Las hijas de Casandra
Canto de luna para sosegar a
la Tierra.
Personajes
Las 4
brujas agoreras, cada una de ellas caracterizada por una tonalidad, a saber:
- Amarga, más de 150 años, de color
verdoso
- Malva, más de 150 años también, de
color violáceo
- Gracia, casi 200 años, de color rojizo
- Amaranta, silueta espectral de color azulado, una mujer enorme, los
cabellos enrulados en desorden y una expresión de bondad tranquila en la cara
Escena única
Dentro del cráter del volcán de Onnaloa, alrededor
de una mesa esculpida en la porosa roca del lugar justo debajo de la boca
abierta al cielo, están sentadas Malva, Gracia y Amarga, tres de las brujas
agoreras. Es una larga noche del invierno austral y las tres han venido de
remotos puntos de la Tierra
a la cita anual inexcusable. Juntas suman casi quinientos años, pero la más
vieja es Gracia, y también, como su nombre lo indica, la más –la única-
agraciada, lo que en términos relativos solo quiere decir que, de las tres, es
la única en cuyos gestos se distingue un levísimo asomo de coquetería, es
además la única que se tiñe el pelo, de color rojo lava, y logra tenerse
erguida pese a la edad. Malva, en cambio, cubre el esqueleto encorvado y nudoso
con una túnica del color de su nombre, tiene gafas redondas y una melena
incontrolable de fino alambre de plata. Y Amarga es toda ella pálida verdosa, lleva las crenchas
blanco amarillentas sueltas bajo el sombrero en punta y larguísimas las uñas
que prolongan exageradamente los finos dedos de pianista.
Amarga.
(Fruncido el rostro cetrino,
apuntando con su largo índice el único asiento de piedra que permanece vacío) Falta Amaranta.
Gracia.
(Sentenciosa)
No vendrá.
Malva.
¿Cómo lo
sabes?
Gracia.
(Altiva)
Lo sé.
Demasiados
años hace que Malva y Amarga conocen a Gracia, como para tomarse la molestia de
irritarse. La noche es joven, aún les quedan muchas horas por delante.
Entonces, armadas de paciencia, cruzan los brazos y esperan. Entretanto, Gracia
alza los suyos invocando a los astros
del universo, se concentra largamente sobre la llama de la vela más cercana a
ella y se digna por fin poner en escena los acontecimientos que supuestamente
van a explicar su afirmación.
Gracia.
(Dirigiéndoles una mirada dramática que
intenta a la vez medir el impacto de sus palabras)
Vino a verme en sueños...
Malva.
¿En sueños?
¿En serio?
Amarga.
(Con cierta impaciencia, intentando acelerar
el relato)
¿Y qué te dijo?
Gracia.
Que había
llegado al fin a la noche de las noches, que había atravesado todas las fronteras
y se hallaba ahora en el espacio infinito desde donde no se puede regresar sino
en sueños.
Amarga.
(Encolerizada, lanzando un escupitajo por
encima de su hombro)
¡Entonces es verdad que no vendrá!
Gracia.
(Enfrentando a Amarga)
Vamos a ver, Amarga. ¿Cuándo te he mentido yo? Si
te digo que no viene, es que no viene.
Amarga.
Mentir
mentir, no sé... Pero ocultar información sí que lo has hecho.
Gracia.
Por tu
bien, Amarga, que tú eres como tu nombre y no puedes contra tu hiel cuando te
envenena el odio. Sin contar que, si quisieras, podrías muy bien con tus
poderes deducir lo que no sabes...
Amarga.
Por mi
bien... ¿qué sabrás tú de mi bien?
Gracia.
Más que tú,
creo.
Malva.
(Poniéndose de pie y estirando los brazos
con las palmas hacia arriba para pedir paz)
A ver, muchachas. Si Amaranta no viene...
Gracia.
(Concluyendo la frase de Malva)
Es que ya no hay nada que hacer, lo sé.
