Cultivar el odio
Cultivan el odio como se deja crecer la mala hierba en el fondo del jardín. Por pereza de arrancarla de raíz. Por fascinación ante la belleza de sus flores nacidas como al descuido pero con la constancia vehemente de la vida.
Cultivan el odio
como se observa en el microscopio la multiplicación de los diseños romboidales
u ovoideos de un espectacular virus azul profundo o rosado capaz de causar la
muerte de miles de seres vivos. Con paciencia y admiración ante la síntesis
perfecta que logra la naturaleza cuando decide liquidarnos.
Cultivan el odio
en algunos gestos cotidianos, o mejor, en reacciones imaginarias ante algunos
gestos de sus congéneres que los sacan de quicio.
Cultivan el odio
como un inmenso tapiz bordado cuya belleza depende las agujas finas que van
hiriendo la tela con asiduidad mortal.
Cultivan el odio
como el joyero que con pinzas diminutas engarza diamantes y construye cadenas
para orejas y cuellos ajenos.
Cultivan el odio
como otros cultivan perlas o tomates o salmones pero, a diferencia de ellos,
ponen un empeño y disciplina constantes en la concreción de un producto
exquisito, una piedra brillante y fría cuya superficie los separará de todos,
un grano concentrado de veneno que, al tragarlo, los matará.
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