón pero me contagia el sentimiento.

Habla de los muchos mails internos que reciben invitando a la vigilancia y a denunciar cualquier comportamiento sospechoso. Habla de la facilidad con que podrían penetrar el edificio con explosivos. Antes o después también habla de su madre, viejita, que se preocupó por ella al oír las noticias. Toda la fragilidad de la vida está presente en ese intercambio.

La supervivencia humana pende de un hilo. De las bombas, de la tecnología que construye estructuras monumentales arrasando con todo lo que crece a sus pies, del miedo de todas las madres por sus hijos, de las nubes bajas sobre Bruselas que anuncian tormenta. La supervivencia de la especie pende de un hilo tenue como la seda del gusano que se extinguirá el próximo verano.

Ese pensamiento te lleva al recuerdo de otra conversación hace tres días. Hablaste con A. en un café, rodeadas de libros y el sonido de múltiples voces, y la música de fondo. A. te cuenta que ahora piensa mucho en la vida después de la muerte. Científicos de distintos países han estudiado y comparado las experiencias de cientos de personas que volvieron de la muerte. Más allá hay un túnel de luz o una vida en más de tres dimensiones donde podremos atravesar muros y ver la cara opuesta de las cosas. Le pediste que te enviara el documental que habla de esto pero aún no has tenido tiempo de mirarlo. Es tan difícil decirle el fondo de tu pensamiento a otra persona. Por eso escribes.


Ahora estás sentada en otro café, cerca de la Plaza de Luxemburgo. Del Parlamento Europeo, enfrente, vienen dos soldados, dos jóvenes no mucho mayores que tus hijos, con uniforme de tela de camuflaje y grandes ametralladoras cruzándoles el pecho. Entran en el mismo bar en el que estás y piden algo de comer y dos cafés. Nadie se asombra al verlos. Ellos pagan y vuelven a su puesto de guardia mientras los demás, adentro, beben, charlan, hablan de negocios, leen las noticias. Se ha largado a llover. Dicen que la temperatura bajará de diez grados de golpe. Tú sigues escribiendo con la esperanza de que el fondo de tu pensamiento lo revele el texto.



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