La
reacción de Amarga es explosiva. Aprieta las mandíbulas con furia, se quita el
sombrero y lo tira con fuerza contra la roca, se sube a la mesa, vuelve a coger
el sombrero y lo muerde feroz, al tiempo que patea con ambos pies la mesa. Y
cuando ya no puede saciar sus iras mordiendo, se mese los cabellos con
desesperación y se pone a gritar como una loca.
Amarga.
Aaaaaaaaaaaaaaaaaah,
aaaaay, aaaaaaaaaaaaaah, lo sabía, lo sabía, qué imbéciles, qué idiotas,
aaaaaaaaaaaaaaaaaah, los odio, cómo los odio, ya lo había dicho yo, no se podía
confiar en esos imbéciles, aaaaaaaaaaaaaaah...
De sus
asientos de piedra, las otras dos observan la pataleta, Malva con compasión,
Gracia como se mira a un hijo ajeno que hace una escena, entre superior y
paciente. Cuando juzga que la biliosa se ha desahogado lo suficiente, se para,
la mira a los ojos con autoridad y ordena:
Gracia.
Basta. Se
acabó. Ahora ven a sentarte y tranquilízate.
Como
por arte de magia, Amarga se calma y obedece.
Malva.
(Para
retomar el hilo de la conversación)
Bueno, ¿y qué soñaste?
Gracia.
(Adopta un aire
reconcentrado y trascendente con la cabeza baja y los dedos estirados clavados
en la frente, suspira profundamente y da comienzo al relato.)
Estaba en una tierra extraña, rocosa, sobre la que
se depositaban, como guijarros arrastrados por la corriente, casas precarias de
lata. Había mucha gente esquelética que corría asustada en todas direcciones.
Soplaba un viento inquietante que olía a sal y el cielo tenía un color... (Busca un instante la palabra adecuada)
verde amarillento, verdoso, sí, como la piel de Amarga. (Ambas la miran) De repente
el suelo se hundía y por la estrecha lengua de tierra que quedaba, veía venir
hacia mí a Amaranta, el rostro encendido por la excitación. Una ola gigantesca
se cernía detrás de ella. Antes de que se la tragara, me miraba y me decía: “Es
el fin. Diles que no podré acudir a la cita. No tengo miedo. Solo siento mucha
pena por toda esta gente.”
Malva.
¿Y entonces?
Gracia.
Yo
intentaba salvarla, le pedía que me diera la mano para tirar de ella y traerla
a otra dimensión, pero por mucho que estiraba el brazo, nunca la alcanzaba. El
agua la engullía y se la llevaba. Yo lloraba y mis lágrimas alimentaban las
corrientes marinas. Desperté en mi isla bañada en llanto y decidí creer que era
solo una pesadilla... Hasta ahora, que compruebo que es verdad, que no ha venido
a la cita.
Las
tres brujas agoreras se quedan en silencio ensimismadas, pesando el significado
de lo acaecido.
Malva.
¿Crees que
fue sólo su continente que se hundió?
Gracia.
Cómo
saberlo...
Amarga.
(Conteniendo la rabia en la boca apretada)
Yo, no tengo ninguna confianza en esas bestias...
Cuántas veces les dijimos. Cuántas veces fue ella a decirles. Nadie quiso
oírla. A nadie le importó. Que siguieran destruyendo las selvas, perforando las
rocas, burlándose atrozmente de nuestros augurios... Nadie ha querido oírnos,
nunca. Pero ahora que tienen lo que se merecen, en lugar de contentarme con el
desprecio, lo que siento es una inmensa pena. Porque este planeta también era
nuestro. También eran nuestros los cielos, los paisajes, las aguas turquesas, las
montañas nevadas, las playas, los mares, los ríos, las ciudades... ¿Qué derecho
tenían de destruirlos?
Malva.
No sabes todavía, no sabemos... si han destruido
todo o sólo una parte.
Gracia.
Todo no. La
prueba es que estamos todavía aquí, vivitas y coleando. Al menos esta isla ha
sobrevivido...
Malva.
Y mi tierra
estaba bien cuando la dejé.
Amarga.
No la mía.
Gracia marca una pausa la roja apoyando ambas manos sobre los muslos, el
torso hacia delante, los codos hacia afuera, en un gesto de determinación.
Gracia.
Chicas,
amigas del alma, en homenaje a la ausente Amaranta, por nuestro propio bien y
para que no nos hunda la melancolía, propongo que demos comienzo a la
ceremonia.
Se pone de pie y rota las muñecas hacia fuera incitando a las otras dos a
que también se levanten.
Malva lo hace pero Amarga se resiste.
Amarga.
(Murmurando)
¿Para qué? Nada
tiene sentido ya.
Gracia.
(Conminándola)
¡Amarga!
Amarga, aunque desganada, obedece.
Gracia.
Hijas de
Casandra, invoquemos a las fuerzas del universo para que enciendan la luz de
nuestro entendimiento en estas horas de agonía.
Las
tres mujeres alzan los brazos al cielo, los pies bien plantados en la tierra y
las piernas ligeramente separadas, en posición de árboles.
Gracia.
Astros y
estrellas del universo, madre Tierra y hermana Luna, cielos que nos circundan y
sobrepasan, infinito espacio azul oscuro, luz del sol, mares eternos, poderoso
fuego de las entrañas vertido en volcanes y rocas, humedad de lágrimas y
manantiales, blancura de la sal y del desierto, verde de las selvas tropicales,
loado sea todo lo que nos preexiste y precede, los reinos mineral, vegetal y
animal, de los que los hombres participamos en una ínfima parte y por los que
debemos estar supremamente agradecidos. Nosotros en nuestra arrogancia creímos
que todo nos era debido y, sobre todo, que podíamos dominar al universo con
nuestras pobres leyes humanas... Habrá que regresar a la tierra y al río,
volver a ser como árboles, echar raíces para nutrirnos de lo más profundo y
echar ramas para tocar lo más alto. A ustedes nos entregamos, poderosas
fuerzas, para que nos guíen en estos momentos aciagos.
A la
noche estrellada lanza Gracia un grito agudo, al que las otras dos responden
con gritos idénticos. Lenta, decididamente, las tres han empezado a marcar con
las plantas de los pies un ritmo monótono y constante que imita los latidos del
corazón. Los brazos en alto, se mecen como álamos al viento y sale de sus bocas
un canto oscuro como una caverna que se va apoderando de sus gargantas, sus pechos,
sus cuerpos todos, hasta entrar en un trance que las corta de sus identidades y
las funde en un solo ser que clama con una única voz:
Las
tres.
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah,
Ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooh,
Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah,
Aaaaúuuullo
de dolooooor, me queeeeeema el aaaaalma, me dueeeeeeeeeele infinitameeeente
este fiiiiiin, me nieeeeeeego a aceptaaaaar que tooooodo acaaaabe.
¡Nooooooooooooooooooooooooooooo! Estamos viiiiivas. Aún Amaraaaanta está
viiiiiiiiiiiiiiiiva. Míiiirala surgir en los sueeeeños, estamos viiiiiivas,
viiiiivo el univeeeeeeeeeerso, viiiiiiiiiiiiiva esta Tieeeeerra...
devuéeeeelvenos la fuerza vitaaaaal, el sooooool, la clorofiiiiila, el
oxíiiiigeno, el aire que respiraaaaamos, quereeeeemos que la vida siiiiigaaaaa,
anhelaaaaaaamos que haya hiiiijos, e hiiiijos de los hiiiijos, e hiiiijos de
los hiiiijos de los hiiiijos, hiiiiijos de hoooooombre y de panteeeeera y de
elefaaaaaante y de cocodriiiilo, de maripooooosa y de albaaaatros, de
murciéeeelago y de abeeeeeja, y brotes, brotes de triiiiigo y de amapooooola,
de quiiiiinoa, de caaaardo y de cebaaaaada, de rooooosa y de durazneeeero.
Míiiiralos surgir en los sueeeeños. Míiiiralos obedeceeeer a la energíiiiia
creadoooora del univeeeeerso.
Tomadas
de las manos, las tres hijas de Casandra entonan su cántico al tiempo que se
contorsionan al compás del ritmo cardíaco alrededor de la mesa de piedra. La
luna llena ha llegado al cénit e ilumina con luz de plata una plantita que está
brotando, ante nuestros ojos, del centro de la mesa. Da una hoja, da dos, da
tres. Gracia arranca la primera, se la mete en la boca y la masca. Lo mismo
hacen Malva con la segunda y Amarga con la tercera. Mientras ellas mascan, los
ojos entornados por la concentración, la planta echa tallo y ramas de las que
brotan un montón de hojitas frescas que huelen a salvia de los dioses.
La
primera en alucinar es Malva. Apostrofa a la silla vacía:
Malva.
Amaranta, amiga, dinos, ¿qué te ha pasado? ¿Dónde
estás?
Se levanta niebla. A su amparo va a sentarse en el asiento de piedra la
silueta espectral de una mujer enorme, los cabellos enrulados en desorden y una
expresión de bondad tranquila en la cara. Habla pausadamente.
Amaranta.
Con ustedes, chicas, siempre. Pero a la vez muy
lejos. He llegado al espacio intemporal desde donde no se puede regresar sino
en sueños. Estoy bien acá, no tengo miedo. Floto en corrientes polifónicas, me
dejo llevar por ellas hasta lejanas galaxias y vuelvo entre vientos de voces
aquí cerca para no perder de vista la Tierra. Sólo extraño nuestras charlas sabrosas.
Ustedes, queridas Casandras, son irreemplazables...
Amarga.
(Echándose a llorar)
También nosotras te extrañamos, Amaranta...
Amaranta.
(Estirando la mano hacia la cabeza de la otra
en un gesto de consuelo)
No llores por mí, Amarga. No llores... En estos
confines donde vivo ahora...
Malva.
¿Vives,
dices?
Amaranta.
La muerte
es un estado de la vida. No hay una sin la otra.
Gracia.
(Impacientándose)
En esos confines donde vives...
Amaranta.
... todo es bello, y completo y acabado. Yo no soy
más que una presencia que forma parte del todo, y gira y se desplaza al ritmo
de las estrellas... Una partícula que obedece a leyes establecidas antes del
inicio de los tiempos...
Malva.
Como
nosotras.
Amaranta.
Como
ustedes. Pero con una diferencia: la soledad.
Amarga.
¿Se puede
estar más solos que los seres humanos sobre la Tierra ?
Amaranta.
Se puede.
En la vida la gente se habla, se oye, se toca...
Gracia.
Se grita,
se odia....
Amaranta.
Cierto,
pero también se quiere, se acaricia... aunque más no sea, se mira, está... En
el espacio donde transcurro ahora, todo es bello y armonioso, bello como las
cumbres escarpadas y las auroras boreales, perfecto como los anillos de
Saturno... Pero tan grande como la armonía, es la soledad. Y si ustedes no me
invocan, no me convocan, con la palabra o en los sueños, ya no puedo volver... Mientras
ustedes vivan y me llamen, yo vendré. Después, seré solo polvo a la deriva en
el universo...
Amaranta
cierra los ojos, su silueta se azula, empieza a esfumarse.
Gracia.
(Saltando sobre la mesa, la
melena roja al viento)
Espera, no te vayas, vieja bruja.
Amaranta.
¿Qué
quieres, bermeja? Ni siquiera en mi muerte me dejas en paz.
Gracia.
Ni
siquiera. Tenemos un pacto nosotras.
Amaranta.
Pregunta...
Gracia.
Ahora que
estás del otro lado, ¿qué ves de la
Tierra ?
Amaranta.
Muchos
muertos, miles, millones de muertos. Andan flotando como yo en el espacio
interestelar. Sus gritos, sus llantos, sus cantos... se funden en la música de
las esferas.
Gracia.
¿Hay sobrevivientes?
Amaranta.
Sí, pero
algunos no por mucho tiempo. En el país de Amarga, sin más, todo está por
quebrarse.
Malva.
Mi tierra
estaba bien cuando la dejé.
Amaranta.
Sigue
estándolo. Al menos un poco mejor que el resto. Algunas de mis esperanzas las
tengo puestas ahí.
Gracia.
(Señalándose imperativa el centro del pecho
la roja, todavía de pie sobre la mesa)
¿Y mi
continente?
Amaranta.
Ya no
existe.
Gracia.
¿Cómo que
ya no existe...? Anoche cuando me fui...
Amaranta.
De
madrugada hubo un terremoto, la tierra se hundió y creció el mar. Los bosques,
las catedrales, las torres...
Gracia.
¿Las
ciudades?
Amaranta.
Las
ciudades, los pueblos y las aldeas, todo está bajo el agua.
Gracia.
¿Las
montañas?
Amaranta.
En la cima
de los montes más altos se refugiaron los pocos sobrevivientes.
Gracia.
(Agarrándose la cabeza)
Ay ay ay ay ay ay ay.
Amarga
y Malva.
(Haciéndole eco)
Ay ay ay ay ay ay ay.
Gracia.
¿Y qué voy
a hacer? ¿Adónde voy a volver?
Amaranta.
(Acusándola)
¡Bermeja
egoísta! Se está acabando el mundo y te preocupas por tu casa.
Amarga.
(Burlona)
Ya la oíste. Sólo te quedan las cumbres de las
montañas para construirte una nueva...
Malva.
(Conciliadora)
Si sigue en
pie, pueden venir todas a la mía...
Gracia.
(Apoyando la mano en el
hombro de Malva para bajarse de la mesa)
Gracias,
chica. Tú sí que eres buena, no como estas viejas brujas...
Amarga.
Esta vieja
bruja (señalándose a sí misma) se
pregunta si no podremos hacer algo, en lugar de estar aquí lamentándonos.
Amaranta.
(Más azul y repentinamente
grácil)
¡Ya sé! Lo
que necesitamos, chicas, es un caldero.
Gracia.
¿Un
caldero?
Malva.
¿El de cobre que guardamos ahí atrás servirá?
Amarga.
¿Para qué quieres un caldero?
Amaranta.
Vamos a
preparar la poción mágica de nuestras abuelas.
Amarga.
¡Estás
loca!
Amaranta.
(A Amarga)
¿Y tú, no?
Mientras
tanto, Malva ha ido a buscar el inmenso caldero y lo ha puesto sobre la mesa de
piedra.
Malva.
¡Vamos! ¡Manos a la obra, chicas, que no hay
tiempo que perder!
La
vaporosa silueta espectral de Amaranta preside la ceremonia. En torno al azul
intenso de su figura, el ocre rojizo, el verde amarillento y el marfil violáceo
de las tres augures se desplazan en todas direcciones como vuelo de plumas
laboriosas.
Amaranta.
Oh,
todopoderosas fuerzas del universo,
los seres
humanos en nuestra inmensa arrogancia, nuestro gigantesco antropocentrismo,
nuestro asqueroso repugnante ombliguismo,
hemos
querido dominarlas con nuestras pobres limitadas herramientas...
Pobres de
nosotros, seres insignificantes trepados a zancos para sentirnos dioses,
sin
querer comprender que el misterio de la vida es infinitamente mayor que todas
nuestras capacidades reunidas...
Pobrecitos,
que creímos que con ordenadores, tecnología, probetas y chips, podíamos
desafiar a los dioses, penetrar su secreto...
Y pobres
imbéciles también los que nos sometimos a un orden recalcitrante que nos opuso
unos a otros en nombre de un trapo de colores o de un dios monolítico y
cruel...
Aquí nosotras, las brujas agoreras,
Gracia,
roja como el fuego; Amarga, verde como la vegetación que cubre la tierra;
Malva,
añil como el aire de la madrugada y yo, Amaranta, azul como el agua del océano,
entregamos
a ustedes, omnipotentes energías que rigen el destino de astros y planetas,
esta
ofrenda
para
restaurar gracias a ella
el orden
primordial del universo,
el
principio inaugural de la vida
que los
hombres quebramos
con
nuestro desprecio y egocentrismo.
Hemos
puesto sobre la tierra el caldero, yo lo he llenado de agua.
(A
Gracia) Gracia, enciende el fuego.
La
bermeja frota una laja contra la pared de piedra, recoge la chispa en una rama
seca y aguarda inmóvil a que la llama prenda. Con ella se acerca al montón de
leña que entre las cuatro han juntado y colocado bajo el caldero. Se enciende
el fuego, las llamas crecen y mientras esperan que el agua hierva, las cuatro
bailan a su alrededor tomadas de las manos.
Amaranta.
Cuando
suelte el hervor, Amarga, tú echarás las hojas de salvia, y cuando se eleve el
vapor y nos impregne del aroma silvestre, tú recogerás las gotas en los
cuencos, Malva.
Las
mujeres cumplen con fervor todos los pasos de la ceremonia y mientras lo hacen,
tararean en voz quedita, casi sin darse cuenta, un arrullo, un canto de luna
para sosegar a la Tierra. Toda
la noche dura la ceremonia. Cuando Malva ha recogido la última gota condensada
contra la superficie de vidrio, está empezando a clarear.
Amaranta.
Amigas, en
pocos minutos habrá despuntado el día y tendremos que separarnos, ustedes hasta
el año próximo, yo más que probablemente, hasta siempre...
Amarga.
(Protestando, casi echándose
a llorar)
Pero...
Amaranta.
Ya, ya sé,
prometí que vendría si ustedes me convocaban y eso haré. Pero quién sabe en qué
estaremos todos, ellos (y en un gesto
abarca la humanidad toda) y nosotras, el año que viene. Quién sabe si
podrán o querrán convocarme. Quizás estén en tareas más urgentes...
Gracia.
(Incrédula)
¿Más
urgentes que ésta...?
Amaranta.
Esta noche
de lo que se trataba era de salvar la esperanza. Al menos, disuadir la angustia
que genera la destrucción. Los años venideros, habrá que recrear el mundo...
Estas gotas (Dándole
a cada una un cuenco) son rocío de los dioses, continuidad de nuestro rito
y de los elementos naturales. Quitan el miedo, liberan los sueños, crean
confianza y despiertan lo mejor de cada ser. Llévenlas con ustedes a todas
partes. Les descubrirán más usos de los pueden imaginar.
En ese
momento un primer rayo de sol penetra el cráter del volcán e ilumina la mesa de
piedra y las figuras demacradas de las cuatro brujas. A diferencia de las otras
tres, la luz no se refleja en la piel de Amaranta sino que pasa a través de
ella y la va desintegrando. Ante los ojos de sus amigas, la azulada va
perdiendo consistencia hasta esfumarse y confundirse con el aire de la mañana.
Amarga se
seca una lágrima, Malva pone el caldero en su lugar, Gracia suspira. Las tres
guardan los cuencos bien cerrados en los bolsillos de las túnicas, cruzan los
brazos y se dan las manos en un gesto ritual de despedida y, sin una sola
palabra más, se separan hasta el invierno siguiente en Onnaloa.
"Un canto de luna para sosegar a la Tierra". Algo así es lo que encuentro en lo poquito que llevo leído de tus textos: palabras, voces de luna, para aquietar el fuego de los días.
ResponderEliminarHabré de seguir leyendo, entonces.
Javier